Adriel
La sangre gotea de mis manos cuando las alzo a la vista, el pecho sube y baja violentamente como si fuera corrido un maratón cuando intento buscar la forma de calmarme.
No escucho nada, no veo nada solo son punto rojos que hace que apriete mis dedos mientras cuento del 1 al 10, buscando calmarme pero dudo que eso pase.
Mi mente sigue vagando por los recuerdos más oscuro de la soledad, donde intento salir pero me siento tan atrapado y perdido desde el día que entre ahí.
— Ya no hay vuelta atrás —me susurran en el oído una voz tan familiar pero tan lejanas que no es como volver.
Quien decir algo, quiero decir que no lo quise hacer pero las palabras no salen. Solo veo rojo y cuando creo que por fin saldré de ese lugar, un rostro borroso se posa en mi campo de visión y sus manos se colocan en cada lado de mi cara.
No dice nada, pero intento parpadear para aclarar mi vista y solo logre ver su sonrisa. Una sonrisa tan siniestra, tan malvada que hace estrago en mi ser y deja que la bestia salga de mí y me abalance a ella colocando mis manos en su garganta sin importar que la manche de sangre.
Su sonrisa no se borra sino que se hace cada vez más grande y cuando estoy listo para ver como sus ojos pierde ese brillo de vida, algo quema en mi costado.
Me sobresalto asustado respirando pesadamente en medio de la oscuridad, busco el aire que sentía que me faltaba pero solo encuentro oscuridad. Siento aquel ardo en la boca del estómago y salgo corriendo hacia al baño vomitando la cena de anoche.
Cuando por fin dejo de vomitar, me lavo la boca. Observo mi rostro en el espejo y no me gusta lo que veo, no me gusta ver la persona que me devuelve la mirada.
Y por instintivamente llevo esa mirada a un costado de mi abdomen y observo la pequeña cicatriz que está ahí. Ni siquiera recuerdo como me la hice, solo sé que el medico dijo que no era nada profunda y nada grave.
Siempre he creído que las pesadillas son recuerdos de algún trauma del pasado que uno intenta oculta, pero por más que le eche cabeza a mis pesadillas no recuerdo y tampoco si se si soy yo.
Me hecho agua en la cara una y otra vez buscando despabilarme, pero mi tarea es muerta cuando mi celular del trabajo suena. Ni siquiera quiero ver quien es, solo me doy una ducha larga en agua muy fría pensando que debo hacer una llamada.
Me visto a tiempo récor y voy a la cocina preparando algo de comer, mientras que estoy en eso maniobro los documentos en la mesa acomodándolo y logro ver como un Theo viene arrastrándose por el pasillo mientras se tapa la cara.
—¿Por qué hay tanto ruido? —se queja dejándose caer en el sofá pero falla y cae en el suelo, solo gruñe del dolor pero no se mueve.
—Porque me olvide que estaba en casa y que tenías resaca. —Voy por la taza de café sirviendo dos taza.—¿Té? —bromeo y veo como alza la cabeza violentamente mientras me da una mirada de odio.
—Espero que hayas hecho café y no Té, porque si no ya no te consideraré mas como mi hermano. —me amenaza y vuelve a dejar caer la cabeza al suelo pero se da la vuelta. Yo le entrego la taza mientras me río un poco.
—¿Qué te pasa? No creerás que me he vuelto uno de esos refinado por el Té.
—Contigo lo dudo, porque si la reina de los demonios dice que el cielo es verde tú le cree.
Ahora que la menciona debo hacer esa llamada cuanto antes.
— Ve voy a lograr salir hoy temprano ya que mi tío estará de luna de miel, así que no me va a estar fastidiando tanto en el caso. Así que elige un lugar donde cenar más tarde y ahí estaré.
—Pensé en ir a una fiesta, ya sabe disfrutar un poco antes que el jefe vuelva a la ciudad y me quite los días libre.—juega con su taza de café mientras se sienta en el suelo.
—Te voy a dar permiso para que traigas tu ligues cuando yo no esté en el apartamento pero si me llego a enterrar que has follado en mi cocina te mato.—me levanto y lo oigo reír tras de mí.
—Como si ya tú no lo ha hecho.
—No, no lo hice. Además eso es antihigiénico, ese lugar es sagrado. —agarro los papeles y voy por mi cosas.
Lo veo como sigue bebiendo café antes de darme aquella sonrisa que sé que me va a estar amargando todo el día.
— Me vas a decir que no has fantaseado con la reina de los demonios mientras la empotra en esa encimera, mientras se dan esos besitos cursi de “amistad”—ni siquiera lo pienso cuando agarro el primer objeto que tengo a un lado y se lo lanzo.
Él lo esquiva por centímetro, suerte.
Eso tuvo, porque el portarretrato le iba a quedar hermoso en ese rostro.
— Cuida tu lengua que todavía te está quedando en mi casa.—lo amenazo pero él no deja de reír.
— ¡Y ahí está ese Miller del que tanto huye!—sigue burlándose pero yo abandono el apartamento antes que cometa un asesinato.
Las horas pasan y para cuando llego a la central observo como todo es igual cada día, cada vez que vengo a trabajar.
La recesionista siempre esta despistada temprano, su uniforme de policía hace notar que cualquiera que venga a colocar una denuncia debe hacer una cola porque ella todavía no encuentra el bolígrafo que siempre se le pierde cada vez que tiene que hacer los reportes.
La señora del aseo su turno siempre termina antes que comience el primero de los cambio de detective, teniente o policía. Ella siempre permanece en una esquina mirando embobada al teniente que entra apurado yendo corriendo hacia los vestidores porque se le hizo tarde. Ella lo contempla con admiración, suspira de amor y se va. Dos oficiales siempre llegan con donas nuevas y café como si este lugar fuera restaurante.
Ya que se mantiene la reputación que los policías comen demasiado dona y café y por eso tienen esa barriga ellos dos se lo hacen saber a todos, cuando cruzan a mi lado mientras hablan del juego de anoche.