-¿Por qué, Anna? ¿Por qué?
La oscuridad gobierna el lugar, estoy sólo yo, nada más que la oscuridad me hace compañía. Escucho la voz de Lucero, miro por todos mis lados pero no la encuentro, sólo hay oscuridad.
-¿Lucero? -hablo y mi voz suena como un eco que se aleja en la profundidad.
-¿Por qué, Anna? ¿Por qué? -vuelve a sonar.
Empiezo a caminar y mis pasos producen eco.
¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí? ¿Qué es aquí?
-No puedes salvar a todo el mundo -ahora escucho la voz del asesino.
Grito al sentir que estaba atrás mio, volteo pero no hay nada, ni alguien, sólo oscuridad.
Un frío intenso recorre mi cuerpo que tiemblo al instante. Bajo mis pies se crea algo viscoso y mojado, bajo la vista y suelto un grito aterrada al ver que es sangre; quiero saltar o quitarme, sin embargo, no puedo, algo me mantiene pegada al suelo.
-¿Por qué, Anna? -otra vez la voz de Lucero.
Levanto mi cabeza con los ojos bien abiertos.
-¡Lucero! -grito desesperada.- ¿¡Dónde estás!?
No recibo respuestas.
-Todas las muertes son tu culpa -ahora es la voz del asesino.
-¡No es cierto!
-Eres un monstruo...
Está vez no es la voz de Lucero ni la del asesino, conozco a la perfección esa voz, esa voz que me llenaba de alegría y ahora dice algo que me rompe el corazón.
-¿Pablo? -pregunto con voz temblorosa e intentando buscar con mis ojos.
-Tú mataste a mi hermana...-no era Pablo.
-¿Tía Elena? -sentí un dolor profundo en la garganta.
-Todo el mundo estaría mejor sin ti...
-¿Tommy? -cada vez más mi voz se cortaba y sin ojos se llenaban de lágrimas.
-Vas a matarlos a todos, Anna -ahora se presenta la voz del asesino.
-No... No... ¡No! -grito.
De pronto, se empiezan a escuchar todas las voces al mismo tiempo, taladra mi cabeza sintiendo piquetes de dolor. Nada es entendible, apenas y logro reconocer las voces.
-¡Diles que se callen! -grito llevando mis manos a mis oídos y cerrando los ojos.- ¡No!
El dolor se hace insoportable y lentamente me agacho. Cada vez más se escuchan cerca de mí que de nada sirve tapar los oídos. En la desesperación profunda, un grito se produce desde mi estómago y sale a todo pulmón de mi boca, desgarrando mi garganta. En eso, las voces se callan y hay un silencio total.
-Anna...
La voz de Lucero se vuelve a producir. Abro los ojos y noto que abajo de mi ya no está la sangre, desapareció, ahora sólo hay un suelo oscuro, aparto lentamente mis manos de mis oídos, y levanto mi cabeza para ver enfrente de mi. Abro mis ojos y boca como platos al ver que Lucero se encuentra parada enfrente de mi pero a unos pasos de distancia, me está viendo desde lo lejos.
-¿Lucero? -pregunto.
-Anna... -responde.
Inmediatamente me levanto y empiezo a correr hacia ella.
-¡Lucero!
-Anna...
Me tarde en darme cuenta que mientras yo avanzaba, ella se iba alejando sin siquiera moverse. Les ordené a mis piernas que fueran más rápidas.
-¡No te vayas! -grité.
Estire el brazo con los dedos extendidos tratando de alcanzar a Lucero, sin embargo, ella se seguía alejando.
-Regresa, Anna, por favor...-me decía.
¿Qué? ¿A qué se refiere? Lo que dijo me dejó tan perpleja pero yo seguí corriendo en mis intentos fallidos que querer llegar a ella.
-No me iré sin ti -dije.
-Por favor, regresa...
De la nada, una luz brillante emerge del pecho de Lucero y poco a poco va creciendo al grado de que ya no veo a Lucero. Con la intensidad de la luz, quedo ciega unos segundos y la oscuridad desaparece, la luz me come a mi y dejo de correr.
-Despierta...
Siento mis párpados pesados pero eso no impide que los abra lentamente y vea al mundo que me espera: lo primero que veo es el techo de una habitación blanca, no es mi habitación, lo la reconozco. A mis ojos les cuesta adaptarse a la luz de la realidad, por lo que parpadeo varias veces para enfocar mi vista. A mis fosas nasales entra el olor a hospital y medicina. Un dolor intenso se concentra en mi hombro que suelto un pequeño quejido arrugando las cejas y apretando la mandíbula. Miro a mi alrededor: estoy acostada en una especie de camilla, una sabana azul claro llega hasta la mitad de mi estómago, parece que traigo puesto únicamente una bata color blanca, una televisión en la pared y pegando al pecho, la luz del sol entra por una ventana que alumbra toda la habitación, a mi derecha hay una mesilla de metal con diferentes cosas de hospitales y junto a ella una de esas máquinas que dicta el pulso del corazón al cual estoy conectada. Lo que más me interesó fue lo que se encontraba a mi izquierda: una figura humana sentada, mantiene ocultó su rostro con sus brazos que están sobre mi camilla, con la espalda doblada para recostarse, y puedo sentir el contacto de su mano agarrando la mía. Se quien es por el simple hecho de ver su cabellera, su piel y su cabeza, no hace falta verle su cara.