El Cristal Guardián del Equilibrio

Prólogo

El mundo de Eldarion temblaba bajo el peso de una guerra que parecía eterna. En sus vastas tierras, donde la magia danzaba como el viento entre los árboles, dos reinos de elfos, Lúthien y Nimrath, se enfrentaban en un conflicto alimentado por siglos de desconfianza. Lúthien, un reino de luz, se alzaba entre bosques dorados, ríos que susurraban melodías cristalinas y montañas que rozaban las nubes. Sus elfos, de rostros luminosos y cabellos plateados, vivían en comunión con la naturaleza, tejiendo hechizos que sanaban la tierra y encendían el cielo con destellos dorados. Nimrath, en cambio, era un reino envuelto en sombras, con ciudades talladas en piedra negra bajo la tierra y bosques donde la luz apenas se atrevía a entrar. Sus elfos, de ojos profundos como la noche y cabellos oscuros como el ébano, dominaban la magia oscura, manipulando las sombras con una precisión que inspiraba tanto temor como admiración.
La guerra entre ambos reinos no era solo una lucha de ejércitos, sino un choque de esencias: luz contra oscuridad, armonía contra misterio. Los campos de *Eldarion* se habían convertido en escenarios de caos, donde la magia rugía como un huracán y la tierra misma lloraba bajo el peso de la violencia. Aquel día, en el Valle de las Sombras Eternas, la batalla alcanzó su clímax más feroz.
El cielo estaba partido en dos: un lado ardía con el resplandor dorado de Lúthien, el otro se retorcía bajo nubes negras conjuradas por Nimrath. Los elfos de Lúthien, liderados por el rey Aelar, avanzaban con espadas que brillaban como rayos de sol. Sus hechizos de luz cortaban el aire, formando barreras resplandecientes que protegían a sus arqueros mientras lanzaban flechas imbuidas de magia. Aelar, alto y de presencia imponente, con su armadura dorada reluciendo bajo el sol, blandía su espada, *Luz de Alba*, con una furia contenida. Sus ojos, claros como un lago bajo la luz del mediodía, destilaban determinación.
—¡Por Lúthien! —gritó, su voz resonando sobre el estruendo de la batalla—. ¡No dejaremos que la oscuridad nos doblegue! ¡Por nuestra tierra, por nuestra gente!
Sus guerreros respondieron con un rugido, lanzándose hacia adelante. Un elfo del clan Silvan alzó las manos, y un destello cegador estalló en el campo, dispersando un enjambre de sombras que intentaba envolverlos. Otro, del clan Galadhrim, invocó un torrente de agua desde un río cercano, que se alzó como una serpiente furiosa y arrasó a un grupo de soldados de Nimrath.
Al otro lado del valle, el rey Maelor de Nimrath comandaba a sus tropas desde un risco elevado, su armadura negra reflejando la luz como obsidiana pulida. Sus ojos, oscuros como un abismo, parecían absorber la luz misma, y su presencia era tan intimidante como las sombras que manipulaba. Con un gesto de su mano, conjuró un portal oscuro que escupió una horda de criaturas sombrías, seres etéreos que se movían como humo y atacaban con garras de noche. Los elfos de Nimrath, del clan Dúath, tejían hechizos que envolvían a sus enemigos en una oscuridad asfixiante, mientras los del clan Thauron lanzaban ilusiones que hacían que los soldados de Lúthien vieran aliados donde solo había enemigos.
—¡Resistid! —bramó Maelor, su voz cortante como el filo de una daga—. ¡Nimrath no caerá! ¡Mostradles el poder de las sombras!
La batalla era un torbellino de luz y oscuridad. Los hechizos chocaban en explosiones que hacían temblar el suelo, y el aire vibraba con el zumbido de la magia. Un elfo de Lúthien, con el cabello blanco ondeando como una bandera, alzó un escudo de luz para proteger a sus compañeros, solo para que una sombra afilada lo atravesara, arrancándole un grito de dolor. En el otro extremo, un guerrero de Nimrath, envuelto en un manto de oscuridad, esquivó un rayo de luz y respondió con un hechizo que drenó la energía de su atacante, dejándolo desplomado en la tierra.
El valle de las Sombras Eternas estaba cubierto de sangre y cenizas. Los árboles, antes majestuosos, ardían o se retorcían bajo el peso de hechizos oscuros. Los cuerpos de elfos de ambos reinos yacían entre la hierba pisoteada, y el olor a tierra quemada se mezclaba con el dulzor metálico de la sangre. Aelar y Maelor se encontraron en el centro del campo, sus espadas chocando con un estruendo que parecía desafiar al cielo mismo. Cada golpe era una declaración, cada hechizo una sentencia. La luz de *Luz de Alba* chocaba contra la espada de Maelor, *Sombra de Medianoche*, en una danza mortal que hacía estremecer a quienes los observaban.
—¡Esto debe terminar, Maelor! —jadeó Aelar, bloqueando un golpe que hizo saltar chispas de su espada—. ¡Nuestros pueblos no pueden soportar más sangre!
Maelor, con el rostro tenso por el esfuerzo, gruñó en respuesta. —¿Y crees que cederemos? ¡Lúthien ha menospreciado nuestra fuerza por demasiado tiempo!
Antes de que pudieran continuar, un resplandor cegador cortó el caos. El campo entero se detuvo, como si el tiempo mismo contuviera el aliento. Los combatientes, agotados y heridos, alzaron la vista hacia una figura que avanzaba desde el horizonte. Era un elfo, pero no pertenecía a ninguno de los reinos en guerra. Su cabello plateado brillaba como si estuviera tejido con luz de luna, y sus ojos verdes, profundos y antiguos, parecían ver más allá del caos. En sus manos sostenía un objeto que palpitaba con una energía pura: el Cristal de Equilibrio.
—¡Basta! —gritó, su voz clara y firme, atravesando el fragor de la batalla como un rayo de sol a través de una tormenta—. ¡He traído el Cristal de Equilibrio!
Los elfos de ambos bandos se quedaron inmóviles, sus armas bajando lentamente. Aelar y Maelor, jadeando, se apartaron el uno del otro, sus ojos fijos en el recién llegado.
—¿Quién eres tú para interrumpir esta batalla? —preguntó Maelor, su tono cargado de desconfianza, aunque sus hombros se relajaron ligeramente.
—Soy Kaelith —respondió el elfo, avanzando con pasos seguros hacia el centro del campo—. Un errante, sin lealtad a Lúthien ni a Nimrath, pero con un deseo: poner fin a esta locura. Este Cristal —levantó el artefacto, que brillaba con una luz que parecía contener tanto el día como la noche— puede equilibrar la luz y la oscuridad. Puede salvar *Eldarion*.
Aelar frunció el ceño, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. —¿Por qué deberíamos confiar en un errante? ¿Qué sabes tú de nuestro dolor, de nuestras pérdidas?
Kaelith lo miró con una mezcla de compasión y firmeza. —He visto la guerra desde todos los rincones de *Eldarion*. He caminado por vuestros bosques dorados y vuestras cavernas sombrías. He escuchado las historias de vuestros pueblos, y sé que no desean más muerte. Este Cristal no es un arma, sino un puente. Úsenlo, y sanen esta tierra.
Maelor dio un paso adelante, sus ojos oscuros escudriñando el rostro de Kaelith. —¿Y si esto es una trampa? ¿Un truco de Lúthien para debilitarnos?
Kaelith sonrió con amargura. —Si quisiera engañaros, no estaría aquí, solo, en medio de un campo donde la muerte acecha en cada sombra y cada rayo de luz. Mirad el Cristal. Sentid su poder.
Extendió las manos, y el Cristal de Equilibrio emitió un pulso de energía que recorrió el valle. La luz y la oscuridad se entrelazaron en un remolino suave, y por un momento, los combatientes sintieron algo que habían olvidado: paz. Las heridas dejaron de sangrar, las sombras se suavizaron, y el aire se llenó de una calma que parecía imposible en medio de tanto caos.
Aelar y Maelor se miraron, sus rostros reflejando años de odio, pero también un destello de esperanza. Lentamente, Aelar bajó su espada. —Si esto puede salvar a nuestro pueblo… estoy dispuesto a intentarlo.
Maelor dudó, su mano aún apretando el pomo de *Sombra de Medianoche*. Pero al ver la luz del Cristal reflejada en los ojos de sus guerreros, asintió. —Por Nimrath… y por la paz.
Kaelith colocó el Cristal en el suelo, y una oleada de magia pura se extendió como un río, disipando las sombras y apagando los fuegos de la batalla. Los elfos de ambos reinos, agotados, cayeron de rodillas, no por derrota, sino por alivio. La guerra había terminado.
Con el Cristal de Equilibrio como guardián, Lúthien y Nimrath sellaron una tregua frágil, pero esperanzadora. Los elfos errantes, como Kaelith, surgieron en mayor número, renunciando a las ataduras de ambos reinos para buscar un equilibrio verdadero. Viajaron por *Eldarion*, mediando conflictos y protegiendo los secretos antiguos, mientras la leyenda del Cristal crecía.
Años después, la paz trajo nuevas vidas que encarnarían la esperanza de sus reinos. En Nimrath, nació Thalion, hijo del rey Maelor y la reina Elara, un príncipe de ojos oscuros y corazón valiente, criado con historias de equilibrio y deber. En Lúthien, Sophiel, hija del rey Aelar y la reina Lyria, llegó al mundo como un faro de luz, seguida dos años después por su hermano Eryndor, un alma valiente destinada a proteger. Ellos, junto con los errantes como Kaelith, heredarían un mundo marcado por las cicatrices de la guerra, pero también por la promesa de un futuro donde la luz y la oscuridad podrían coexistir.
Sin embargo, bajo la superficie, las tensiones entre Lúthien y Nimrath nunca se desvanecieron por completo. El Cristal de Equilibrio, aunque poderoso, no podía borrar siglos de desconfianza. Y en las sombras, fuerzas antiguas aguardaban, listas para desafiar la frágil paz que tanto había costado alcanzar.




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