Sylvaris
El viaje de vuelta fue un infierno silencioso. Elarion y Faelan cabalgaban sin descanso, cambiando de montura en los puestos de relevo que aún quedaban leales, cruzando ríos crecidos y bosques donde los árboles parecían susurrar advertencias. Cuando finalmente divisaron el claro central del Clan Verdant, el sol se ponía como una herida abierta en el horizonte.
El campamento estaba irreconocible.
Donde antes había risas de niños trepando por lianas y faunos tocando flautas de caña, ahora reinaba el miedo. Las chozas de madera viva estaban reforzadas con troncos apilados; las fogatas ardían bajas, apenas brasas, para no atraer ojos indeseados. Faunos armados con lanzas de hueso y arcos de cuerno patrullaban los perímetros, sus rostros tensos. Un grupo de ancianos rezaba en círculo alrededor de un tocón sagrado, sus voces temblando.
Una niña pequeña, no mayor de doce primaveras, corrió hacia Faelan en cuanto lo vio bajar del caballo.
—¡Faelan! ¡Los árboles sangran! ¡Y los cuervos no cantan!
Faelan la levantó en brazos, pero sus ojos buscaron a Elarion.
—¿Cuánto tiempo llevamos así?
—Desde que te fuiste —respondió una fauno mayor, Thalos, líder del Clan Sylvan, acercándose con paso pesado—. Los rumores corren más rápido que el viento. Dicen que Eldric ha convertido a los clanes de Arcana en monstruos. Que los enanos cavan tumbas para sus propios muertos. Que los centauros galopan con ojos negros.
La multitud se reunió, un mar de rostros asustados. Una madre apretaba a su bebé contra el pecho; un guerrero joven temblaba con la lanza en la mano.
Elarion alzó la voz, grave y firme.
—Escuchad. Eldric tiene el Cristal. Pero *nosotros* tenemos la tierra. Y la tierra nos protegerá.
Señaló el claro central, donde un círculo de piedras ancestrales marcaba el corazón del clan.
—Vamos a levantar la Barrera de Raíz y Cuerno. Todos. Ahora.
El ritual comenzó al instante.
Los faunos formaron un círculo perfecto alrededor de las piedras. Los ancianos entonaron el cántico antiguo, sus voces roncas pero firmes, invocando a los espíritus del bosque. Los guerreros clavaron sus lanzas en la tierra, los cuernos apuntando al cielo. Los niños trajeron raíces vivas —arrancadas con cuidado de árboles sagrados— y las colocaron en un anillo concéntrico.
Faelan y Elarion se colocaron en el centro. Elarion alzó sus cuernos, que brillaron con una luz verde esmeralda. Faelan cerró los ojos, recordando las noches con Eryndor, canalizando ese dolor en fuerza.
—*Raíz que ata, cuerno que corta, sangre que une* —cantaron al unísono.
La tierra tembló.
Raíces gruesas como serpientes brotaron del suelo, tejiéndose en una cúpula viva que creció metro a metro. Los cuernos de los faunos brillaron, proyectando runas de protección que se grabaron en la madera viva. El aire se cargó de ozono y magia antigua. Los niños lloraban; los ancianos cantaban más fuerte.
Cuando la cúpula se cerró sobre sus cabezas, el claro quedó envuelto en una luz verde suave. Afuera, el viento aullaba, pero dentro… dentro había silencio.
—No durará para siempre —advirtió Elarion, jadeando—. Pero nos dará tiempo.
Faelan miró la barrera, luego al cielo que ya no podían ver.
—Tiempo para luchar. O para morir intentándolo.
En el Valle de las Sombras Eternas
Mientras los faunos tejían su escudo, Eldric estaba de pie en la plataforma de obsidiana, el Cristal palpitando en su mano como un corazón negro. A su alrededor, los líderes transformados formaban un círculo perfecto, sus ojos vacíos brillando con obediencia absoluta.
El valle había cambiado.
Donde antes había caos, ahora había orden. Criaturas deformes se alineaban en filas, sus cuerpos retorcidos moviéndose al unísono. El aire vibraba con magia oscura; el suelo estaba cubierto de runas que pulsaban con cada latido del Cristal.
Eldric alzó el artefacto.
—Fase uno completa —dijo, su voz resonando en el silencio—. Los clanes son míos. Los reinos caen.
Un líder —el mago de Arcana, su piel ahora gris y agrietada— habló con voz hueca.
—Las barreras se alzan. Los faunos resisten.
Eldric sonrió.
—Que resistan. Romperé sus escudos como romperé sus espíritus.
Bajó el Cristal, y una onda de oscuridad pura salió de él, extendiéndose como una marea. Las runas en el suelo brillaron más fuerte. Las criaturas rugieron.
—Pronto —susurró Eldric, mirando hacia el norte, hacia Lúthien—. Pronto, el mundo será mío.
Y en el silencio que siguió, solo se oyó el latido del Cristal… y el eco de un reino que aún no sabía que estaba condenado.