En el año 2147, los viajes en el tiempo están estrictamente regulados por la “Agencia Cronotemporal Global”. Un científico rebelde y curioso, Elias Voss, logra acceso clandestino a un prototipo de cápsula temporal. Su objetivo: observar de primera mano los eventos reales de la Segunda Guerra Mundial.
Pero al llegar a 1943 en Berlín, su llegada es detectada por un grupo de científicos nazis que trabajan para el misterioso “Departamento de Armas Prodigiosas”. Elias es capturado, interrogado, y su tecnología es confiscada. Hitler, al enterarse de que esa máquina puede alterar el futuro, ordena iniciar el “Proyecto Götterdämmerung”: una ofensiva usando conocimiento del siglo XXII para cambiar el curso de la guerra.
Ahora Elias debe escapar, recuperar su máquina, y evitar que los nazis modifiquen el tiempo… antes de que el mundo que conocía desaparezca por completo.
Capítulo 1: La Brecha del Tiempo
Año 2147. La ciudad de Neo-Berlin vibraba bajo un cielo de neón. Rascacielos de acero inteligente reflejaban anuncios holográficos, y los trenes magnéticos silbaban a través de tubos elevados. La humanidad había conquistado la fusión nuclear, terraformado Marte y, sobre todo, abierto la puerta prohibida del tiempo.
En lo más profundo del Centro Cronotemporal Internacional, una figura encapuchada se deslizaba entre los niveles de seguridad. Elias Voss, científico y exagente de la Agencia Cronotemporal, conocía cada pasillo como la palma de su mano. Era brillante, obstinado, y dispuesto a romper todas las reglas si eso significaba conocer la historia real.
Había soñado con ver el pasado. No con hologramas ni reconstrucciones digitales, sino sentirlo, olerlo, vivirlo. La Segunda Guerra Mundial era su obsesión. Su abuelo le contaba historias que no aparecían en los registros oficiales: testimonios de conspiraciones, de armas imposibles, de un Hitler casi mítico.
Esa noche, Elias no iba a observar. Iba a viajar.
Frente a él, una cápsula temporal experimental, robada del laboratorio R-09, esperaba como un sarcófago brillante. Elias respiró hondo, insertó el código de destino: Berlín, 1943. La década del caos.
"Si algo sale mal, no habrá regreso", se dijo. Y presionó el interruptor.
Un zumbido profundo llenó el aire. Las paredes vibraron. La realidad pareció derretirse.
Luego, oscuridad.
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Cuando despertó, el aire olía a humo, gasolina y miedo. Estaba en un callejón empedrado, rodeado de edificios grises y autos antiguos. Soldados marchaban al fondo con pasos mecánicos.
Elias había llegado. Berlín. 1943.
Pero antes de que pudiera salir del callejón, una linterna lo iluminó de golpe.
—Hände hoch! —gritó una voz firme.
Cinco soldados nazis lo rodeaban, armas listas. Elias levantó las manos, su corazón latiendo como un tambor de guerra. Uno de los soldados, un oficial de rostro duro, notó el dispositivo que colgaba de su cinturón: el cronotransmisor.
—Was ist das? —preguntó con frialdad.
Y fue entonces cuando Elias comprendió: no había aterrizado en un lugar... había aterrizado en una trampa del destino.
La historia no lo dejaría escapar tan fácilmente.
Capítulo 2: El Interrogatorio
El cuartel de inteligencia nazi en Berlín era una fortaleza de concreto, fría y sin alma. Elias fue arrastrado por pasillos iluminados por tenues bombillas, su cronotransmisor confiscado, su cuerpo atado, pero su mente aguda permanecía alerta.
Fue arrojado a una silla metálica bajo el resplandor de una lámpara colgante. Frente a él, un hombre en uniforme negro lo observaba como si ya supiera todo. Era el coronel Reinhard Kruger, un interrogador de elite.
—Tienes acento... pero no es ruso, ni americano. Y tu "reloj"... no es de este mundo —dijo Kruger, acercándose.
Elias no dijo nada. Sabía que hablar podría cambiar el futuro.
—No importa —continuó Kruger—. Hablarás... o lo hará tu cuerpo.
Durante horas, le preguntaron sobre su misión, su equipo, su país. Cada mentira era recibida con golpes, choques eléctricos y amenazas. Pero Elias resistió.
Hasta que le mostraron su cronotransmisor.
—Nuestro Führer está interesado en esto. Cree que podría cambiar la guerra. Dime, Elias... ¿cómo funciona?
La mención de su nombre lo estremeció. Aún no había dicho quién era. Eso significaba una sola cosa: habían accedido a sus registros biométricos desde el dispositivo.
Elias cerró los ojos. Sabía que el verdadero peligro había comenzado.
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Capítulo 3: El Robo del Futuro
En un laboratorio secreto, científicos nazis estudiaban el cronotransmisor. Al frente, el Dr. Adler Faust, un genio demente fascinado por la teoría temporal. Junto a él, el propio Kruger observaba los avances.
—Este dispositivo contiene un microreactor que no pertenece a este siglo —dijo Faust—. Si logramos replicarlo... podríamos desarrollar armas de energía pura.
El dispositivo fue encendido parcialmente. Las luces parpadearon. Un pulso azul cruzó el laboratorio, distorsionando relojes y haciendo que los objetos vibraran. Sin saberlo, los nazis habían abierto una brecha temporal inestable.
Elias, encerrado en su celda, sintió la vibración. Algo se había activado. Si alteraban la línea temporal desde dentro, podían crear una paradoja irreversible.
Tenía que escapar. Pero ¿cómo?
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Capítulo 4: Aliada en las Sombras
Esa noche, mientras intentaba dormir sobre el catre de hierro, escuchó un sonido metálico. Una mujer joven con bata de enfermera abrió la puerta de su celda. Tenía ojos determinados y hablaba con rapidez.
—Mi nombre es Greta. Trabajo para la resistencia. Te vi llegar. No eres de aquí, y eso significa que puedes cambiarlo todo. Pero tienes que confiar en mí.
Elias la miró, dudando por un instante. Pero en su situación, la duda era un lujo.
Asintió.
Greta le entregó un mapa del complejo y una llave improvisada. Tenía que moverse rápido.
Y así comenzó la huida.
Capítulo 5: La Brecha en la Noche
Berlín, 1943. Medianoche.
Elias corría tras Greta por pasillos oscuros, apenas iluminados por luces parpadeantes. El eco de sus pasos se mezclaba con las alarmas que ya empezaban a sonar a lo lejos. La brecha temporal abierta por los nazis estaba causando inestabilidad en el complejo. El tiempo mismo comenzaba a desordenarse.
—¿A dónde vamos? —susurró Elias, sin aliento.
—Hay una salida a través del ala médica. Nadie patrulla ahí desde el bombardeo del mes pasado —respondió Greta, con los ojos clavados en el mapa que sostenía en la mano temblorosa.
Doblaron una esquina y se detuvieron en seco. Una patrulla de soldados avanzaba desde el otro extremo. Sin pensarlo, Greta empujó a Elias hacia un compartimento oculto tras una cortina de mantas médicas. Apenas respiraban.
Los soldados pasaron… y siguieron de largo.
Elias bajó la vista. En el suelo del compartimento, oculto bajo un manto de polvo, había un cartel con un símbolo extraño: dos flechas cruzadas sobre un reloj. No era nazi. No era alemán. Era cronotecnología. Él mismo lo había diseñado… pero en el año 2139.
—¿Qué es esto…? —musitó, tocando el emblema.
Greta también lo miró. Sus ojos se agrandaron.
—Eso estaba aquí antes de que llegaras. Nunca supimos qué significaba.
Elias tragó saliva. Él no era el primero en viajar al pasado. O tal vez, sí… pero en otro ciclo. En otra línea temporal.
El tiempo se estaba deshaciendo. Y todo giraba en torno a su dispositivo.
Siguieron su huida, bajando escaleras oxidadas y cruzando corredores abandonados. Llegaron finalmente a una cámara con un generador apagado y un ventanal que daba al patio trasero del complejo. Desde allí, podían escapar.
Pero no estaban solos.
—Herr Doktor Faust los esperaba —dijo una voz desde la oscuridad.
Del otro lado del generador, el científico nazi Faust surgió con una pistola y un dispositivo en la otra mano. Era una copia del cronotransmisor… incompleta, pero activa. Elias sintió cómo el aire cambiaba. El suelo vibró.
—Esto… es un milagro. Con este poder, Hitler será inmortal. El Reich… eterno —proclamó Faust, con los ojos desorbitados.
—Eso destruirá el mundo. Ni tú entiendes lo que estás tocando —respondió Elias.
—No necesito entenderlo. Solo necesito controlarlo.
Elias miró a Greta. No hablaban, pero se entendieron.
De un salto, Elias se arrojó sobre Faust. La pistola se disparó. Greta gritó. La brecha temporal volvió a abrirse —una grieta azul en el aire, girando como una espiral viva.
El generador explotó. Vidrios volaron. El tiempo mismo se detuvo por un segundo eterno.
Cuando el humo se disipó, Elias y Greta estaban fuera. En un callejón, bajo la lluvia. Berlín seguía ahí, pero algo… algo era diferente.
Los carteles eran extraños. Las palabras… no estaban en alemán.
Y un cartel gigante de propaganda mostraba a Hitler… con un brazo biónico.
—Dios mío —susurró Elias—. No escapamos. Cruzamos a una línea alterna.
Greta lo miró, helada.
—¿Y ahora qué?
Elias apretó los dientes. Solo una cosa estaba clara: debían recuperar el cronotransmisor original y restaurar la línea temporal… antes de que el nuevo Reich dominara no solo el mundo, sino el tiempo.
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Editado: 26.04.2025