—Perfecto.
Solté inconscientemente un suspiro de satisfacción mirando el retrato de mi mamá con mucha nostalgia.
Me quedo observando la pintura un segundo, antes de compararla con la foto de referencia que tenía de mi madre al lado. Me toqué la barbilla pensativa sobre si le faltaba algo.
—Nora, vamos a cerrar dentro de diez minutos, realmente debes irte. —La voz de la dueña del taller de arte me sacó de mi ensoñación, solté un suspiro, decepcionada. — Vamos Noor, sabes que la hora más tarde es a las cinco.
Asentí con una sonrisa, lo sabía, pero miré mi cuadro con tristeza al escuchar que no podría terminarlo ese día.
El taller de arte era el único lugar silencioso donde, incluso el sol que entraba por la ventana me daba paz, los cuadros colgados en la pared me inspiraban a seguir, aunque nunca fuera tan buena pintando como los alumnos de la señora Beth, quería hacer algo que valiera la pena mirar, algo que a mi madre le hubiera gustado elogiar.
—Es un bonito retrato. —Dijo con amabilidad acercándose a mirar el cuadro con ojo crítico—¿Quién es ella?
Sonreí con melancolía al mirar la foto en la que mi madre me sostenía en sus brazos, tenía una gran sonrisa en el rostro en ese tiempo.
—Es mi madre. —Dije, tomando la foto entre mis manos, al verla, sonreí con nostalgia, recordando aquellos días en los que yo solamente era una niña sin responsabilidades… Aquel tiempo en el que aún tenía a mi madre.
La señora Beth abrió los ojos con sorpresa, y luego en su rostro pude ver la culpa, como si el haber preguntado fuera un tipo de pecado.
—Nora, lo siento, yo no…
—Tranquila señora Beth—la tranquilicé con una sonrisa—No me molesta hablar de ella.
La señora Beth me miró un segundo con lástima, pero no dijo nada más, como si temiera que lo que dijera podría herirme aún más, cambió de tema.
—Pintas muy hermoso, Nora, ¿no has pensado en vender tu arte?
Bajé la mirada de la fotografía al suelo, desanimada, sentía en las entrañas el tan conocido malestar cuando alguien me preguntaba sobre ese tema en particular, era muy sensible con mi arte, porque me hacía recordar a mi madre.
—No soy lo suficientemente buena aún. —Dije al final, con una expresión suave, aunque por dentro solo pensaba que nunca podría vender nada, si ni siquiera yo podía ver lo que pintaba como algo más que un mero pasatiempo.
Tomé mi maletín lleno de botes de acrílicos y pinceles, antes de despedirme de la señora Beth con un abrazo dulce.
Miré el reloj, al ver que ya se me hacía tarde me alarmé. Comencé a correr a la entrada del taller de arte para llegar a tiempo a la parada de bus, antes de que el transporte me dejara en la parada esperando en vano.
La señora Beth se despidió con una pequeña risa antes de llamarme con un gesto.
—Nora tu pintura, no te olvides de ella. — Dijo la señora Beth entre risas.
—¡Quédesela, señora Beth! —Grité dedicándole una sonrisa antes de salir corriendo a la calle, aunque, sentí que dejé caer algo, no le di importancia y ni siquiera me giré, antes de salir de la tienda.
Revisé mi bolso como una lunática, sacando casi todo lo que había dentro solo para encontrar lo que buscaba, pronto la banca donde esperaba el bus se llenó de: chicles, ¿hace cuánto estaban esos chicles ahí? Los tiré en un basurero al lado de la banca al verificar que ya habían caducado; encontré en mi bolso un libro, mi billetera, un espejo, unas pastillitas de menta, mi celular, pinceles que no sabía que aún tenía ahí dentro, un estuche repleto de lápices de colores que me había regalado mi hermana, los cuales no utilizaba.
En conclusión, encontré de todo, menos de lo que buscaba.
—¡Maldición! —Solté frustrada, llevándome las manos a la cara, como si eso pudiera calmar la cólera que sentía al haber perdido la foto de mi madre. Me quedé mirando al suelo, intentando calmar la cólera creciente en mi pecho, cuando el autobús llegó.
Me subí sin muchas ganas en un asiento, me incliné en la ventana del autobús mirando el panorama que bullía afuera, deseando con todas mis fuerzas que aquella foto estuviera en el estudio de arte, que la señora Beth haya encontrado la foto y la tuviera guardada en el cajón de las cosas perdidas del que siempre decía estar orgullosa porque “Siempre alguien termina encontrando aquí lo que buscaba”.
Dios la oiga señora Beth.
Solté un suspiro esperanzado y al mismo tiempo frustrado por mi gran desorganización, esto me pasaba por no saber ordenar mis cosas, miré mi bolso y tuve el impulso de revisar si no había olvidado algo más en la parada del bus.
«No, que pereza.»
Entonces simplemente cerré los ojos y me quedé dormida en el bullicioso autobús como siempre, el cansancio se apoderó de mis sentidos y caí exhausta en el asiento, deseando de una vez regresar a mi departamento.
Abrí la puerta de mi apartamento y fui recibida con el más hermoso ladrido del mundo, corriendo directo hacia mí, Oreo correó directo hacia mí moviendo la colita en cuatro patas, soltó un ladrido, dando pequeños giros a mi alrededor, y dio un saltó directo hacia mí que no pude evitar abrazarla con dulzura y acariciarle la cabeza y las orejas.
—¿Tiene hambre Oreo? Ven aquí hermosa—Le acaricie una patita antes de bajarla con cuidado para servirle su comida, en un tazón grande, porque la pequeña Golden Retriever tenía la dulzura de un animal de peluche y el apetito de un gigante de dos cabezas.
Oreo comenzó a comer moviendo la cola con felicidad, yo estaba rellenando su tazón de agua cuando recibí un mensaje de mi hermana, encendí mi celular y sonreí al ver que era una foto de ella en el parque con su esposo, y su pequeña niña, Anabeth, siempre me decían que ella había heredado la pasión por el arte de mí, pero yo sabía que esa herencia era de mi madre. Me quedé mirando la foto por tanto tiempo que casi se cae el agua del tazón de Oreo.