Apenas puedo abrir los ojos, los siento pesados, igual que todo mi cuerpo. Es como si estuviera entumecida.
La cabeza me da vueltas, intento moverme e inmediatamente, me mareo y el asco me gobierna. Aún mantengo el sabor dulce de los cócteles de anoche, el alcohol corre por mis venas y tengo la boca reseca.
¿En dónde estoy? Miro alrededor mío y es un sótano que luce abandonado con muebles viejos, rústicos, es espeluznante, la única luz que recibo es la de un foco viejo que parpadea.
Huele a madera, se escucha la lluvia torrencial de fondo junto con algunos relámpagos que con toda esta combinación, me provoca escalofríos.
Estoy amordazada con cinta, atada de manos y pies con una cuerda que lastima mi piel. La fricción solamente empeora porque el material es duro, rasposo.
Las imágenes mentales de la noche anterior regresan y me provocan dolor, punzadas sin parar. Aunque me dan las respuestas que necesito para esclarecer mi paradero.
La fiesta de Halloween con todas esas luces de colores, humo artificial, disfraces variados, ruido y música que aún retumba en mis oídos. El pinchazo que sentí en la nuca. El sujeto que me metió a su auto plateado. El bosque de madrugada en donde huía, chocaba y caía torpemente por la droga que me inyectaron. El correr sin parar hasta ser arrastrada a una cabaña.
Estoy secuestrada en medio de la nada.
Mi ropa está sucia y rota, a pesar de ser oscura por tratarse de un disfraz de bruja, se nota el deterioro por mi fracaso al salir ilesa de las garras de mi depredador. Ahora estoy aquí expuesta, una débil presa a su disposición.
El terror sobre lo que me espera, me lleva al llanto. Mi cruel destino al ser seguramente torturada, utilizada y después quitarme frívolamente, la vida. Se me ocurren tantas ideas, escenarios que corren en mi cabeza, que no sé cuál es peor y aumentan mi histeria.
Permanezco en la misma posición en la que he perdido la noción del tiempo. No tengo ni idea si es de día, tarde o noche. Incluso, si llevo más de un solo día aquí atrapada, aunque aún mantengo los efectos de todo lo que ingerí.
Mi fatal error fue salir esa noche. Decidir salir de mi rutina y divertirme un poco, me costó mi libertad y quizás… La vida.
De repente, escucho unos pasos, me alarmo de inmediato. El crujir de las escaleras de madera me llena de una sensación abrumadora y gélida, que jamás había experimentado.
Ni en todos los escritos que he leído y escrito, se podrían comparar con el miedo, la sensación de sofocación, ansiedad, pánico y vulnerabilidad en la estoy. Una trágica historia con final incierto.
Y justo cuando por fin conozco al autor de los hechos, lo primero que me roba la atención y el aliento, es que lleva puesta una máscara de una calavera.
Su aspecto es peculiar, va vestido de pies a cabeza de color negro, lo que resalta son los rasgos únicos del diseño, ya que es una media máscara, llega hasta la mandíbula, tiene sombras que resaltan los enormes ojos, la nariz, los pómulos, y ese característico cabello color gris que está peinado de lado.
Paso la poca saliva que tengo, siento la garganta seca, y retrocedo lo que puedo. Es lo único que puedo hacer, ni siquiera gritar sirve, estoy inmóvil.
Recorre el lugar con seguridad, una audacia y magnetismo que solo alguien que se salió con la suya, posee. Se posiciona en cuclillas justo delante mío y en automático, cierro los ojos, muevo mi cabeza de lado, rechazando su presencia.
Estoy temblando, y todo cambia cuando de pronto, me retira con cuidado la cinta, mueve con delicadeza mis largos cabellos de color morado. Toso sin parar y le escupo.
Escucho su risa en eco y no lo puedo creer, me es familiar.
—Despertaste, por fin… —su voz grave se clava en mis oídos y al deducir de quién se trata, me deja sin palabras.
—Te conozco.
En su rostro cadavérico, observo sus ojos que son color gris, profundos, puedo jurar que se reflejan en los míos que son café oscuro, un claro contraste que no es la primera vez que intercambian contacto visual.
En un inesperado movimiento, avienta al suelo un viejo cuaderno que causa un poco de polvo. Y por alguna razón, su esencia me deja pensativa.
—Nivara Korvenn, este cuaderno te pertenece. Y ahora que he terminado, te lo regreso —mueve sus manos al hablar con una facilidad increíble, usa guantes de cuero que combinan con sus botas altas.
Y con esas poderosas y a su vez, confusas palabras, reconozco mejor que nunca, de quién se trata.
—Eres Avelmir Nyshara… El cliente que iba cada jueves por un café americano helado acompañado de un libro de terror nuevo —aplaude cuando termino, me da la razón y siento una electricidad que recorre mis adentros.
¿Cómo era posible eso? El chico reservado con gafas, ropa de punto, gentil y respetuoso que apenas me dirigía la palabra, pero reconocía su presencia al ser un cliente habitual en la cafetería estilo librería en donde trabajo.
Es una ciudad pequeña con clima montañoso, no es difícil recordar un rostro ni mucho menos, una presencia así, sin embargo, nunca imaginé que sería capaz de tremenda hazaña. Que jugaría con la mala información sobre los términos “asocial”, al no gustarle socializar, a “antisocial”, cometer actos que van en contra de las normas establecidas en la sociedad.