El cuaderno mágico de Lili

Capítulo 12

Varios golpes secos en la puerta de la habitación de Liliane y un escándalo de locos la despertaron abruptamente.

— ¡Liliane, amor, despierta! ¡Son las cinco de la mañana y debes prepararte para ir al colegio! ¡Liliane, ya levántate!

¿Estaba sumergida en un sueño agradable o efectivamente era la voz de su madre? La muchacha clavó sus uñas en la carne del brazo para comprobarlo. Después de ver la sangre brotando por sus heridas y sentir un dolor infernal, cayó en cuenta que era cierto. El maldito cuaderno lo había hecho. ¡Había traído de vuelta a la Soledad escandalosa y exageradamente preocupada de hace años!

— ¿Liliane, hija, estás ahí?

— Sí mami, sí... ya te escuché. Dame un segundo por favor. ¡No te muevas de ahí!

Liliane pronunció estas palabras mientras dejaba caer de sus ojos un mar de lágrimas saladas. No de tristeza, sino de emoción.

— ¡No tengo tiempo para tonterías, Lili! Debo preparar el desayuno. Será mejor que te apresures. Te estaré esperando en el comedor...

La muchacha intenta levantarse de golpe para correr al encuentro de su madre, sin embargo, se detiene en seco pues experimenta un tremendo dolor en el vientre que luego se extiende a lo largo de sus extremidades. Siente como si le hubiese pasado encima un tren, un autobús y un camión juntos. Solo alcanza a amortiguar el dolor permaneciendo estática bajo las sábanas. Así por algunos segundos. Hasta que supone cuál es la causa de estos repentinos efectos.

Pasa su mano bajo la ropa y lo comprende. Ella conoce perfecta-mente su cuerpo: aunque sobre la ropa parezca delgada, en realidad no lo es. Como todas las chicas normales tenía rollitos en la cintura, espinillas en la espalda, lunares y pequeñas cicatrices, aunque ahora hayan desaparecido. Pulsa con su dedo el vientre y nota la diferencia: está tenso, tonificado, al igual que sus piernas y muslos. También nota que su piel es más delicada y tersa, como trasero de bebé. ¡Y ni se diga de sus pechos! Son tan firmes y grandes que no caben en la palma de su mano. No puede evitar soltar una risa de satisfacción, mientras se imagina mirándose de cuerpo entero en el espejo.

Entonces se olvida del dolor, del frío, de la humedad del piso de cerámica y corre al baño descalza. El cambio de imagen es tan contundente, que la única forma de expresar su emoción es con llanto. El desagradable acné que poblaba su rostro había desaparecido, dejando al descubierto únicamente el tono caucásico de su piel, el cual parecía distribuirse uniformemente en cada rincón, en cada poro de sus pómulos, frente y mejillas. La pequeña curvatura de su nariz se había corregido y hasta pudo presumir de unos deliciosos y rechonchos labios rosados. Su cabello era perfectamente castaño, voluminoso, ondulado y brillante, que cubría prácticamente sus hombros y parte del tórax, donde formaba una especie de ramillete de flores.

Sus ojos cafés se habían aclarado, mientras que las pestañas y cejas parecían talladas por los mismos dioses. Hasta cuando se miró sonriendo notó que era poseedora de unas facciones perfectas, tal como se imaginó en sus sueños más profundos y recurrentes.

Sintiéndose renovada y poderosa, regresa a la cama con el fin de buscar el cuaderno y agradecerle el favor con un beso. No fue complicado encontrarlo, pues yacía inofensivo junto a la almohada. Entonces lo apretó contra su pecho y lo llenó de besos, mientras hacía ideas de donde podía esconderlo para que nadie se atreva a acercársele y tocarlo. Decidió esconderlo en el guardarropa y mantener la puerta bien asegurada hasta al menos la tarde, porque ahora era más importante el reencuentro con Soledad y de seguro nadie se atrevería a entrometerse en el cajón de sus prendas íntimas.

Contrario a lo que pensó antes de ponerse ese uniforme tan conservador y aburrido de siempre, no lucía mal después de todo. Cayó en cuenta que siempre tuvo razón: no importa la grosería de vestido que una mujer hermosa se colocara encima, al final le sentaría más que perfecto. Obviamente tampoco quería parecerse a una hermana de la caridad, pero considerando la nueva personalidad de Soledad, de seguro que le ayudaría a resolver ese problema. ¡Después de todo ella una maestra en el ámbito de la costura!

Baja las escaleras corriendo y entra a la cocina sin saludar. Observa a su padre sentado al frente del comedor, sonriendo y disfrutando de unas tortillas de harina de maíz con queso y café. Soledad estaba de espaldas, preparando más tortillas y café como si no hubiese pasado absolutamente nada ayer. Enrique la observa y levanta las manos como tratando de encontrar una explicación lógica de lo sucedido, pero no deja de comer. Liliane camina sigilosamente con el corazón palpitándole en la garganta y deshaciéndose en lágrimas.



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En el texto hay: juvenil, drama, suspenso

Editado: 04.12.2019

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