El cuaderno mágico de Lili

Capítulo 27

Contrario a lo triste y desolado de la entrada, el interior del parque está lleno. Hay gente de toda edad disfrutando de cada una de las atracciones, puestos de comida con olores agradables y chucherías en cada esquina. También están los que venden algodón de azúcar, helados de paila y golosinas.

Ryan lleva de la mano a Liliane esquivando los grupos humanos que se amontonan en las boleterías de cada atracción y deciden comenzar dando un pequeño recorrido a todo el parque.

— Mi padre solía traerme aquí cada vez que nos daban vacaciones, desde que tengo uso de razón —dice el muchacho antes de detenerse frente a un vendedor de algodones—. ¿Gustas?

— Gracias —responde Liliane dándole un mordisco al dulce—. Ahora entiendo por qué para ti este es un lugar especial.

— No es la única de las razones, sin embargo.

— ¿Hay más?

Liliane escucha los gritos de los jóvenes que se atrevieron a treparse al Terminator (una de las atracciones mecánicas a las que más le teme desde niña) y dirige su mirada atrás para observar al gigantesco brazo de metal en movimiento. Es espantoso y despiadado, a pesar de divisarlo desde la distancia.

— Deberíamos intentarlo —dice Ryan rascándose la barbilla—

— ¡Primero muerta!

— ¿No me digas que les tienes terror a esas tonterías?

— ¿Tonterías? Te parece poco subirte a un horrendo brazo meta-lico que da vueltas mientras te abalanza de arriba abajo a sabe Dios cuantos metros de altura.

— Una vez lo intenté, sabes. Prometí no volver a hacerlo nunca.

— Cobarde... —responde Liliane irónicamente—.

Ella muerde el algodón de azúcar de Ryan y estampa sus labios melosos en su mejilla, jugando.

— ¿Te has subido alguna vez a la montaña rusa?

— En realidad me he subido a todas y cada una de las atracciones de este parque —comenta Ryan orgulloso—. Sin excepciones.

— ¿Y cuáles son las tres que más te han gustado?

— Vas a burlarte de mí si te las digo.

— Vamos campeón, sorpréndeme.

— ¡Bien! Ves la sección de ruedas moscovitas a nuestra derecha. La de la izquierda.

— ¿Bromeas? Esa es para niños menores de diez años.

— Pues sí.

Liliane sufre un ataque de risa mientras Ryan la observa desconcertado. A él no le hace gracia, pero logra disimularlo.

— En fin. Esa ocupa el tercer lugar.

— ¿Tercer lugar? Espero que el segundo sea más decente.

— ¡Madre mía que sí! Allá. En los carritos chocones.

— ¿Estás tomándome el pelo, cierto?

— Claro que no... —Ryan le da el último mordisco a su algodón. Ha estado sabroso—. Y el primer lugar es mi favorito.

Liliane termina su algodón también y ambos comienzan a caminar entre la gente, en dirección a quién sabe dónde. Luego de atravesar medio parque y comprar otro par de algodones de azúcar, ambos se detienen en la boletería del barco pirata. Pero en aquel dónde se suben los críos más cobardes.

— ¿En serio? —pregunta Liliane señalando aquel pequeño barco, que parecía más un juguete de metal y madera que una atracción seria—.

— Yo no me voy a subir a esa cosa. ¡Qué ridículo!

— Bien... tú te lo pierdes entonces.

Ryan se coloca en la fila y espera que los cuatro padres de familia que tiene en frente compren el boleto rápido. Liliane en principio se siente indispuesta de acceder a tal estupidez, pero luego se anima producto de la desesperación.

— ¡Rayos! —replica la joven reprochándose a sí misma—.

— Será divertido, ya lo verás.

Liliane se muerde los labios y decide seguirle la corriente. Él no parece avergonzado de nada, mientras la persona que tiene al frente le pregunta si tienen hijos. Obviamente el responde que no, que los boletos son para ellos. Aquel amable señor primero duda, pero luego sonríe. “Pues disfrútenlo”, dice después de un rato.

De pronto, Liliane escucha una voz conocida en medio de tanto escándalo.



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En el texto hay: juvenil, drama, suspenso

Editado: 04.12.2019

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