El cuarto de las penas

2. Alicé

San Carlos de Bariloche. 1950

 

Alicia Álvarez Herrero creció en una familia donde mamá se confundía con abuela y abuelo, con papá. A temprana edad había perdido a sus padres en un confuso accidente automovilístico por los escarpados caminos de la montaña. Fue así que, desde que lo recordaba, el hogar de Alicia había sido el de sus abuelos. Especialmente habían acondicionado para ella la habitación que había sido de su madre. Entonces había crecido con sus muñecas, sus libros e incluso algo de su ropa.

Cuando Alicé, que así la llamaban, cumplió los siete años, la abuela le plantó cara al abuelo y le insistió con enviarla al colegio salesiano. Las hermanas de María Auxiliadora tenían uno donde permanecían pupilas niñas de todas las procedencias, pero en especial aquellas cuyas familias no tenían recursos para mantenerlas durante su niñez.

Alicé era distinta. Cuando sonaba la campana, podía volver a su casa; un hogar caliente ante la chimenea encendida y los cuidados de la abuela. Sin embargo, no era ajena a la situación de sus amigas pupilas. Muchas de sus tardes las pasaba en el colegio, a donde se reunía con sus amigas a estudiar. Las niñas eran pocas, no más de diez, que cursaban los distintos grados. Alicé no hacía diferencia y jugaba tanto con las niñas pequeñas como las mayores. Además, su abuela solía preparar budines y dulces para que Alicé compartiera en los momentos de esparcimiento.

El crecimiento de la niña fue acompañado por un libro al que tenía por especial porque había pertenecido a su madre. Muchas veces a lo largo de su vida había conjeturado que su nombre se debía a esa historia. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas. Tal era el extenso título de la obra que cautivaba a Alicé.

Una vez terminado el colegio a la edad de doce años, Alicé vio partir a sus amigas de vuelta a los campos escarpados de la cordillera de donde habían venido. Ella se quedó viviendo en San Carlos, donde trabajaría en la quinta de sus abuelos con mayor ahínco que años anteriores. No obstante, Alicé tenía cuestionamientos e inquietudes que la hacían volar por encima de los zapallos o las zanahorias, tanto como sobre las frutillas y las moras.

Fue entonces que la joven de quince años se acercó a la misa el domingo 18 de abril de 1948. Ese día, la lectura de la primera carta del apóstol San Juan rezaba: «Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras» (1° San Juan 3, 18). Aunque la muchacha había leído esta palabra varias veces durante su formación escolar, escucharla en voz alta y proclamada a toda la audiencia resultó ser una epifanía. Debía amar con obras.

—Padre Guillermo, quisiera hablar con usted —se acercó al prelado después de misa. Ya todos habían abandonado la bella capilla salesiana.

—Alicé, es un gusto verte como siempre en la misa dominical. ¿Quieres hacer una confesión?

—No, no. Bueno, no creo que haya pecado tanto desde la última vez… —Se iba por las ramas—. Quería pedirle un favor.

—Claro, ¿en qué puedo ayudarte? ¿Tus abuelos se encuentran bien?

—Sí, sí. Ellos están bien. Soy yo. Hoy durante la misa, oía las lecturas y una me ha interpelado como nunca antes. Esa de amar con obras.

—Hija, ¿acaso creés que tenés una vocación religiosa? —Alicé notó cómo el padre Guillermo se emocionaba ante esa posibilidad.

—Pues, no. —La ilusión del sacerdote se hizo trizas.

Entonces la joven le contó sus ganas de hacer algo por los necesitados. Y que creía que el mejor lugar para hacerlo era el hospital salesiano que estaba junto a la capilla. Allí, el padre Guillermo era el único médico. Alrededor de él y de los pacientes, un pequeño grupo de enfermeras donaban su tiempo para cuidar de todos y de todo.

—Si entrás en el hospital, no serás enfermera enseguida. Vas a tener que trabajar mucho, limpiar, lavar pisos y trastos, planchar sábanas y toallas, preparar vendas. Será mucho trabajo para alguien tan joven. ¿No preferís esperar unos años?

Alicé sopesó las posibilidades. Y se dijo que, cuando Dios te llama desde el púlpito en medio de la misa dominical para que hagas obras tus palabras, entonces una debe contestar afirmativamente.

Así fue que empezó la carrera de Alicé como mucama en el hospital. El abuelo había puesto el grito en el cielo. No quería saber nada de su nieta lavando sábanas mugrientas ni cepillando pisos de rodillas. Pero, ante todos los pronósticos negativos y todas las protestas, la muchacha no se dio por vencida.

Fue bajo la tutela de la señora Matilde que Alicé pasó de mucama a aprendiz de enfermera. Sus primeras tareas de cuidadora se mezclaban con sus quehaceres de mucama. La transición fue lenta, pero la señora Matilde se aseguró de preparar a Alicé para ser una enfermera útil, agradable, paciente y capaz de realizar cualquier tarea que le asignaran.

El camino de Alicé era festejado veladamente por su abuela, quien creía que eran tiempos de cambios y su nieta bien podía forjarse un futuro por sí sola antes de unirse a un marido. En Europa, la guerra había terminado y los países unían sus pedazos y hacían funcionar lo que había quedado en pie. En la Argentina, el flamante gobierno del General Juan Domingo Perón impulsaba la economía hacia la industrialización. Su mujer, Eva Duarte de Perón, llamada Evita por el pueblo, era una líder de la rama femenina del nuevo gobierno.

El abuelo, por su parte, refunfuñaba por lo bajo ante las noticias que llegaban sobre logros femeninos. Especialmente, si tenían que ver con historias de las mujeres en la cruz roja en los frentes de batalla europeos. Sostenía que lo único que hacían era llenar de ideas raras la cabeza de su nieta. Las mujeres estaban hechas para la casa y los niños. Las enfermeras debían ser mojas, mujeres dedicadas completamente al cuidado de los pacientes. Pero no, su nieta tampoco debía ser monja.

Para contentar a ambos, Alicé trabajaba con ahínco en el hospital y hacía lo mismo en la quinta familiar. Su cocina variada y hecha con tanto amor llenaba el contento de sus abuelos, que la imaginaban, una entregando a los desfavorecidos, el otro, cocinando para su marido.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 25.01.2023

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