El cuarto de las penas

4. Remembranza

San Carlos de Bariloche. 1950

 

Receta de apfelstrudel o strudel de manzana alemán

 

Ingredientes:

Para la masa:

2 tazas de harina de trigo

1 huevo

Agua, cantidad necesaria

Sal, una pizca

1 cucharada de aceite

 

Para el relleno:

7 manzanas

½ taza de pasas

4 cucharadas de ron

Nueces

Pan rallado

½ taza de azúcar

Jugo de un limón

30 gramos de manteca

 

Elaboración:

Se maceran las pasas en el ron caliente durante un día.

Mezclar la harina con el huevo, el aceite y la pizca de sal. Se mezcla y se deja reposar la masa unos veinte minutos aproximados.

Pelar las manzanas y quitarles el corazón. Cortarlas. En una sartén precalentada con manteca, ponerlas a dorar. Agregar más manteca. Poner el fuego alto. Agregar el azúcar y el jugo de limón. Cuando estén listas, sacar del fuego y dejar que se enfríen. Añadir las nueces, el pan rallado, las pasas y remover.

Volver a la masa. Dividirla en dos partes iguales. Estirarla y untarla con manteca.

Poner el relleno en uno de los bordes de la masa. Enrollar el strudel y cerrarlo. Llevarlo al horno por media hora aproximadamente. Sacar, espolvorear con azúcar y dejar enfriar.

 

Helga se tomaba dos horas por la mañana para hacer el postre cuya receta había heredado de su madre y con el que deleitaba a su marido e hijo. Era así en cada ocasión especial: cumpleaños, celebraciones varias, diplomas y, por supuesto, la entrada de su hijo a la Hitlerjugend (abreviado HJ). Eso había sucedido bajo el mandato de Baldur von Schirach, quien estuvo frente a los jóvenes por nueve años, entre 1931 y 1940. Su hijo tenía trece o catorce años. Según su padre, ya era todo un hombre. Ella solo esperaba que sus nuevos amigos fueran tan correctos como se esperaba de los jóvenes que serían los soldados del Tercer Reich.

La cocina de Helga era el lugar privilegiado donde ella pasaba prácticamente todo el día, ya fuera cocinando, cosiendo, remendando, tejiendo. La guerra se olía en el aire. Los jóvenes hitlerianos jugaban a las trincheras con fusiles livianos con los que aprendían a disparar. Algunos tenían buena puntería y otros, no tanto. Los instructores se ocupaban entonces del grupo más avanzado y dejaba a los demás para que fueran, en el futuro inmediato, carne de cañón. El grupo predilecto tomaría posiciones detrás de los grupos de asalto o serían entrenados como francotiradores. Todo eso ya se hablaba entre los instructores, en el mayor silencio posible.

Las demás madres eran como Helga. Veían cómo los hombres llegaban de la fábrica y de los distintos trabajos con caras largas. Traían el periódico del día bajo el brazo. Pedían carne y papas, pero a veces no se conseguía carne. Pronto, también empezaron a escasear otros alimentos.

El strudel que Helga hacía iba perdiendo ingredientes conforme Hitler declaraba la guerra al resto de Europa. En algún momento, las manzanas empezaron a ser racionadas. Pero a ella no le interesaba eso, mientras su hijo fuera uno de los preferidos de los jefes de la Juventud Hitleriana. Oírlo gritar «Blunt und Ehre!»[1] era para ella un motivo de satisfacción. Nada faltaba mientras hubiera orgullo en la familia.

 

Cuando Helga tuvo que abandonar Berlín y Alemania y partir en busca de su suerte, llegó a un país donde nada escaseaba. Finalmente, gracias a un pariente lejano que se apiadó de su suerte, llegó a un oasis donde las manzanas crecían en tantos árboles y en tal cantidad que nunca se quedó sin ingredientes para su strudel.

En San Carlos de Bariloche, esa aldea que las gentes llamaban la Suiza argentina, Helga fue feliz. Más aún cuando llegó su hijo.

Perdón. Error de tipeo. Su sobrino Pierre Roux llegó en 1948 con veintiséis años de edad y listo para trabajar a la par de su tío en la quinta. Helga lo recibió como a un hijo. Su llegada se consideraba una ocasión especial: era día de strudel.

 

 

[1] Blunt und Ehre!: voz germana. ¡Sangre y honor!



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 25.01.2023

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