El cuarto de las penas

9. Lecturas

San Carlos de Bariloche. 1950

 

En la aldea había una biblioteca atendida por una señora que supo ser maestra pero ya sentía los nervios viejos para escuchar el ruido constante del aula. Aun así, todavía era llamada señorita Elda.

La Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento se encontraba en el Centro Cívico de la localidad. Antes, antes de la llegada de Pierre y del nacimiento de Alicé, la biblioteca había sido fundada por Marta Verón de Mora, docente y directora de la escuela nro. 16, junto a otros vecinos y docentes. Esto había pasado aproximadamente en el 1927. Los libros habían llegado en tren y en carreta desde Buenos Aires; desde donde llegaba casi todo lo bueno. Al menos eso creían las jovencitas como Alicé y sus amigas, quienes hubieron inmiscuido polvo de maquillar en las habitaciones de las alumnas del Instituto María Auxiliadora. Todo con justo resultado que ningún padre ni abuelo (era el caso de Alicia) reprobó.

Entraba septiembre de 1950 en el calendario cuando Alicé cruzó las puertas de la Biblioteca Popular. La señorita Elda la recibió con sonrisas, contenta de no tener que volver a regañar a esa niña tan completa de ocurrencias. Había sido su tutora algunos años cuando la joven no era más que una niña.

—Hoy me he cansado de leer el periódico de Nahuel Huapi. No sé qué es peor, si leer sobre la guerra o sobre los asuntillos de los ganaderos. Por eso, con tu anuencia o sin ella, he traído para leerte Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas. Es un libro de Lewis Carroll, un británico que hacía de todo y además tomaba fotos de la gente. Así conoció a Alicia, la de verdad. A ella le escribió este libro. Mi abuela dice que mis padres eligieron mi nombre en honor a este libro, porque es el que leía mi madre la tarde que conoció a mi padre. Nunca sabremos la verdad de la leyenda, porque bien que mis padres se la llevaron al fondo del peñasco. Y que en paz descansen, como diría mi santa abuela.

Alicé había llegado al hospital salesiano a cubrir el turno de la noche. Mientras anochecía afuera de la ventana y la luz se escurría por entre el follaje, la enfermera decidió leer algunas líneas a su considerado nuevo amigo Pierre. Antes le acomodó la almohada, lo puso de lado y revisó que nada obstruyera su intravenosa. Luego se sentó en la silla reservada a los visitantes y que casi había hecho suya desde la noche en que llegara el paciente francés.

—Capítulo 1. En la madriguera del conejo. Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿De qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia.

Alicé suspiró profundamente. Pierre era el único paciente internado y, si la noche estaba tranquila, solo la llamarían para atender un dolor de cabeza que no cesa o los cólicos intestinales de algún niño pequeño.

Ella leía cuando sintió un cambio en su amigo. Alicé lo miró fijamente, para saber de qué se trataba, y notó el leve temblor del muchacho. Dejando el libro sobre la silla, tomó una toalla húmeda y agua fresca y comenzó a lavar el torso, el cuello, los brazos y la cabeza del paciente. Todo ello lo hacía sin dejar de hablarle, en la esperanza de que su voz lo trajera por el túnel por el que se estaba yendo.

La fiebre tendía a Pierre en un estado de ensoñación intermitente. La verdad es que había esperado todo ese día para escuchar la voz de Alizée, como él pronunciaba su nombre en su cabeza. Sintió sus manos pequeñas sobre su torso y luego al lavar sus brazos. «¡El tatuaje, no!», pensó sin poder hablar. Sin embargo sintió que las manos de la enfermera lavaban también sobre la cicatriz que había debido hacerse para disimular. Lástima que no lo había hecho bien, pues parte del rombo se notaba todavía rodeando la piel chamuscada. Con ese pensamiento, Pierre volvió a caer en un sueño intermitente. La idea de estar a solas con Alizée le parecía romántica, de haber estado despierto para poder responder a sus palabras.

Cuando llegó la hora de la cena en la colonia, la abuela trajo a la muchacha un cuenco de verdura hervida con carne en especias. El calor de la comida sumado al efecto de las especias haría que la noche de Alicé fuera mucho más caliente. Efectivamente, cuando terminó la cena junto al paciente dormido, se sintió llena y tenía las manos tibias. Para compartir ese calor, acercó sus palmas a las manos de Pierre y las dejó ahí un momento. Cuando juzgó que había hecho un buen trabajo, las cubrió con la manta tejida que abrigaba al muchacho.

Todavía era temprano para dormir, algo que haría en la cama vecina. Entonces volvió a abrir el libro en donde había quedado y siguió, como si Pierre estuviera ansioso por oír el relato:

—Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.

Alicé continuó a lo largo del primer capítulo. Cuando lo hubo terminado, constató en su reloj de pulsera que ya eran las once de la noche. Dada la hora, consideró que ya podía trabar las puertas del hospital y dejar que los posibles enfermos que llegaran llamaran con la campanilla que colgaba afuera. Dejó encendido un último farol y lo apoyó en el pasillo, para no molestar en demasía a Pierre Roux. Luego saludó a su paciente y, en un arrebato, le besó la frente.

Pierre sintió los labios llenos de la muchacha que lo cuidaba. Ya había terminado con el capítulo de Las aventuras de Alicia y ahora se disponía a dormir. Sin embargo, antes lo había besado. Y esa era la primera vez que lo hacía. Ese era también el primer beso que recibía de una muchacha. Quizás no contara como tal por estar él en una suerte de sueño constante, ¡pero qué lindo se había sentido! Ojalá hubiera podido corresponder con una sonrisa. Cuando se durmió de nuevo, lo hizo pensando en que, a pesar de estar dormido, una historia ya se gestaba entre Alizée y él.



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En el texto hay: historia, amor

Editado: 25.01.2023

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