Jugaba alegremente con la muñeca de trapo que mi padre me había regalado por mi cumpleaños número siete. Por la ventana entreabierta se escabulle, cada cierto segundo, una ola de viento invernal. Era 24 de diciembre y esperaba ansiosa de que llegara la hora de poner mi carta bajo el árbol de navidad. En la carta había escrito todos los juguetes que deseaba y también, pero no menos importante, le pedía a Papá Noé que me concediera el deseo de poder entrar al cuarto secreto de mi hermano mayor.
Sí, Matías era mi hermano favorito y el único, él era mucho más grande que yo, siempre jugaba conmigo aunque llegara cansado del trabajo, pero nunca me dejaba entrar a su cuarto secreto. Su cuarto secreto no era su habitación, se encontraba en el sótano de la casa. Él se encerraba ahí por horas y cada vez que lo hacía se escuchaban ruidos de metales.
Mi mamá era muy curiosa al igual que yo. Una vez que mi mami bajó al sótano sin permiso de mi hermano, ya no la volví a ver. Matías me dijo que ella tuvo que irse al pueblo donde vivía la abuela porque no se encontraba bien de salud.
Mi padre era de la misma estatura que mi hermano, tenía una mirada fuerte, casi no hablaba, pero yo sabía que él nos amaba mucho. Tampoco he visto a mi padre desde el día en que mi madre fue a ver a la abuela. Matías me dijo que él tuvo un viaje sorpresa por parte de su trabajo. No sé cuándo volverá. Supongo que pronto porque toda su ropa está en el armario al igual que la ropa de mamá.
Matías siempre me dejaba el desayuno listo antes de irse a trabajar, él volvía al medio día a almorzar y se volvía a ir.
Justo hoy, veinticuatro de diciembre, mi hermano me dejó el desayuno como de costumbre, pero a lado del plato de panqueques humeantes había una nota escrita con su letra, “No volveré hasta el atardecer. Hay fruta picada en el refrigerador, hoy cenaremos pavo. Te quiere, Matías”. Cuando leí la nota me puse triste, estaría sola por un buen rato.
Me había aburrido de jugar con mi muñeca, en la televisión sólo pasaban especiales de navidad que no eran de mi agrado, la ventana cada vez se abría más por la fuerza del viento y las manecillas del reloj se movían a una velocidad constante, “5:32 PM” marcaba el reloj. Dejé mi muñeca sobre el suelo y caminé hasta la puerta del sótano. La puerta era blanca y estaba un poco desgastada, era demasiado alta, pero podía tomar el picaporte sin ninguna dificultad. Mis manitas me temblaban, pero era mucha mi emoción de descubrir lo que mi hermano favorito hacía en su cuarto secreto. Así que, con un poco de nerviosismo, giré el picaporte. El sonido del seguro siendo abierto y el chirrido de la puerta hicieron que mi estómago tuviera un brinco inesperado. Podía sentir como mi corazón latía muy rápido y veía el vaho que se formaba cada vez que el aire salía por mi nariz.
Abrí la puerta despacio como si no quisiera que nadie, incluso nuestros vecinos, se dieran cuenta de la fechoría que estaba cometiendo. Pude divisar una escalera de madera, su color se parecía al lápiz que utilizo para colorear los troncos de los arboles. Ya no podía ver más, el cuarto secreto estaba oscuro y sólo podía ver una parte de la escalera gracias a la luz que se encontraba a mis espaldas.
Di un paso dentro de la habitación y un olor putrefacto inundó los orificios de mi nariz, en un instante tuve el reflejo para vomitar, pero tapé mi nariz y boca con la palma de mi mano. Negué con la cabeza al pensar en lo sucio que puede ser mi hermano.
Con una mano en mi nariz y boca, y la otra sobre el barandal de la escalera, bajé despacio y con mucho cuidado para no caerme. Con cada paso que daba, cada vez mi vista se acoplaba a la oscura habitación, sin embargo, no podía ver más allá de un metro de distancia.
Cuando dejé atrás todas las escaleras, busqué a tientas un interruptor para ver mejor la habitación. Podía imaginar toda clase de cosas que podría tener Matías: libros, calcetines sucios, su guitarra, ropa regada por el piso, platos sucios, imágenes que colgaban de la pared.
Mi mano encontró un interruptor y, cuando el foco de luz iluminó el sótano, vi a papá y a mamá colgados, sus pieles ya no eran blancas ni cálidas, eran azules y frías. A papá le faltaba un brazo y a mamá le faltaban los ojos. Un fuerte dolor brotó en mi cabeza y caí al suelo.
***
Abrí mis ojitos, ¿ya es navidad? Observé la espalda de mi hermano, llevaba puesto el uniforme de la carnicería en donde trabajaba. Escuchaba un sonido metálico, era un sonido que escuchaba mucho cuando acompañaba a mamá a comprar carne para la cena, cuando se choca un cuchillo con otro para afilarlo.