El cuerpo del hijo

20

—María... ¿qué hacés?

Al  levantar la cabeza, el asombro fue mayúsculo. Dinorah estaba ahí, en su patio. ¡Había cerrado muy bien las puertas antes de comenzar la excavación!  ¿Cómo era posible que estuviera allí?

—¿Co-cómo entraste? —preguntó, confusa.

El semblante de su amiga denotó cierta sorpresa, a la vez que sonrió ligeramente.

—¡Por la puerta, claro! Estaba abierta. —Dio unos pasos hacia ella— ¿Qué estás haciendo?

—¡No te acerques! —María levantó la pala en posición defensiva. Estaba transpirada y exhausta, llevaba cavando ya un buen rato y el calor se le hacía insoportable.

Dinorah, sin perder la calma, le mostró la desnudez de sus manos, elevándolas apenas.

—De acuerdo, de acuerdo... no te enojes —dijo con voz muy suave—. Solo quiero saber qué estás buscando; por ahí te puedo ayudar... 

María la miró con desconfianza y expresó lo primero que le salió.

—Estoy...preparando la tierra para...unos plantines que fue a buscar Lorenzo.

—De acuerdo... ¿querés que, mientras vos hacés eso, yo vaya preparando unos mates?

Asintió con la cabeza sin dejar de preguntarse cómo había hecho para entrar en la casa. Estaba completamente segura de haber cerrado todas las puertas y las ventanas. Recordó entonces el llavero colgando en la puerta de entrada, bamboleándose como si alguien hubiera entrado o salido. ¿Era posible...? Negó con la cabeza y observó.

La intrusa se alejó con lentitud hacia la cocina, mirándola de reojo. Como si le temiera. 

¿De dónde conocía Dinorah a los Ochoa? El cuento de la amiga de Raquel que era, a la vez, su empleadora, se le hacía éso precisamente: un cuento.

 Además, ¿por qué los Ochoa habían jurado no tener familia ninguna y de pronto les apareció una hermana que falleció justo cuando ella dio a luz, dejándola sola en aquel hospital? ¿Sabría algo Dinorah? ¿Hasta qué punto conocía su amiga a sus vecinos? 

Avanzó despacio hacia la cocina con la pala en la mano. Se lo preguntaría directamente, había muchas respuestas que tendría que darle. De paso, descansaría un poco de tanto excavar.

 

*

 

La tarde caía a plomo con un calor agobiante cuando Olivia, al fin, terminó su jornada laboral y se encontró con Pastor en la confitería El pueblito, distante unas cinco cuadras del nosocomio en el que ambos trabajaban y donde solían escurrirse para no ser vistos. En el fondo del local podían encontrarse mesas para dos comensales, separadas entre sí por coquetas mamparas opacas.

—¿Vos atendiste a Lucila Sandoval? —fue lo primero que le preguntó la enfermera, incluso antes de besarlo en los labios para saludarlo. Actitud que llamó la atención del joven doctor.

—No me resulta familiar, el nombre... ¿De qué fecha hablamos?

Olivia sacó unos papeles de su mochila y, luego de sentarse, se los entregó. 

—«La embarazada ingresó de urgencia el 21 de diciembre 2011, en horas de la tarde, acompañada de su marido y...» —leyó Pastor—. ¿Quién es Raquel Ochoa? —preguntó levantantando la cabeza del papel.

—¡La vecina de los Centeno  ¿Te das cuenta? ¿Por qué los acompañó la vecina?

El médico levantó los hombros, pensativo, y continuó leyendo. La hoja clínica era muy similar a la que su novia le había mostrado antes, la que le habían entregado a los Centeno.

—¿Por buena vecina? —cuestionó el muchacho sin mucha seguridad, dejando los papeles a un lado de la mesa. El camarero se había acercado con el pedido realizado: sándwiches y cerveza. Se lo merecían luego del arduo día de trabajo y el agobiante calor.

—¡Demasiado buena vecina! —enfatizó con ironía la enfermera mientras tomaba un sándwich de apetitosa apariencia—. También acompañó a María y a Lorenzo cuando ella fue a parir...

Pastor tomó la botella y sirvió sendas copas. —Me pregunto si la muerte de los Sandoval habrá tenido que ver con la pérdida del bebé de Valentino y Lucila —consideró el muchacho.

Olivia llevó una copa a los labios y lo miró, pensativa. 

—La vecina las acompañó a las dos...es...raro porque de acuerdo a los papeles, las dos fueron ingresadas de urgencia y con tiempos de gestación prematuros... —precisó con el entrecejo fruncido, para luego señalar—: Es difícil pensar que una mujer que acaba de perder un bebé vuelva a su casa con la fuerza suficiente como para ayudar a su marido a matar a sus suegros y luego huir con él ¿no te parece?

—Y por dinero además —concordó el médico engullendo su  bocadillo.

—Acá hay algo raro... ¿Supiste algo más de la investigación sobre la muerte de la doctora López?

—Que el asesino buscaba algo en su departamento. La policía no sabe qué puede ser porque aparentemente, no faltaría nada... Es muy extraño...

—Lo es, sí... Pastor... —El joven levantó la mirada—. No tenemos que contarle a nadie todo esto.

—Deberíamos  ir a la policía.

—Le entendí a María que el primo de Lorenzo, que vino por estos días, es policía, a él le vamos a contar.

—De acuerdo. Yo hago lo que vos me digas.  Ahora, te advierto una cosa —dijo señalándola con otro sándwich—, si pierdo mi trabajo por todo esto, vas a tener que mantenerme vos.

Olivia sonrió con picardía. —Con gusto —concluyó, guiñando un ojo—. Terminemos esto y vamos a casa de los Centenos.

El médico suspiró su consentimiento, hubiera preferido ir a su pequeño departamento céntrico a ducharse y acostarse a dormir, que buena falta le hacía.

 

*

 

El abogado tranquilizó a ambos primos. No había evidencia alguna que colocara a Lorenzo en la escena del crimen; todo indicaba que la médica había sido asesinada dentro de su propia vivienda, cuya dirección era desconocida para el camarero. Se sabía, además, que Carina López le había abierto la puerta a su verdugo; es decir, que lo conocía y hasta habría tomado una copa con él. Según pudo averiguar el facultativo, en las casi tres horas que los primos permanecieron en su despacho, la mencionada copa estaba siendo analizada en los laboratorios forenses. Era imposible que se encontrara en ella alguna huella de Lorenzo Centeno.




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