El cuerpo del hijo

21

El impacto de Bruno ante aquella visión fue tal que su cuerpo tambaleó, llamando la atención de los médicos forenses que trabajaban en el lugar.

—Estoy bien, estoy bien —declaró. ¿Cómo explicarles que de verdad había «cosas raras» en la casa? ¿O sería que el stress de lo sucedido desde su llegada le estaba pasando factura?

En el patio, otros policías continuaban con la excavación.

—Alguien te busca —le informó una oficial regordeta, que debía rozar la estatura mínima requerida para integrar la fuerza.

Miró de reojo a los técnicos, que embolsaban cuidadosamente el celular de Dinorah y caminó con pasos inseguros hasta la puerta.  

—Hola, soy Olivia —se presentó una bonita chica acompañada de un muchacho delgado—, y él es el doctor Pastor Carriego. ¿Vos sos Bruno?

—Sí. —Extrajo sus documentos del bolsillo por la costumbre adquirida, identificarse siempre—.  Lorenzo me habló de ustedes... me gustaría hacerlos pasar pero...

—¿Qué sucedió? —preguntó la joven.

Les contó lo ocurrido con cuanto detalle recordó. Olivia se mostró profundamente consternada por la detención de María y la posibilidad que estuviera implicada en un asesinato. Pastor Carriego, tan impresionado como su novia, se preguntaba, por dentro, cómo fue que había terminado involucrado en semejante historia.

La enfermera y el médico también le informaron todo lo que habían averiguado en los archivos del hospital. 

Mientras concordaban los pasos a seguir para ayudar a la pareja, Bruno vio un automóvil arrancar a gran velocidad, a pocos metros de allí. Instintivamente, miró la hora en su celular y memorizó los números de placa, marca, modelo y color del vehículo. Dentro, iban tres personas. Estaba seguro que eran los  Ochoa, ¿quién sería el tercer ocupante? Le pareció una mujer. Levantó el teléfono en modo cámara y gatilló hasta que el auto dobló en  la primera esquina bajo la mirada estupefacta de la enfermera y el médico.

—¿Esos eran los vecinos? —preguntó la chica. Bruno asintió mientras revisaba las fotografías que había tomado— ¡Estoy segura que están implicados! ¡Se están escapando!

—Tranquila —replicó el policía—, acabo de enviar las fotografías a la comisaría Treinta—. ¿Me podés pasar las fotos que tomaste de la computadora del hospital?

Olivia dudó y consultó con la mirada a Pastor, quien entornó los párpados, resignado. Ya estaban hasta el cuello.

—¿Imprimiste algo? —quiso saber Bruno.

—No. No me animé.

—No importa, tal vez con esto basta para conseguir una orden... No está nada fácil pero lo intentaré. Ustedes vayan a descansar, que tienen unas caras...

—Estamos fundidos —explicó el galeno  con un suspiro— ¿Escuchaste del accidente que hubo?

—Sí, algo.

—Tuvimos el hospital repleto.

—Bueno, vayan, mañana hablamos.  Acá tienen para rato todavía —dijo, señalando el interior de la casa—. Después, espero poder ir a ver a los chicos.

—¿Adónde se los llevaron?

—María está en el Ramos Mejía¹, internada  y con custodia. Lorenzo está con ella. Mañana les cuento y, si pueden, colecten más información.

—¿Más información que esa? —preguntó el médico, atónito—. ¿Qué más que eso puede haber?

Bruno lo miró con el mismo asombro, pero por otras razones, se preguntaba si era posible que un hombre de treinta y pocos, que estudió una carrera profesional y ejerciendo en un hospital público podía ser, de verdad, tan inocente. Sacudió la cabeza con un suspiro.

—Si como ustedes dicen, esa chica Lucila...

—Sandoval —apuntó Olivia.

—Exacto. Pasó por una historia «demasiado» parecida a la de María y, a las dos las atendieron personas que dijeron llamarse como ustedes... es porque hay algo más complejo detrás ¿se entiende? —Carriego frunció el entrecejo; estuvo a punto de protestar, pero Bruno se adelantó—: Los papeles son del hospital  ¿verdad? —La pareja asintió—, en ambos casos hay dos bebés que desaparecieron...

—¡Pero Lucila y el marido desaparecieron con el niño! —terció el médico.  

—Eso no se va a saber hasta que hallemos a alguno de los tres,  vivos o...

—¡Sargento Centeno! —interrumpió un policía desde el interior de la vivienda. Bruno giró hacia él—. Encontramos algo.

—¡Voy! —Se volvió hacia la pareja—. Vayan a descansar, mañana hablamos.

—¡Dios mío! —murmuró Olivia al subir al auto—. Creo que lo que Bruno quiso decir es que podría haber una especie de organización de robo de bebés.

—¡¿En el hospital?! —se alarmó Carriego; su novia afirmó moviendo la cabeza con preocupación.
 

*

El cuerpo de Dinorah ya estaba listo para ser  trasladado a la morgue. Bruno pasó por su lado con gran aprensión;  así y todo, le  preguntó a uno de los técnicos:

—¿Se sabe cómo fue a parar ahí esa chica?

El muchacho movió la cabeza tensando los labios.

—¡Es extrañísimo! Es como si hubiera sido «lanzada» por la ventana... O como si ella misma se hubiera tirado... Hasta que no estudiemos mejor el cuerpo no lo sabremos. Por ahora, es algo muy raro... La chica que estaba con ella no tenía la fuerza suficiente como para levantarla y arrojarla por la ventana ¿no te parece?

Bruno concordó con el hombre y recordó la tétrica imagen de esas dos sombras que había visto hacía un rato. La piel se le erizó. ¿Sería factible que ellas fueran las culpables...? ¡Pero qué estaba pensando!

Sus piernas se aflojaron cuando, al llegar al patio, volvió a ver esa sombra inmunda y oscura junto al chico rubio, que esta vez no sonrió, sino que miraba con tristeza el foso que había abierto la policía en suelo.

—¿Qué encontraron? —preguntó con cierto reparo.

—Un bloque de yeso. 

—¡Acá hay otro! —gritó otro uniformado, a dos metros de ellos.

—¿Bloques de yeso? ¡Qué extraño!

—Vamos a tener que llamar a una grúa para sacarlos. Necesitamos que el juez lo autorice... 




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