El Cuidador

C A P Í T U L O 2

El impacto del encuentro con aquella mujer lo mantenía confundido y el silencio intencional de su hermano en las cartas lo dejaba cada vez más intrigado. Xavier leyó la carta una y otra vez, era escueta: no decía mucho y lo decía todo al mismo tiempo.

Hermano, te extraño.

Gracias por recibir a Mar, no tiene donde estar, no tiene a nadie, ni siquiera me tiene a mí, estoy muy lejos, ella se quedó desamparada, la hice mi esposa cuando su padre murió y me casé con ella para evitarle las desgracias que la esperaban; por desgracia, la guerra comenzó. Marcos Estrada cobró buena suma por dejarla sana y a salvo en casa. Ese hombre, está haciendo otra cosa para mí. Espero pronto recibir noticias suyas y poder contarte todo. Confío en ti.

Te extraño y te amo, hermano.

Abel Irazábal.

Soltó un suspiro. No mencionaba que su mujer fuera ciega. La oyó salir de la habitación. Ella llevaba un vestido hasta las pantorrillas, de margas largas, con estampado de flores amarillas, y su cabello envuelto en una toalla, apreció su rostro: hermosa. El color de sus ojos era lo más fascinante, eran parecidos al azul del mar bajo la noche cuando un rayo de luz lo cubre por segundos: metálico, apagado. «Claro, su ceguera», pensó Xavier.

—No es bueno que estés descalza —dijo al notar sus pies sobre la madera.

Ella se mordió el labio inferior con gesto infantil, encogió los dedos de sus pies que encima de la madera oscura resaltaban por su blancura.

—¿Sufres algún tipo de retardo mental? Debe ser eso, por eso mi hermano se compadeció de ti, siendo tonta, claro, corrías peligro. Quiero entenderlo. —Se quedó mirándola, habló más para él que para ella.

Seguro corría peligro como mujer, sola y tonta, la chica de facciones simples y gesto infantil tenía además una anatomía llamativa, tenía veinticuatro años, no era delgada, más bien rellena sin ser gorda. Su abdomen se veía plano, pero sus pechos, cadera y trasero, se veían rellenos, así como sus mejillas y brazos.

—¿Dónde estabas metida? ¿Por qué te ves como si comías todos los días? —inquirió confundido.

El país entero estaba en medio de una escasez de alimentos, aún con dinero era difícil conseguir buena comida, o comida en lo absoluto; la mayoría lucia como el hombre que la dejó en su puerta: cadavérico. Él administraba sus raciones, ahora con ella debía ser más cuidadoso, pero comía, no estaba en extremo delgado, sin embargo, podía reconocer que tuvo tiempos mejores en cambio la chica se veía robusta.

—Tenía comida —respondió con simpleza.

—Hablemos. Siéntate.

La vio dar pasos inestables hasta el sofá, tanteó y se sentó, al hacerlo, soltó un leve suspiro.

—Mar, solo estamos tú y yo en esta casa. Debemos dividirnos las tareas, entiendo tu condición, algo podrás hacer, no quiero que seas una carga, no puedo permitirlo.

—Sé cocinar, lavar, limpiar, todo eso —interrumpió entusiasmada.

—Tampoco quiero que rompas las cosas.

—Andaré con cuidado.

Xavier moría por preguntarle de su relación con su hermano, ¿cómo se conocieron? ¿En qué momento se casaron? ¿Cómo murió su padre? ¿Qué era eso que Abel esperaba saber y que el aquel hombre investigaba?, pero no se atrevía, fue ella quien le habló de él.

Rio. Xavier alzó la vista, salió de sus pensamientos.

—Abel es amable.

—Mi hermano es un buen hombre.

—¿Qué hay que hacer? —preguntó con la sonrisa intacta en su rostro.

No se parecía para nada a la chica asustadiza y temblorosa que llegó a su puerta bajo la lluvia hacía unos minutos. Sonreía y proyectaba seguridad.

—Hay un gallinero y un pequeño establo, hasta ahora hemos estado a salvo, estamos bastante lejos del resto del poblado —respondió a secas.

—¿Es peligroso aquí?

—Pues todos los lugares son peligrosos cuando hay una guerra en pleno desarrollo.

—Abel insistió en que me pusiera a salvo, me aseguró que contigo lo estaría.

—Mi hermano me tiene mucha fe, Mar. No soy más que un abogado, inútil, en esta situación.

La chica sonrió con gesto amable.

—Él estaba muy seguro de poder ponernos a salvo contigo.

—¿Ponernos? ¿Estás?... embarazada —exclamó.

La chica negó riendo ligero.

—A mi hermana y a mí.

—¿Dónde está ella?

—No lo sé.

Xavier la miró aliviado, «una boca menos», pensó. ¿Qué sería aquella historia sobre su hermana? ¿Su padre? Moría por preguntar y saber, decidió tener paciencia, ya se enteraría de todo.

—¿Por qué es la guerra? —preguntó la mujer.

Sonó un trueno, ella se sobresaltó, se mantuvo en silencio con la cabeza gacha.

—Es un trueno, la lluvia comienza a arreciar. Por suerte para ti, en tu habitación no hay goteras.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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