El Cuidador

C A P Í T U L O 3

Xavier observó horrorizado la cantidad de huevos rotos sobre la mesa del comedor, la chica batía con habilidad una mezcla en un envase donde él acostumbraba a hervía agua para preparar  té. Estaba de espaldas y tarareaba una canción.

—¿Qué haces? —espetó.

Ella se giró con brusquedad por lo que la mezcla cayó al suelo, él cerró los ojos y aspiró aire con dramatismo. Ya casi no quedaban huevos, ella los echaba al piso, sintió un impulso casi incontenible por gritarle, se contuvo. «La chica es ciega».

—Lo siento, solo hago lo que me dijiste, no quiero ser una carga.

—Así lejos de ser una carga eres un estorbo. Te prefiero inútil, siendo una carga que un estorbo.

La chica hizo una mueca triste con la boca, se meció nerviosa.

—Retiro lo dicho, no eres amable —susurró, se mantuvo cabizbaja.

—No, no lo soy, te lo dije. Tengo que limpiar este desastre ahora.

—Yo puedo…

—No, no, ve a llevar aire fresco, no toques nada.

—De verdad puedo ayudar, solo necesito acostumbrarme a los espacios.

—No, sal de mi cocina.

La mujer salió de su vista dando pasos inseguros y con la cara roja. No había nada que hacer con lo que estaba derramado en el suelo, estaba perdido, pensó por un segundo usar la clara de los huevos derramada para los animales, ya antes la chica había derramado un poco de harina.

Suspiró frustrado. Limpió con paciencia el desastre, desde que se quedó atrapado por la guerra en el que fuera su hogar de la infancia, se dio cuenta de que las tareas domésticas podían servirle de ejercicio para tranquilizar su mente, no hacía más que estar con los animales, leer, hacer su aseo personal y el del lugar, lo tomó como un ejercicio más y limpió.

Tras limpiar preparó el desayuno, sirvió pan y leche, sin huevos, hizo un poco de té y buscó a la chica. La encontró sacudiendo los cojines del sofá de la pequeña sala. Se detuvo cuando él se acercó. Quedó intrigado.

—El desayuno está listo.

—No quiero que me encuentres sin hacer nada. No seré un estorbo.

Se aclaró la garganta. Agradeció en su mente que la chica fuera ciega porque jamás lo admitiría en voz alta, sintió un poco de vergüenza por su reacción.

—No desayunaremos huevos, hay menos té, debí usar otra olla, el olor de huevo no se irá tan fácil de la que usaste para batirlos.

—Lo siento.

—A comer —soltó con sequedad.

Movió la silla para que la chica se sentara. Ella tanteo las cosas sobre la mesa. Él observaba hipnotizado el movimiento de sus dedos sobre el vaso, sobre el plato, como tocaba todo reconociendo los alimentos.

—¿Es todo? —Inquirió ella con decepción.

—Derramaste los huevos. Haremos como que los comimos.

—Pero los huevos se dañan, hay que comerlos.

—No, hay que racionarlos.

—Y si nos morimos mañana no habremos comido huevos.

—Hoy estamos vivos, no moriremos por no comer huevos hoy, mañana podríamos morir de hambre, la leche alimenta, el pan te llena.

La chica suspiró.

—¿No hay jamón, jamón curado?

Xavier se echó a reír con ganas, sabía que ella no bromeaba, le parecía tan ridícula como cómica su pregunta.

—No su majestad. Solo hay pan y leche, hay té.

—Me gusta el jugo de naranjas.

—Y a mí la paz, pero hay guerra.

Ella humedeció sus labios y se llevó el pan a la boca, mordió y bebió leche, él se quedó observándola, parecía tener hambre, se devoraba todo con delicadeza, pero con ansias. A salvo porque la chica no podía verlo, vertió su leche en el vaso de ella cuando casi no le quedaba nada.

—¿Me contarás por qué hay una guerra?

Xavier negó, mordió su pan y bebió de su taza de té mirando por la ventana, había dejado de llover, pero la mañana estaba gris y fría, algunas gotas caían dentro de la casa aún.

—El presidente del gobierno de Alcázar, dividió la república con un decreto, su partido lo apoyaba, la oposición no, y por supuesto tampoco el congreso. Intentaron derrocarlo, otros tomarlo preso por la acción separatista, un bando contra otro, no tenía al ejercito de su lado, sin emabargo sí al pueblo y a la policía. Es un caos.

 —¿De qué lado estás tú?

—Del lado de la cordura. Esta barbarie que vivimos debe parar.

—¿De qué lado está luchando Abel?

—Forma parte del ejército. Sigue órdenes de sus generales.

—¿Cómo saber quién es el bueno y quien es el malo?

—No puede saberse, Mar. Creo que no hay bandos correctos ahora mismo, porque todos quieren esta guerra.

—Vivía en un lugar seguro, pero gente mala se quedó con ese lugar, nos quedamos sin nada después de tener todo.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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