Faltaba poco para que amaneciera, Xavier había dormido a ratos, Mar parecía tener pesadillas o recuerdos de días pasados y él la contemplaba atento como si en una de esas frases que soltaba pudiera descubrir las cosas que no entendía o parecían faltar en la historia.
—Abel… Abel, estoy aquí, Abel.
O cuando despertaba por un momento más prolongado en la madrugada.
—¿Llegó Abel?
Xavier se quedaba en silencio, viéndola agitarse en la cama con los ojos muy apretados, la fiebre había cedido ya al amanecer. Decidió dejarla sola para atender las tareas de la casa. Lo primero que hizo fue ir a ordeñar la vaca, debía limpiar el gallinero y preparar el desayuno, el perro lo seguía no de tan cerca con mirada recelosa, a él le divirtió el atrevimiento del perro.
—Mira animalito, a Mar la convenciste ladrándole y por existir, si te pudiera ver ni te habría tocado, eres muy feo. No te hagas ilusiones conmigo.
El perro le ladro, movió la cola y brinco a su alrededor, Xavier rodó los ojos.
—Es que eres como ella en versión perruna, salvo que ella es bonita.
El perro se echó frente a él, lo contemplaba como él hacía con Mar, por un momento pensó que el perro trataba de convencerlo de entrar a la casa a ver a la chica. Lo miro largo rato y se rascó la parte trasera de la cabeza, pensó que debía bañarse y preparar el desayuno y que el perro pudiera ser buena compañía para Mar.
—Está bien, pero te repito, no te hagas ilusiones conmigo, perro, sígueme.
El perro al pisar la casa corrió hacia la habitación de Mar que estaba entreabierta, la empujó con su hocico y se internó allí.
—Solo no la despiertes —espetó.
Preparó huevos, sacó el pan, sirvió la leche, se lamentó de no seguir intentando cosechar algunas frutas, se frustró tras unos meses de fracasos, quería hacer sentir bien a Mar, se preguntó por qué, quería que pudiera olvidar esas historias tristes que tuvo que escuchar cuando iba de camino a la casa, o la que tuvo que vivir al perder a su padre, separarse de Abel y de su hermana.
Colocó en una bandeja la leche, el pan y los huevos. Tocó la puerta, aunque estaba abierta, el perro estaba sobre la cama abrazado a ella, ella reía con la cabeza recostada del perro. Suspiró y puso los ojos en blanco, le resultaba asqueroso que el animal estuviera sobre la cama y que ella lo abrazara. Negó.
—Buenos días ¿Cómo te sientes?
—Bien, gracias. Muchas gracias por Noche, y por cuidarme —dijo sonriendo con la cara entre el pelaje del animal.
—Ha sido por mi conveniencia que lo he dejado entrar, mientras me bañaba y luego preparaba el desayuno, necesitaba que te vigilara.
—Pues lo ha hecho muy bien. —Besó al perro. Xavier hizo una mueca de asco y le acercó el desayuno.
—Te he traído el desayuno.
—Gracias, prefiero tomarlo en la mesa —dijo sonriendo.
Xavier asintió.
—Está bien, lo pondré en la mesa.
La observó poner los pies en el piso, el animal enseguida se bajó de la cama y se puso a su lado, ella tanteo con los pies sobre el suelo hasta hallar sus zapatillas, se las calzó. Salió de la habitación detrás de él.
—Iré al baño —dijo.
—Claro, te espero en el comedor.
Tocaron a la puerta. No estaba acostumbrado a visitas, mucho menos a que tocaran la puerta de la casa tan temprano, se acercó a la ventana con curiosidad, vio al hombre que llevó a Mar, se apresuró a abrir albergando la esperanza de que trajera cartas de su hermano, abrió expectante.
—Buenos días —saludó tenso.
—Marcos Estrada, ¿me recuerda? —preguntó con una voz débil.
—Sí claro.
—Hay algo que tengo que decirle.
—Bien, pase…
—No, debo partir de nuevo.
Xavier lo miró a los ojos, atento.
—La señora Mar, ella y su familia fueron declararos enemigos del régimen, los buscarán, su hermano se casó con ella para conseguirle el indulto, pero el papel no llega, perdí contacto con el hombre que debía hacerlo llegar, no sé nada del General Arreaza, estoy huyendo yo mismo, no sé si pueda cumplirle a su hermano, solo quería advertirle que debe tener cuidado.
—¿Cuidado?
—Nadie puede saber que Mar Jiménez, ahora Irazábal, está aquí, usted sería acusado de traición.
—¿De que los acusan?
—Traición.
—¿Por qué?
El hombre negó con los ojos cerrados, los abrió y soltó un suspiro.
—¿Necesitan motivos para acusarlos de traición? No, el viejo tiene, o más bien, tenía muchas tierras, dos hijas jóvenes y hermosas. No dejarse robar tan fácilmente fue la traición cometida.
—¡Qué injusticia!
—Ni me lo diga, llevo meses buscando a mi hermano, no pierdo las esperanzas. Dicen que debería estar en el campo de batalla curando a los enfermos en lugar de buscando un fantasma o un cuerpo, así sean los huesos, yo quiero encontrarlo —dijo, su voz se quebró Xavier asintió incómodo por la imagen vulnerable del hombre.