Xavier se preparaba para ir a la ciudad más cercana a recoger el correo. Le preocupaba dejar a Mar sola, después de ser advertido sobre el peligro que corría si era descubierta, consideró dejarla en casa, iría temprano y regresaría por la tarde, por lo que le dejaría las comidas preparadas.
Tocó a su puerta, ella abrió. Se quedó en silencio, el día anterior discutieron, él no tenía intenciones de disculparse, aunque podía reconocer ese sentimiento de vergüenza que sentía hacia ella luego de sus discusiones.
—Iré a la ciudad más cercana —dijo y se dio media vuelta, siguió guardando la comida preparada. Quería dejar todo antes de partir.
Ella lo siguió, se sentó en el comedor. Él la observaba atento.
—¿Tardarás mucho?
Xavier alzó la vista, ella acariciaba la cabeza del perro que la mantenía sobre sus piernas, su expresión era de cansancio, se veía preocupada.
—No, partiré ahora y regresaré antes del atardecer. Portarte bien, no abras la puerta a nadie, aunque dudo que alguien se acerque por aquí, aún así. No intentes hacer ningún oficio, quédate con el perro en la habitación.
—Eso haré, Noche me cuidará.
—¿Necesitas algo? Aprovecharé de pasar por una farmacia, por algún almacén, debe haber pocas cosas y buscaré algo para ver si arreglo el techo.
—Ojalá pudiera acompañarte.
—No te preocupes. ¿Quieres algo?
Ella negó.
Cosas para mujeres, había pensado ya Xavier, y algunos dulces, no le sobraba el dinero, ya que no lo gastaba podía permitirse comprarle algo a ella para que comiera algún dulce.
—Debo irme. Que estés bien. Te dejo la comida preparada. Es suficiente.
—Gracias.
Sonrió, ella no podía verlo, por lo que se sentía libre de hacerlo.
—¿Cómo viajarás?
—Tengo un auto, lo uso para emergencias. Esto no califica como una, pero debo ir.
Ella no respondió. Él salió sin girarse a verla de nuevo, aunque quería hacerlo, por alguna razón lo inundaba un sentimiento que no podía identificar, por dejarla sola, por ella en general.
Se subió al auto. Se puso en marcha pensado que su objeto de lujo, por primera vez, servía para algo; lo acompañó durante todo el camino un sentimiento de preocupación por dejar sola a Mar. Observó en el camino que no había mucha gente, se sorprendió cuando lo mandaron a detenerse en un puesto de la policía.
La policía estaba con el gobernante derrocado, era todo un lío y a él por momentos se le olvidaba quien estaba de qué lado, sobre todo desde que llegó Mar, reconoció para él que sus pensamientos se distrajeron bastante de la triste vida que estaba viviendo.
Se detuvo. Trató de mantener la calma y se dijo que no llevar a Mar con él fue acertado.
—Buenos días, ¿a dónde se dirige?
—Buenos días, voy por medicinas.
—¿Está enfermo?
—Sí, necesito mis medicinas —dijo a secas mirando a los ojos al policía.
—¿Y cuánto lleva para esas medicinas?
—Poco.
El hombre se rio con ironía.
—Piensa mentir a la policía.
Xavier soltó un suspiro ligero. Sintió rabia e impotencia, se aferró al volante con fuerzas. No podía decir que esperaba recibir noticias de su hermano que estaba en el ejército, eso lo haría el hermano de un enemigo. Sabía que debía callarse. El ambiente se tensó.
—No señor, soy abogado, como entenderá, no he tenido trabajo estable, no tengo mucho dinero.
—¿Y su esposa y sus hijos?
Sería raro decirle que no tenía.
—En casa, esperando las medicinas.
El policía palmeó el auto.
—Vaya con cuidado, habrá toque de queda a las seis de la tarde. Asegúrese de regresar antes con su familia.
Tragó grueso y afirmó. Se puso en marcha maldiciendo en silencio la situación. Tuvo miedo y rabia, odiaba sentirse así. Su mente hacia escenarios en los que el policía los perseguía de regreso y llevaba hasta su casa, allí estaba Mar. Se dio cuenta también de que nunca había sentido miedo así: temía por ella.
Llegó al pequeño almacén donde con recelo, le vendieron lo poco que había: una botella de miel, gotas para el estómago, algo para fiebre, vendas y alcohol. Negó frustrado. Recorrió otros locales y siguió recolectando lo poco que tenía cada uno, hasta que por fin se detuvo en la oficina de correos.
—Buenos días —saludó tenso, el lugar que solía ser una oficina común de correos, estaba tomada por militares. Se acercó y mostró la pequeña llave que le acreditaba un casillero.
Los hombres se vieron entre ellos y lo siguieron. No se sintió más seguro que con los policías. Abrió la pequeña caja y allí vio un par de cartas. Las tomo rápido y regresó al auto. Decidió regresar a casa, las goteras seguirían siendo un problema, no quería correr el riesgo de quedarse de ese lado de la ciudad, lejos de Mar.