Se juzgaba con dureza por sus pensamientos, lo dominó un egoísmo del que luego renegó, sí, se encontró pensando que lo que sentía no era quizás tan reprochable, su hermano no amaba a Mar; necesitaba con urgencia deshacerse de la acusación moral que él mismo se imponía, mas todos esos pensamientos cesaron cuando leyó la segunda carta:
Señor Irazábal,
Se me instruyó escribir a esta dirección en el caso de obtener información sobre la cuñada del sargento Abel Irazábal, la señorita Analía Jiménez: la joven contrajo nupcias con un general del ejército, se cree que puedan estar en Mirabal, una ciudad a dos horas de alcázar y a seis de San Isidro.
Manuel Mijares.
Estaba viva, y casada con otro, sus pensamientos egoístas acompañaron entonces a su hermano, al menos existía la posibilidad de que estuviera a salvo, pero teniendo esa información solo había dos cosas que podía hacer: escribirle a su hermano o buscar él mismo a la mujer.
Dejó las cartas sobre la mesa y observó a Mar por un rato, hermosa, aunque de facciones y actitudes infantiles, una chica inmadura, discapacitada, se cuestionó el siquiera haber pensado que se sentía atraído por ella; no dejó de notar que fue lo primero en lo pensó cuando leyó la confesión de su hermano, se preguntaba si Mar estaba al tanto.
Mar se revolvió, hasta que estiró los brazos. Sonrió y se incorporó en el sofá, llevó ambas manos hacia los cojines que estaban junto a ella y lo arregló un poco tras soltar un suspiro.
—Por fin llegaste —dijo.
—Mar. Debo hacerte una pregunta.
—Claro, dime ¿Cómo te fue?
—Debo saber si, entre mi hermano y tú… es decir, quiero saber si tenían una relación, él te demostró afecto o más bien…
—Era afectuoso, muy bueno con mi hermana, mi padre y conmigo; lo de casarnos surgió en la huida.
—¿Y antes de eso?
Negó.
—Siempre fue muy respetuoso.
Se abrazó a ella e hizo un gesto con la nariz.
—Al parecer tu hermana se casó con el general —le contó, ella se mantuvo quieta y sonrió afirmando.
—Es decir… puede ser que esté bien. —Sonrió y se llevó las manos al rostro.
—No lo sé, solo sé que está a seis horas de aquí.
Mar se emocionó. Lloró sonriendo.
—Quizás, deba buscarla —balbuceó Xavier.
—Sí, por favor, ¿harías eso?
—Es complicado Mar, debería hacerlo, no es tan fácil, la verdad es que hay alcabalas, militares y policía en la calle, no es un escenario apto para ir por alguien, que quizás esté bien —dijo en voz alta, reflexionaba sobre el asunto más para él que para la chica que lo escuchaba esperanzada.
—Es todo lo que tengo —susurró.
Xavier tragó grueso. Sus ojos vidriosos y nariz congestionada la hacían lucir vulnerable e indefensa. «Podría estar solo, sin preocupaciones más allá de que mi hermano volviera, en cambio, estoy en esta situación», pensó.
—Mi hermano me encargó cuidarte a ti.
No le dijo que en su última carta le encargó también buscar a su hermana, pensó que en esa carta, su hermano, hablaba de dos cartas, pero solo había una suya. Faltaba una carta de Abel, apenas podía soportar la espera. Pensaba que no había forma de buscar a Analía sin poner en peligro a Mar, y esa idea no le gustaba; sentía su corazón arrugarse ante la idea. Alzó las cejas resignado, por esa noche no pensaría en eso.
—Ve a dormir.
—Conozco un poco mejor la casa. Creo que podré cocinar pronto, quiero hacerlo, contigo, no quiero ser un estorbo, meno si existe la posibilidad de reunirme con mi hermana.
—Lo siento, Mar, nunca debí decirte eso, nunca debí decirte que eres un estorbo o una carga, mi hermano me ha encargado cuidarte, y yo he aceptado, así que, esta es tu casa.
—Limpio mi habitación, y el baño.
—Lo sé. Lo sé Mar.
—¿Por qué eres tan duro conmigo? Sé que ahora dices esas cosas y mañana me regañarás…
—Estoy acostumbrado a estar solo, es todo. No estoy acostumbrado a la compañía.
—¿Puedo abrazarte?
Xavier alzó la ceja, la miró examinando con detenimiento su rostro. Sonrió de medio lado y negó.
—Prefiero que no —dijo rápido, no lo pensó mucho, soltó un suspiro.
Mar asintió y bajó ligeramente la cabeza.
—Ve a dormir, Mar, anda. Estoy cansado, quiero pensar con claridad que haré, pero eso será mañana, hoy necesito dormir.
—Podré cocinar, contigo.
—Claro, sí. Nunca lo harás sola, me ayudarás.
—Gracias. —Sonrió. Buscó con la mano al perro, al sentirlo su sonrisa se ensanchó. El perro se despertó y como siempre colocó su cabeza sobre sus piernas.
Xavier sonrió al verla, al final, se salía con la suya, había logrado meter el perro incluso hasta su habitación, hizo que sacara sus mejores comida para dárselas, ya también iba a ceder en dejarla hacer cosas en la casa. «Parece que no puedo descuidarme con ella», pensó divertido.