Mar recogía los platos con cuidado, los fregó manteniendo una sonrisa de suficiencia; era más que capaz de hacer las cosas por ella misma y quería demostrarlo. Xavier la observaba pensando en que debía idear un plan para no ponerla en riesgo, si la policía la buscaba, también buscaba a su hermana, dejarla sola le suponía un problema, pero llevarla con él también.
—¿Cómo lo harás? —preguntó emocionada.
—Aún no decido si llevarte conmigo, puede ser peligroso.
—Yo quiero ir, por favor.
—¿Oíste la parte de que puede ser peligroso?
—Todo lo es, tú lo dijiste, ¿me dejarás sola entonces?
—No lo sé, Mar.
—Llévame contigo, estaremos bien los dos. Me cuidarás, podemos llevar a Noche.
Él bufó, miró al perro. Le sería útil para ayudarlo con ella después de todo. Llevarla con él significaba tener que llevar el arma que le dejó Abel, no correría el riesgo de andar desarmado, era lo que más le costaba digerir: odiaba las armas. Cuando Abel le insistió para que la recibiera, lo hizo convencido de que nunca la usaría, ahora, a punto de emprender un viaje con Mar por carreteras y vías peligrosas, lo consideró, sobre todo al recordar la malicia en los ojos de los guardias y policías que se cruzó.
Él sabía que si alguien le descubría el arma, sería peligroso, pero lo igual sería si se quedara desarmado.
—¿Por qué te quedas callado?
—No sé si comprendas la magnitud del peligro, pienso que si te quedaras acá, con el perro. Encerrada.
Ella negó, soltó los platos que secaba, caminó hacia él posando ambas manos sobre sus antebrazos, Xavier se sobresaltó.
—No me quiero quedar sola, por favor, mucho menos encerrada.
—Pero…
—Esto no es un bunker, estaremos los dos, necesitas también mi compañía —arguyó ella con los ojos vidriosos.
Xavier cerró los ojos aspirando aire, el contacto de las manos sobre su piel se sentía pesado, sus manos estaban frías, podía oír como su corazón latía con fuerzas.
—No te voy a quitar la mirada de encima ni un segundo —dijo por fin con una media sonrisa, ella se echó a sus brazos con torpeza, él la recibió sonriendo.
Aspiró su olor con disimulo, ella sonrió satisfecha.
—Gracias.
—Siempre consigues lo que quieres.
—¿Qué llevaremos con nosotros? —preguntó emocionada.
—Comida, abrigo, medicinas, lo esencial —respondió; un arma también, pero eso no lo diría.
—Iré a preparar mis cosas —dijo, el perro la siguió como siempre.
Negó, era un absurdo todo aquello, estaba dispuesto a hacerlo, sentía que se lo debía a Abel y a Mar. Fue a su habitación e hizo una pequeña maleta. Un par de camisas, unas cuantas franelas, zapatos y una toalla, ropa interior, implementos de aseo personal, un pequeño maletín de primeros auxilios, y el arma.
Era una contradicción que necesitaba con él, pesaba como toneladas de conciencias, se sentía incapaz de manipularla, aunque sabía hacerlo, pues su padre en vida, cuando ellos eran apenas unos niños, los enseñó, «deben cuidar la casa», les decía, su padre no era tímido al compararlo con Abel que emocionado hacia las prácticas, a diferencia de él que protestaba.
Guardó su maleta en el auto, y esperó por Mar. Había guardado ya la comida, las medicinas, un par de cobijas y almohadas. Sería mejor cambiar de auto, su Opel olympia era más nuevo y llamativo en comparación con el de Abel, por ser más viejo, era menos cómodo e iba con Mar, no podía correr riesgos pero no quería que ella fuera incomoda.
Tragó grueso cuando vio a Mar, cargaba su pequeña maleta y una sonrisa inocente, se veía emocionada, vestía un vestido verde claro y un abrigo. Avanzó hacia ella a tomar la maleta, observó la casa, se preocupó por los animales, dejó suficiente comida, aunque sabía que no podía durar mucho tiempo fuera. Rezó en silencio para encontrarlos vivos, encontrarlos al menos, de vuelta. «Esto es una locura», pensó.
Él la tomó de la mano y la guio hacia el auto, guardó la maleta de ella en la parte de atrás y se puso por fin al volante. La vio abrazarse a ella sonriendo, llamando al perro.
—Lo siento Mar, el perro deberá cuidar la casa.
—No, lo quería con nosotros.
—Nos tendremos que quedar en hoteles, es lo más probable. Será un lastre.
Su expresión se ensombreció, pero terminó afirmando.
—¿El auto es nuevo?
—Sí, lo es.
—Tienes dinero entonces.
—No tengo hijos, ni obligaciones, soy un abogado, no puedo presentarme a sitios en cacharros. Es cómodo, podrás dormir en la parte de atrás cuando quieras.
—¿A dónde vamos primero?
—A Mirabal, iremos allí, pero antes pasaremos por Alcázar, antes descansaremos en San Diego, son muchas horas Mar.
—¿Cuantas?
—Una hasta San Diego, dos más hasta Alcázar y tres de allí a Mirabal.