Un huevo frito casi quemado y una rebanada de pan, café simple, ese era todo el desayuno que ofrecían en el lugar, Xavier observó el plato con desdén, sabía que en medio de la situación que vivían no podía despreciar la comida sin verse como un vil caprichoso, a él no le habría importado, pero no quería que Mar comiera solo eso. Reconoció un sentimiento de angustia mientras pensaba en lo que ella pensaría cuando comenzara a comer. «¿Quién cuidará de mí?», preguntó ella, y él ahí estaba con ese pobre plato de comida frente a él.
Llevaba pan, comería pan, colocó su comida en el plato de ella, quien como siempre tocó todo antes de comer, sonrió al sentir el calor que emanaba la comida, sin embargo, comió en silencio. Él bebió su café y contemplo la entrada del lugar, fue inevitable fijarse en que la mayoría de los que entraban y salían del lugar parecían huir, deseo que Mar acabara rápido su plato para poder partir.
Su respiración se cortó por unos segundos en los que unos policías se acercaron al lugar, pidieron café y licor, reían entretenidos con lo que le contaba la mujer que les servía, el restaurante del lugar era un bar, improvisado como comedor, pensó que en otros tiempos debió ser un ligar exclusivo para entretenimiento de los vecinos y debido a la situación, se adaptaron.
—¿Estás molesto conmigo?
—No, come, come rápido.
—Está bien —respondió con tono bajo —, ¿ya tú terminaste?
La contemplo por unos segundos antes de responder. Miró su plato vacío y vio como ella comía animada la segunda ración de comida.
—Sí. Me lo comí todo.
Ella sonrió. Xavier volvió a sentirse tenso y miró en dirección de los policías, consideró que debía evitar mirarlos, se concentró en la imagen de Mar, tragaba la maltrecha comida, a ella le gustaban los huevos con la yema aguada, casi cruda, los huevos estaban tostados por completo.
—Listo —dijo ella limpiándose la boca.
No tocó el café, se levantó de la mesa y él tomó la bebida que ella no terminó, lo bebió de prisa y la condujo hacia la salida, ya había guardado las cosas en el auto, camino dando pasos largos, manteniendo la cabeza gacha como si eso pudiera hacerlo invisible ante los ojos de los policías, agradeció que se mantuvieran entretenidos con las historias de que la mujer animadamente les contaba.
—¿Por qué la prisa?
—Nos esperan muchas más horas de camino.
Afirmó. Mar se subió al auto y soltó un suspiro, cerró los ojos y se recostó de la ventana.
—¿Te sientes mal? —preguntó Xavier temiendo que enfermara en pleno viaje.
—No, trataré de dormirme para no molestarte, despierta no puedo evitar hablar mucho, y ahora no me soportas.
Xavier sonrió incrédulo ante su deducción infantil.
—Mar, no estoy molesto contigo, ¿de dónde sacas que no te soporto?
—Por lo que hablamos, que yo ando buscando un marido cuando ya estoy casada y te parezco una mala mujer por eso.
—Sí, mejor no hablemos de nuevo del tema.
Bufó y meneó la cabeza, lo último que quería era volver sobre ese asunto. Abel podía no querer a Mar, aún así era su esposa, él era su hermano, así estaba escrito ya, y un destino diferente podía implicar cosas en las que no quería pensar, pues quería volver a ver a su hermano, quería volver a ver como inclinaba la cabeza a la derecha mientras le dedicaba una sonrisa de medio lado con picardía en su mirada, era su forma de decir: «sé que me porté mal, pero soy tu hermanito», y funcionaba. Xavier le perdonaba todo.
Era la parte que no le gustaba de Mar, para ella Abel no era más que un seguro de vida, una salida, un adulto que se ocuparía de ella, alguien que la tomó bajo su cuidado, un medio; cuando para él, era su familia, su hermano, su todo. No ignoraba la mezcla de sentimientos que lo atormentaban, al menos, no estaba paralizado, sentado en su sala, estaba haciendo algo.
—Entonces no piensas casarte nunca ¿Entiendo bien? —inquirió con un tono de voz muy bajo.
Xavier Chasqueó la lengua.
—Basta.
—Es que dijiste que me ibas a cuidar…
—Sí, nunca me casaré.
Ella suspiró, se recostó de la ventana y permaneció en silencio. Xavier lo había aprendido hacía tiempo ya, no podía basar su felicidad en las cosas fuera de él, en aquellas cosas que no podía controlar, no podía controlar el corazón de una mujer, que lo quisiera, o sus pensamientos, que pensara como a él le parecía que sería lo justo para llevarse bien, no podía basar su vida en lo material, ni en lo efímero. No mentía a Mar cuando le decía que no se casaría nunca, traer niños al mundo, menos. Era un mundo cruel.
Tras muchas horas de conducir y hacer las paradas necesarias, sintió el peso del agotamiento. Las calles estaban desiertas, pero eso acabaría en el último tramo de su trayecto. Mar se había mantenido en silencio la mayor parte del viaje.
—Debes recordar, seremos esposos.
—¿Qué debo decir?
—De preferencia, nada, yo diré todo, si te preguntan, dirás que nos casamos hace poco, y ya.