Mar temblaba entre sus brazos, su corazón se aceleró, su cuerpo se mantuvo tenso, recordó la pistola, estaba tan lejos de él, debió mantenerle más cerca, comprendió por un instante que mantenerla a salvo no sería tan sencillo, lo intentaría, aunque la vida se le iba en ello.
—¿Quién es? —preguntó Xavier.
—¿Xavier? —preguntó un hombre que corrió hacia él, apartó a los otros hombres para ponerse frente a los dos.
—Señor Marcelo —exclamó Xavier sorprendido.
—Bajen las armas chicos, es el dueño —gritó.
Xavier se relajó, pero quedo de igual forma intrigado por la acción, los miró sin reconocer a nadie más que al señor Marcelo, su vecino, un militar retirado. Se había ofrecido a cuidar su casa, él aceptó. Los hombros bajaron las armas, mantenían una mirada recelosa sobre él.
—Lo siento Xavier, no sabía que habías vuelto. Así mantenemos a los intrusos alejados.
El señor Marcelo miró a Mar y lo interrogó sin hablar, Xavier la apartó con disimulo, aclaró su garganta, ella se mantenía abrazada a él con fuerzas, algo que notó solo cuando el señor Marcelo lo miró de forma acusatoria.
—No se preocupe. Entiendo —respondió aún tenso.
—Chicos, pueden irse —ordenó el señor Marcelo. Sonrió en dirección de Xavier y se acercó a saludarlo de forma efusiva.
—Gracias por cuidar mi casa, supongo —respondió tímido.
El señor Marcelo se echó a reír, regresó la mirada a Mar quien se mantenía temblando aún junto a él.
—Ella es la esposa de Abel —explicó Xavier con tono relajado.
El hombre abrió los ojos con exagerada satisfacción y asintió.
—Vaya, me alegra saber que el joven valiente se casó, aunque no fue con una de mis hijas como esperaba —dijo entre risas incomodas.
Xavier se encogió de hombros.
—Estamos agotados por el viaje —se excusó Xavier.
—Claro, lo entiendo, hablaremos mañana. Un placer jovencita, aunque no supe su nombre.
—Mar, se llama Mar —respondió Xavier.
—Hola —saludó con timidez impropia de ella.
—Encantado. Mañana te contaré como ha estado todo por aquí.
—No pienso quedarme mucho —aclaró Xavier.
—Entonces debemos hablar ahora —dijo serio el hombre.
Xavier asintió. Abrió la puerta y dejó que Mar pasara primero, invitó al señor Marcelo con un movimiento de cabeza, quien lo siguió y notó la ceguera de Mar, ladeó la cabeza y chasqueó la lengua negando. Xavier lo retó con la mirada, por alguna razón le incomodó la mirada de lástima que este le dedicó.
—La conduciré a su habitación —aclaró cargando la pequeña maleta. Ayudó a Mar a subir las escaleras, vio al señor Marcelo sentándose en el sofá mientras lo miraba intrigado.
Mar aún temblaba. Se mantenía en silencio.
—Lo siento mucho Mar. Es un vecino, solo cuidaba mi casa, no tenía como saber que yo venía.
Ella sacudió su cabeza en señal de afirmación, pero la mantenía gacha, temblaba.
—¿Te asustaste mucho? —la interrogó deteniéndose frente a la habitación que le dejaría.
—Sí. Lo siento.
—No te disculpes. Debo hablar con él, la habitación debe estar llena de polvo.
—Yo me ocupo —respondió nerviosa.
Quería abrazarla, decirle que todo estaba bien y que podía confiar en él, pero no podía hacer algo así, ¿podía?, abrió la puerta de la habitación, encendió la luz y observó todo con una mezcla de nostalgia y preocupación. Se acercó al gabinete y sacó un par de sabanas, y almohadas, toallas, las colocó sobre la cama.
—Te dejé sabanas, almohadas, y toallas sobre la cama. Las que están colocadas deben estar llenas de polvo. Trata de descansar, te subiré algo cuando se vaya el señor Marcelo.
—Gracias.
La observó desde la puerta. Soltó un suspiro y regresó con su vecino, a quien se alegraba de ver, aunque la situación era tan caótica que se dio cuenta de que no podía disfrutar ni de esos pequeños recuentros.
—¿Le sirvo algo de beber? —ofreció Xavier, sintiéndose de nuevo en su elemento, en su casa con bar y comodidades.
—No lo voy a rechazar —respondió, se echó a reír.
Xavier sirvió vino y lo colocó sobre la mesa del comedor, a donde llamo al señor Marcelo, quien se sentó frente a Xavier tomando el vaso, dio un sorbo y se saboreó, afirmó satisfecho.
—Siento la confusión, muchacho.
—Tranquilo, le agradezco que la preocupación por mi casa.
—Estaba más preocupado por ti, en ese pueblo que Dios olvidó. Me alegro de que ya pudieras viajar, aquí estarás más cómodo.
Xavier pensó que sí, su casa era mucho más cómoda, para Mar haría la diferencia, y en su casa no había goteras. Aspiró aire y lo soltó poco a poco, pensó que ya que estaba allí podía considerar por fin escribirle a su hermano y decirle que se había regresado a su casa en Alcázar.