Cerró la puerta de habitación que dispuso para Mar luego de darse un baño rápido y cambiarse, se echó sobre unas sábanas que colocó sobre el piso junto a su cama, ella se mantenía sentada arropada hasta el estómago.
—¿No te vas a acostar? —preguntó con tono angustioso. Xavier la observó con detenimiento, parecía una presa asustada, aún temblaba, debió recordar la terrible situación que vivió cuando mataron a su padre.
—Ya me acosté —respondió sin dejar de contemplarla.
—¿Dónde? —inquirió pasando su mano sobre la cama.
—En el suelo, junto a la cama, ya te lo dije. No es apropiado que compartamos la misma cama.
Ella suspiró.
—Ese señor quiere que te cases con su hija. ¿Te casarás con ella?
—No está bien que escuches tras las puertas.
—Él gritaba.
—No me voy a casar con nadie.
—Pobre Abel, da lástima porque se casó conmigo —dijo con tono apagado.
—No pienses en eso, iremos por tu hermana mañana.
—¿Te vendrás a vivir aquí de nuevo?, ¿dejarás a Noche y al resto en la casa?
Xavier negó tras suspirar con profundidad.
—Duerme, y déjame dormir.
—No se puede, no es apropiado, no está bien, solo repites estas frases, entonces, ¿qué está bien?, ¿qué es apropiado?
—Dormir cuando uno está agotado y debe madrugar al día siguiente —respondió parco.
—Cuéntame cómo era tu vida aquí.
Xavier sonrió resignado. Negó con la cabeza y la miró con un gesto más bien tierno. Trató de relajarse, terminó de tenderse sobre la cama tras apagar la luz, cerró los ojos.
—Y tú me ignoras, sí no digo algo de tu agrado. No puedes parar.
—No, cuéntame de tu vida aquí.
Suspiró, sonriendo ante la insistencia infantil de ella, «quizás tenga miedo», pensó.
—Vivia solo, me despertaba cada mañana, a hacer un aseo sencillo de la casa, me bañaba, preparaba el desayuno e iba a mi despacho.
—¿Tienes un despacho?
—Sí, allí atiendo a mis clientes.
—¿Trabajas solo?
—Sí, nunca he sido bueno para el trabajo en equipo.
—Nosotros hacemos buen equipo, con Noche.
—Nosotros no hacemos nada, cohabitamos en un mismo espacio, para eso no se necesitan habilidades de trabajo en equipo.
—Porque no quieres. Me haces a un lado, no me dejas hacer cosas.
—¿Qué harías tú? ¡Por Dios! —respondió frustrado.
—Es verdad, solo soy una ciega inútil, una carga. Buenas noches —dijo con la voz quebrada.
Xavier se sintió un poco mal por haberle respondido así, pero estaba tan agotado que no quiso alargar la conversación con su cuñada, aceptó las buenas noches como punto final de la conversación, no se atrevió a responder por temor a que el asunto donde lo dejó.
Sintió su cuerpo relajarse poco a poco, a pesar de estar durmiendo sobre el piso, la seguridad de saberse en su casa, entre cuatro paredes bien construidas y seguras, lo dejó listo para dormir en medio de la obligada incomodidad, unas horas de paz y descanso, antes de que un día volviese.
Despertó sobresaltado, temiendo haberse quedado dormido, los golpes en la puerta lo mantuvieron alerta, lo primero que hizo fue comprobar si Mar estaba en la cama, dormí aún plácidamente por lo que asumió que no debía ser tarde, ella acostumbraba levantarse muy temprano, tomó su reloj de junto a la cama, marcaba las 6:15 AM, pensó que no estaba mal, aunque habría preferido levantarse mucho antes.
Se metió en su bañera y se dio un baño cómodo y relajado, como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, al terminar se visitó y caminó hacia su cocina como si el tiempo no hubiese pasado y una guerra no se estuviera desarrollando en el país; recodó a su hermano Abel y la sonrisa se le desfiguró en el rostro con una mueca de lamento, por más tentador que le resultara regresar a su casa, ahora que era posible, no podía fallarle a Abel, dejar sus cosas sin cuidado, dejar la casa y a sus animales abandonados.
Volvió a sonar la puerta, bufó aburrido pensando que debía ser el señor Marcelo, ya que sabía que partiría en la mañana a Mirabal, caminó con prisa hacia la puerta y abrió, se encontró con los ojos color miel de Pía, su sonrisa amplia y enamorada. Sostenía una bandeja cubierta por un paño de cocina entre sus delicadas y bien cuidadas manos.
—Xavier, hola, volviste —saludó eufórica.
—Hola Pía —respondió de forma parca su saludo.
—Temía por ti, hemos rezado por los dos, por tu hermano y por ti. Me dijo mi padre que tu hermano menor se casó, solo faltas tú —dijo y sonrió mostrando todos su dientes, sus ojos brillaban, se veía tan emocionada.
Xavier afirmó incómodo.
—Gracias, debo partir pronto, gracias por pasar a saludar.
—No, he venido a traerles el desayuno, quiero conocer a la chica que se ha robado el corazón de Abelito, mira que mi hermana es una belleza, si ella no lo convenció de casarse, necesito conocer a la que sí.