El Cuidador

C A P Í T U L O 1 8

Xavier se colocó su sombrero, alisó su gabardina frente al espejo y se dio un último vistazo antes de salir. Miró a Mar, llevaba su cabello ondulado hasta los hombros, un lindo broche de plata del lado derecho de la cabeza y vestía un conjunto gris que le quedaba amplio, se veían como una pareja creíble.

Ya en el auto controló su preocupación, avanzó hacia la carretera donde sabía que antes de conseguir respuestas, debía darlas. Nada de aquello le habría preocupado si no tuviera a Mar a su lado, nada tenía que temer o esconder, pero ahora sí, también era cierto que sin ella, no estaría en esa situación. Durante años se preocupó por mantenerse alejado de los problemas, ahora vivía bajo el mismo techo con uno.

—¿Es bonita?

Xavier sonrió.

—Sí, es muy linda, menuda y muy arreglada, culta e inteligente.

—¿Por qué no te has casado ya con ella?, suena como el mejor partido del país —soltó con tono receloso.

—No me quiero casar, por eso.

Siguieron en un silencio largo e incómodo. Ante ellos se vislumbraba la primera de las alcabalas de los policías. Xavier miro la guantera donde mantenía la pistola, miró a Mar y soltó un suspiro hondo, detuvo el auto.

—Buenos días señor. ¿Hacia dónde se dirige?

—Buenos días oficial, a Mirabal.

—¿Qué va a hacer por allá?

—Buscaré a la hermana de mi esposa, verá…

—Baje del auto.

Xavier lo miró con extrañeza, Mar jadeo.

—Pero…

—Que baje del auto, y, ¿quién es ella?

—Mi esposa.

—Que se baje también.

Aún titubeante, lo hizo; el oficial comenzó a pedir papeles. Xavier entregó los suyos y esperó en silencio, el hombre los examinaba con indiferencia, les lanzaba mirada de vez en cuando, el compañero de este revisaba el vehículo.

—¿Y los papeles de su esposa?

Mar había sido instruida ya por Xavier al respecto. Abrió su pequeño bolso y hurgó en el a tientas, sacó un pequeño sobre y lo extendió al policía, Xavier contuvo la respiración por unos segundos, el hombre arrebató el sobre con brusquedad, ella se sobresaltó, lo que hizo que él se mostrara más nervioso de lo que habría preferido mostrarse. El hombre los revisó y los lanzó al piso con ademán molesto.

—¿Juegan conmigo? Son los papeles de su esposo, ¿se quiere burlar de mí? —espetó el policía. Su frente se arrugo, las fosas nasales se agitaban dando cuenta de su molestia.

—¿Qué pasó? —preguntó Xavier acercándose. Recogió los papeles del piso.

—¡Mar!, lo siento oficial, mi esposa ha tomado mis papeles viejos por error, como se habrá dado cuenta ella…

—Es ciega, usted no.

—Lo siento.

Escuchó una carcajada sonora. El hombre que revisaba su auto sacó la pistola y se las mostró. Mantenía en su rostro una sonrisa cínica. Xavier tragó grueso, se maldijo por su torpeza.

—¿Pero que tenemos aquí? —preguntó el hombre que examinaba sus documentos.

—Usted es un hombre sano y fuerte, debería estar ayudando a sus compatriotas donde importa —dijo el hombre con su pistola en la mano.

—Por su esposa no se preocupe, cualquiera puede cuidar de ella —dijo el otro hombre riendo con sorna.

—Tengo tuberculosis, necesitamos a mi hermana para que nos ayude en casa —dijo Mar, fingió una tos. Xavier abrió mucho los ojos y aspiró aire, estaba nervioso.

Los hombres se miraron entre sí, los dos soltaron sus cosas y se limpiaron las manos con un pañuelo cada uno, sus caras era de horror, Mar se mantenía seria.

—Sigan su camino —espetó uno de ellos. Xavier se acercó a recoger las cosas del suelo,

Al levantarse sintió el peso de una patada sobre su estómago, apretó las manos alrededor de la pistola y los papeles, el hombre le sonrió con burla. Su sangre hervía, quería devolver el golpe a aquel hombre, tomo a Mar por un brazo y la condujo rápido al auto, se puso en marcha de prisa sin mirar a atrás.

Xavier miró atrás. Se echó a reír nervioso mientras apretaba su abdomen con una mano.

—¿Cómo te creyeron? Estás robusta y te ves sana.

—Sabía que me creerían porque son unos hombres cobardes, querían intimidarnos, pero yo no me dejo intimidar —respondió con orgullo, y una media sonrisa —, ¿te golpearon?

—No nos dejarían ir ilesos, salimos bien. No puedes volver a usar esa carta, Mar, pueden querer hacer que te internes en el hospital, deberías estar aislada.

Ella asintió seria.

—Me asusté un poco. ¿Pueden hacerte ir a la guerra?

—No, tranquila.

No estaba seguro, no quería asustarla, dependiendo de a quién le preguntaran, podían o no, los más rebeldes y extremistas no contemplaban el respeto a ningunas de las leyes ya instauradas, mientras que los otros guardaban un poco más las formas. Esos rebeldes, iban ganando la guerra, comenzaban a dominar más terreno, aguantó su golpe conteniendo la ira por la actitud abusadora de los hombres, pero no podía arriesgarse en ninguna situación.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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