Mar se quejaba de dolor, sin poder levantar la cabeza siquiera, él sobó sus brazos con desespero.
—Mar, lo siento tanto. Debemos irnos.
—¿Hallaste a mi hermana?
—Aún no.
—Esperemos —susurró.
—Debe verte un médico. ¿Te había pasado esto antes?
Negó.
Acarició su cabello con un gesto entre tierno y nervioso. Su movilidad era poco por los dolores en los brazos, piernas; se quejaba de dolor en todas sus articulaciones, él le daba pequeños masajes, que no sabía si la aliviaban, pero al menos la hacían sentirse cuidada. Moría por verla a los ojos y que ella le devolviera la mirada, no era posible, y en su estado actual, ni siquiera las palabras. Se dio cuenta de lo importante que era ella en su vida, lo que comenzó a necesitarla sin darse cuenta.
—Mar. Debo llevarte hasta el auto, procuraré que estés lo más cómoda posible, ¿crees que puedas?, te llevaré en brazos.
—No quiero irme, quiero que busquemos a mi hermana.
—Es peligroso. He cometido algunas imprudencias, contrataré a alguien para que lo haga por nosotros.
—Te rendiste.
—No me rendí, pienso en nosotros. Debemos estar a salvo.
—¿Qué sentido tiene?, ella debe estar pasándola mal —dijo, lloró. Xavier acarició su mano, chasqueo la lengua negando mientras cerraba los ojos.
Debía tomar una decisión.
—No le serviremos presos o muertos. Créeme, confía en mí.
Ella afirmó.
Xavier recogió las pocas cosas que llevaban. Arregló las maletas, bajó a subirlas al carro, para su sorpresa, los militares que les ofreció el general, estaban aún allí, tragó grueso y continuó su camino, colocó todo en el auto. Subió por Mar.
Cuando entró a la habitación, vio que ella había hecho un esfuerzo por sentarse en la cama. Él sonrió, la alzó entre sus brazos, ella rodeo su cuello con ambas manos, soltando leves quejidos de dolor, esos simples movimientos la aquejaban. «Debo conseguirle un médico», pensaba. Recostó la cabeza de su hombro, así salió del lugar, los militares corrieron a ayudarlo, acostó a Mar en la parte de atrás del auto, sobre sabanas, almohadas, había colocado en el piso, edredones, sabanas y almohadas para que quedara a la altura del asiento y ella pudiera estar más cómoda.
Los hombres al verlo subirse al auto, se subieron ellos a otro. Xavier se puso en marcha, luego de hacer una pequeña señal de la cruz, soltó aire que había tomado con profundidad.
—¿Estás bien Mar?, ¿estás cómoda?
—Sí, muchas gracias, esto está muy cómodo. Gracias.
—En lo que pueda, haré que te vea un médico, resiste un poco.
—Eres muy bueno Xavier —soltó con un dejo de nostalgia, la oyó suspirar.
Los militares que lo escoltaban lo seguían de cerca, no dejaba de sentirse nervioso, también preocupado y mal con él mismo, no debió salir huyendo de allí, Mar contaba con él para encontrar a su hermana, también Abel, pero no podía ponerla en riesgo. Aquel hombre tenía razón, si supieran de Mar, la apresarían para quedarse con las cosas de su familia, o la eliminarían y punto.
Sintió escalofríos ante ese pensamiento. Invertiría todos los recursos de los que disponía para hallar a Analía, y decidió que no ya no expondría a Mar. Agradeció que Mirabal estuviera más cerca de Alcázar, en su casa la cuidaría mejor, le hallaría un médico.
A mitad de camino, la alcabala que había visto mucho antes ahora se presentaba frente a él, eran policías, iba escoltado por militares, se giró a ver a Mar, quien dormía tranquila, detuvo el auto, notó que los militares siguieron de largo. Sacudió la cabeza.
—Buenos días, ¿a dónde se dirige? —preguntó un hombretón.
—A mi casa en Alcázar.
—Ya veo…y ¿qué hacía en Mirabal?
—Buscaba un médico para mi esposa, no sé qué tiene o si es contagioso.
El hombre echó una mirada hacia atrás, puso cara de interés, negó.
—Su nombre.
—Miguel Montero —mintió.
—Bájese del auto —espetó.
Xavier aspiró aire y negó.
—Señor, debo conseguir un médico con urgencia si…
—Que se baje.
Xavier miró a los lados, el policía estaba solo, no había rastro de los militares, pensó en tratar de razonar con el hombre. Se bajó, el hombre lo empujó e intentó subirse al auto, Xavier lo detuvo aferrándose a su camisa, con el rostro congestionado, desfigurado por la rabia.
—¡Ey! ¿Qué hace?
El hombre soltó una risa.
—Usted queda detenido, y yo me llevo a su esposa, no se preocupe, yo la cuidaré —dijo y soltó una risa, intentó subirse al auto, pero Xavier, sin saber de dónde, sacó fuerzas y estampó su puño contra el rostro del hombre, que se quedó admirado ante la osadía de Xavier, sacó su pistola y le apuntó a la cabeza, se detuvo en seco, su corazón latía tan fuerte que no oía nada más. Su cuerpo temblaba, no dejaría que se llevara a Mar, pensó que debía matar a ese hombre.