El Cuidador

C A P Í T U L O 2 1

No había sonido de animales, no escuchaba a un gallo cantando, ni a Noche ladrando, si llovía no podía escuchar las gotas dando contra el techo, y en algunas ocasiones atravesándolo; de fondo escuchó el sonido de la tetera, espabiló y caminó hacia la cocina. Era poco lo que había dormido, su cabeza no paraba de imaginar escenarios en los que por fin hacia algo, avanzaba.

Artrosis, lo que Mar tenía, un brote que la tenía paralizada, encerrada en su cuerpo adolorido, e inmóvil, era muy joven para sufrir esas enfermedades, pero el doctor dijo que no era del todo extraño, su sistema inmune estaba débil. Se sintió frustrado al no poder responder simples preguntas sobre ella.

—¿Sabe si su ceguera fue progresiva, o a causa de un accidente? —preguntó el doctor.

—No lo sé, solo dejó de ver un día, alrededor de los trece años, fue lo que me comentó.

El  doctor asintió con expresión severa y continuó haciendo sus anotaciones. El golpe de un pájaro chocando contra la ventana devolvió a Xavier al momento presente, solo para darse cuenta de que estaba derramando el agua sobre la taza. Bebió el té con calma mirando hacia fuera de la ventana de su cocina, era el momento de paz antes de dejar que la ansiedad y la angustia le calaran hondo.

Mar mejoraba poco a poco con el tratamiento del médico, su ánimo no mejoraba, hablaba menos cada día, se mantenía despierta menos tiempo, ya no sonreía. Xavier pensaba en Noche, ese pobre animal le hacía bien, se reprochaba que en medio de la situación, pensara en el perro. Era absurdo, y no importaba lo que dijera su vecino, era el perro de los dos, «es nuestro perro».

Xavier colocó la bandeja con el desayuno cerca de la cama de Mar, no ignoraba que escasearían pronto los alimentos, pero no quería negarle nada. La observó comer poco, dio las gracias y se echó de nuevo en la cama, con muecas de dolor. Acarició sus cabellos y su mano.

—Mejorarás Mar y encontraremos a tu hermana.

—Lo sé —susurró.

Xavier la dejó para recibir al señor Marcelo, una conversación que había evitado desde que regresó de Mirabal y que no podía posponer más, lo necesitaba. El señor Marcelo lo esperaba caminado por la sala de su casa, examinando los cuadros colgados en las paredes, pocos.

—Disculpe, lo hice esperar.

—Yo entiendo. No te disculpes. Estás tú solo, cuidando a tu cuñada, es mucho, mucho para ti solo. Debes aceptar ayuda.

—No puedo pagar…

—No tienes que pagar, una buena esposa, te hace falta una buena esposa.

—Marcelo, no quiero volver sobre lo mismo, una esposa no es una empleada doméstica, no necesito una esposa.

—Sí que la necesitas, ¿qué crees que dirá la gente si la situación con tu cuñada se prolonga?, una mujer casada y un hombre soltero viviendo juntos. Eso no está bien.

Xavier se sentó, no podía creer que sin haber tomado asiento, ya había sacado el tema del matrimonio, alzó las cejas, y rozó el puente de su nariz, evitaba mirarlo a la cara, sentía que su rostro reflejaría la verdad recién descubierta por él, la que ahora se gritaba sin complejos, con claridad: estaba enamorado de su cuñada, la amaba, y nada quería más en el mundo que protegerla y cuidarla, ya que no podría hacerla su esposa, al menos la protegería como si lo fuera.

—Entiendo lo que dice, créame, la habladuría de la gente es el último de mis problemas. Debo hallar a la hermana de Mar, debo regresar a San Isidro, debo proteger a Mar, y ver que sane.

—Mucho para uno solo, una carga que sería más ligera entre dos.

Xavier soltó un suspiro y alzo la barbilla, comenzaba  a hartarse de su insistencia, conocía la razón: Pía, el hombre quería casar a sus hijas con él y con Abel, no pudo casar a Abel con una de sus hijas, insistiría en conseguir que Xavier tomara por esposa a Pía, una mujer hermosa e inteligente a la que no le sería difícil hallar marido y él, resultaba tan perfecto: sin familia, con un hermano en la guerra; entendía sus razones, que para nada lo convencían.

No podía hablar con nadie jamás sobre como su pecho se hinchó cuando se refirió a Mar como su esposa, una mentira, para pasar inadvertidos, pero se sintió real, no quedó impune ante sonido de esas palabras dichas en voz alta, «mi esposa». Las palabras implicaban un nexo y una conexión que deseaba, más que no era posible.

—Le agradezco su preocupación, y su consejo, tendré en cuenta sus palabras.

—Pía está soltera. Sería un matrimonio perfecto, ustedes dos, esa chica estaría en buenas manos.

—Agradezco la confianza, debe tenerme en alta estima para ofrecerme la mano de su propia hija.

El hombre sonrió afirmando.

—Claro, Xavier.

—Esperaré a que Mar mejore un poco más mañana, tengo intenciones de volver a San Isidro.

—¿Te la llevarás así? —preguntó sorprendido.

—No, iré yo solo, no me atrevo a llevarla así, y si la llevara conmigo, no regresaría, allá, estábamos bien.

—¿Te parece que en su condición estar solos los dos es lo mejor?, ¿lejos de médicos, hospitales, buenos vecinos que pueden ayudarte?, estás siendo muy cerrado, ¿cómo la aseas?, no me digas —dijo alzando las manos frente a él.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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