Querido, Xavier.
Nunca podré agradecerte lo suficiente, eres el mejor hermano del mundo, te extraño, como siempre. La herida de mi pierna parece que empeora, me las apaño para servir aún así, un hombre no es solo su cuerpo, también es sus ideas, su mente, y mi mente parece que está bastante clara.
Ojalá me escribieras, quisiera saber cómo sigue la búsqueda de Analía, como ya sabrás, es una muchacha ciega, sola, que casi no tuvo contacto con el mundo, es muy vulnerable, temo que le haya pasado algo malo, que ya este presa, o haya muerto, o algo peor, porque siempre puede haber algo peor que la muerte, aunque parezca absurdo.
Espero que Mar no te esté causando dolores de cabeza, es mandona, pero con ella a tu lado, no dudo de que consigan a Analía, mi mente y mi corazón están cada día con ustedes. Las cosas van a mejorar algún día, debemos creerlo.
Te amo y te extraño.
Abel Irazábal.
«Analía es una muchacha ciega», repetía mirando la carta, «debe haber una confusión», «Mar es Analía, a quien buscamos es a Mar, su hermana, ¿con quién se casó Abel?». Su cuerpo se mantenía tenso. Se levantó y corrió a revisar el estado del resto de la casa, de los animales, limpio el gallinero, tomó los huevos que habían, los almacenó después de limpiarlos, barrió el patio, hizo lo mismo con el lugar donde estaba la vaca y los cochinos, no dormiría ese día, su mente necesitaba analizar lo que había leído y lo hacía mientras aseaba la casa.
«Analía es una muchacha ciega».
—No puede ser —dijo negando, conteniendo la rabia, la confusión.
«Mar me engañó», «No es Mar, es Analía», Xavier pensó en Abel, su pobre hermano angustiado por el paradero de la mujer que amaba, su hermano la amaba, su cabeza estaba hecha un remolino, estaba aturdido, y decepcionado.
Pensó que todo había sido su culpa, su estúpida negativa a escribirle a Abel, esa inseguridad estúpida por demostrar sus sentimientos, mostrarse vulnerable. Ya en la madrugada, agotado, hambriento, tomó lápiz y papel.
Querido Hermano,
No ha supuesto una carga para mí, ocuparme de aquello que debías ocuparte tú, llevas una carga real y pesada sobre tus hombros, sabes que nunca estaré de acuerdo con el uso de la fuerza, las armas o la violencia, sé que eres un hombre inteligente, y bueno y que a tu lado, esos soldados deben sentirse seguros. Estoy muy orgulloso de ti.
No hay que buscar a Analía, si lo que dices es cierto, a quien recibí en casa hace unos meses, fue a Analía, una chica de tez blanca, cabellos cobrizos, que se le enredan en ondas, es rellena, impertinente, caprichosa y ciega. Ella debe de ser tu Analía, no entiendo que pasa, ahora no estoy con ella, en lo que este a su lado de nuevo, aclararé todo. ¿Con quién te casaste Abel?, esto ha supuesto para mí un choque fuerte, pues he confiado en la chica, que ha resultado una buena compañía, a pesar de su condición.
Sin importar qué, buscaré a su hermana, quien quiera que sea. Aclararé esto. Ha enfermado, más de una vez, es enfermiza, ahora tiene artrosis, pero ya un médico le ha puesto un tratamiento, está bien. Nos quedaremos en la ciudad, requiere atención médica constante, espero entiendas.
Lamento no haberte escrito antes, no solo disparar armas y estar al frente del fuego requiere valentía; también te extraño y te amo, todo estará bien. Nos reuniremos pronto.
Xavier Irazábal.
En la carta omitiría el resto: que esa chica iluminó sus días desde que llegó, que desde que apareció en su puerta, era la razón para continuar el día, que ya no se sentía como un fantasma gastando el tiempo disponible en su vida vacía, que sonreía al despertar, que lo primero que quería hacer al levantarse era ver su rostro, su sonrisa, oírla reír y verla jugar con el perro, que adoraba verla comer, el resto del mundo moría de hambre, había escasez, y poder darle a ella lo que quisiera para comer, y verla disfrutarlo, lo hacía sentir como un campeón, como su héroe.
Que la amaba, y que no tuvo reservas en reconocérselo a él mismo porque creía que no era la mujer que su hermano amaba, «puedo quererla yo entonces», pensaba. «Abel quería cuidar a Analía, ¿quién se ocuparía de Mar?», esa era su esperanza, él se ocuparía de ella, la cuidaría, y protegería siempre, dejaría todo atrás y se expondría a peligros, estuvo dispuesto a matar a un hombre para defenderla, la amaba, y creía que ella lo amaba en secreto a él, ahora creía que solo buscaba su salvo conducto, su plan b, engañó a Abel y estaba engañándolo a él.
Ya para entonces, no limpiaba las lágrimas que rodaban por su mejilla, le ardían porque se odio al dejarlas correr, sintió que se quemaba por dentro sino lloraba, no se iba a dejar abatir por ello, al día siguiente liquidaría todo, menos la casa, y regresaría a Alcázar a enfrentarla, pero se sentía ridículo llorando sobre la mesa del comedor, enamorado como un tonto de una mentira, la soledad le pasó factura, se despreciaba sintiéndose un tonto enamorado de la primera mujer con la que compartía un techo.
«Le pediré a Pía que sea mi novia, no seré más un soltero triste y solo, presa fácil para ser engañado. Eventualmente nos casaremos, ¿por qué no?».
Miró al perro que parecía intuir lo que pasaba, lo miraba con los ojos tristes, apagados, no se movía y se mantenía sentado sobre sus patas traseras.