Cuando amaneció ya Xavier había limpiado toda la casa, y el desastre que hizo Noche con la basura, Tenia montado los cochinos en el camión, menos al que mataría, las gallinas ya las había negociado con un granjero que vivía cerca, también se llevaría la vaca, en el centro conseguiría mejor precio, el hombre le pidió dejarle todo, se sentía sin fuerzas, sin ánimos para ir a negociar, así que aceptó, bajó los animales del camión y se los entregó al hombre.
Menos dinero por salir rápido de la situación, y no tener que arrastrar los animales por el camino. Le dolía dejar ese lugar, deshacerse de los animales, su única compañía por muchos meses, vio las gallinas y sonrió al pensar en Mar, quería comerse una, «Mar, ¿quién es Mar?», soltó un suspiro doloroso.
—No entiendo porque quiere salir de esto, pa mi es bueno, vienen tiempos duros, se ve, los entendidos dicen que la guerra ya está por terminar, yo no creo. Más hambre es lo que hay, con esto mi familia estará bien —dijo el campesino que no escondía su emoción.
—¿Tiene hijos?
—Una niña y un varón, el que me acompaña —dijo sonriendo y lo señalo orgulloso, era un chico escuálido de no más de doce años.
—Será bueno que tenga esos animales.
—Sí, solo teníamos dos gallinas y un huerto, y la niña estaba encariñada con las gallinas, gracias por la oportunidad.
—Bueno, tenía el dinero, usted aprovechó la oportunidad.
Una expresión sombría cubrió el rostro del hombre.
—Pasaba gente de un lado a otro del borde que puso el presi como límite, gane buen dinero, muchos murieron, no me atrevía a gastar ese dinero, se lo juro —expresó con pesar en su mirada, su mandíbula temblaba, apartó el rostro —, la necesidad me obliga.
—Hace bien, sus hijos además tendrán con que entretenerse, me quedo tranquilo sabiendo que quedan en buenas manos.
—¿Lo ayudo a matar al chancho? —ofreció sonriente.
Xavier afirmó, a pesar del dolor que aquejaba su corazón, de las dudas que lo martirizaban, se exigía estar entero, se regañó esa mañana al levantarse, reaccionó de manera desproporcionada, se dijo, y eso estuvo fuera de lugar, además debía admitir que se sentía como un hombre nuevo, conversar y compartir con otros, de pronto no le resultaba tan pesado como antes.
El campesino y su hijo lo ayudaron en el patio de la casa con el oficio del cochino, lo cambiaría por jamón curado para ella, se sentía estúpido y que quizás nada de lo que hacía tenía sentido, pero no dejaría a medias lo que empezó. A medida que el hombre le contaba su experiencia en granjas, y de como él, su mujer y sus hijos, cuidaría a los animales, Xavier fue sintiéndose nostálgico, entendió porque su hermano se quedó con esa casa y nunca la vendió, sin darse cuenta se había reconciliado un poco con su niñez, y había tenido muy cerca a Abel, sin que fuera así.
Dejaba todo aquello por ella, porque su salud requería atención que era más probable darle a donde estaban, quizás se privarían de más comida, a cambio tendrían medicina y salud. Volver a trabajar sería posible, volvería a tener ingresos, no viviría ya solo de sus ahorros, Ella estaría más expuesta también en la ciudad, su salud les demandaba hacer todos esos sacrificios y correr todos esos riesgos.
—¿Al perro no lo vende? —preguntó el chico, emocionado, dejo ver que después de todo, a pesar de la guerra, y el trabajado duro, era solo un chico.
—No, lo siento. Se llama Noche.
«¡Noche!, qué tontería». Negó molesto con él mismo.
Vio partir al campesino y a su hijo antes del anochecer. Se ocupó del resto, el perro lo acompañaba en silencio por toda la casa, lo miraba receloso, hasta que se dijo que el animal no tenía culpa de las mentiras de esa chica, incluso también pensó que alguna buena razón debía tener para mentir.
Recordó que lo que más odiaba de esa casa es que no hubiese teléfono, quería llamar a su casa y saber cómo estaba, a pesar de todo. Releyó el resto de las cartas de Abel, donde no le hablaba de su esposa o de grandes responsabilidades, solo le contaba lo duro que el frente de batalla, lo caótico, injusto y absurdo que era todo. Su mente quería volver analizar todo, pero se lo impedía con frialdad, su corazón estaba roto, su mente confundida.
Al día siguiente llegó temprano al centro, dejó las cartas en el correo, recogió el recibo con el cambio de dirección y le dio una última mirada a todo aquello, terminó de hacer en el centro lo que iba a hacer, incluido buscar las cosas para Mar, el campesino se ofreció llevarlo en su camión hasta la estación de tren, le ofreció el contacto de alguien que le dejaría subir al perro.
—Muchas gracias —dijo Xavier con formalidad al despedirse, el campesino se fue sobre él dándole un gran abrazo de brazos abiertos.
—A usted, mi familia está muy contenta, nos sentimos como ricos.
Xavier sonrió y afirmó, se sintió egoísta y tonto, por tanto tiempo estuvo receloso con la comida, que si era poca, aunque para esa familia, parecía mucho, porque tenían menos, ella se lo decía, él se mantenía orgulloso cerrado en su posición, había aprendido con ella de otras abundancias.
—Le deseo lo mejor a su familia.
—Buen viaje, buen hombre —lo despidió.