La tetera sonó, salió de su ensimismamiento y sirvió su té de hierba buena mientras esperaba que la comida de Mar estuviera lista, él comía poco, volvió a los días de miseria de su vida solitaria; ella mintió, pero era la realización de que su hermano la amaba lo que lo mantenía más triste, era un imposible para él, lo que fuera que sintiera por ella debía ser enterrado, olvidado para siempre.
—¡Ojalá Noche hablara!, me gusta su compañía, no tengo con quien hablar —dijo Mar desde su cama cuando Xavier entró a dejarle la comida.
—Con Pía puedes hablar.
—Con ella prefiero no hablar. No confío en ella.
—Pues vaya que eres una malagradecida.
—Ya te pedí disculpas por lo que te dije el otro día, lo siento. No me castigues más —suplicó.
—No te estoy castigando.
—¿Por qué no me hablas?, ¿por qué no eres conmigo otra vez como éramos antes?, ¿ella te dijo algo de mí?, seguro inventó algo.
—Basta, ocúpate de mejorar, aunque creo que ya estás bastante bien.
—Ya me siento mejor, podría caminar por la casa.
—No, nada de eso. Te quedas en la cama.
Ella chasqueo la lengua, apretó los labios, sus ojos se llenaron de lágrimas, se abrazó a Noche. Le dolía verla así, no podía ser diferente.
—Quiero…
—Eres tan inmadura, e infantil.
—¿Eso piensas de mí?
—Pues no me has demostrado otra faceta tuya, solo lloriquear, pedir, exigir —expresó con frustración.
—¿Soy muy inmadura?, claro, sí me comparas con Pía, que huele y se oye como que es muy bonita, refinada, una mujer, yo, soy una tonta.
—Pues sí que eres una tonta —replicó molesto.
Ella se quedó en silencio y bajó la cabeza, hizo una mueca con la boca ocultando las ganas de llorar. Mostro una sonrisa falsa y afirmó quedándose abrazada a ella misma.
—Quise buscar a mi hermana, ¿eso no me hace valiente?
—No, te hace caprichosa.
Negó.
—Ya te puedes ir, gracias por la comida, quiero estar sola.
Cerró la puerta, cuando iba bajando las escaleras sonó el teléfono, corrió a atender, hacía días que esperaba noticias de los Ledezma.
—Abogado —dijo el señor Ledezma.
—¿Cómo están usted y su esposa?
—Bien, instalados en San Diego, es una casona enorme en medio de la naturaleza, esto le gustaría, debería visitarnos.
—Algún día, cuando acabe la guerra.
El hombro soltó una risita.
—Sí, dejamos muchas cosas para cuando acabe la guerra. Tengo noticias de la hermana de su cuñada.
—¿Ah sí?
—Sí, no sé quién le dijo que la última pista estaba en Mirabal, quizás la tenga más cerca, allí mismo en Alcázar, en lo que respecta a su marido, el general, no creemos que esté muerto —explicó.
Xavier tragó grueso tras lo que aspiró aire con profundidad, la trama se complicaba, comenzaba a hartarse y quería salir de todo aquello y volver a sus días tranquilos, aunque algo también lo llamaba a desenmarañar toda aquella historia, sobre todo por su hermano.
—¿Podría estar vivo?
—Sí, los únicos que lo ubican muerto, son las personas de Mirabal, y unos pocos, para ser justos. Retomaré las pistas desde allí y le avisaré, usted está ahora en mejor posición que yo para investigar algo.
—Gracias, haré lo propio.
—Le llamaba también para pedirle que se ocupe de uno de mis negocios en Alcázar. Dejé la mayoría en manos expertas, uno particular, lo cerré, más ahora surgió un asunto y no debo dejar de atenderlo, Luis Mundo lo contactará, él sabrá que hacer. ¿Se negará?
—No podría, muero por salir un poco de la rutina, y el dinero me caerá muy bien, cuente conmigo —respondió Xavier sintiendo alegría. Reconoció al mismo tiempo que estaba pasivo, esperaba a que las cosas le pasaran, en lugar de buscarlas.
—Pero no le he dicho que negocio clausuré.
—¿Hace la diferencia?
El hombre rio sobre la línea.
—Armas. Municiones, pues verá: no quise seguir contribuyendo a esta carnicería, no quería eso en mi conciencia, pero me ha llegado una comunicación del gobierno: “invitándome” a reabrir mi negocio, o de lo contrario, lo harán ellos.
Xavier se quedó pasmado, tomó aire de nuevo y soltó con pesadez sobre la línea.
—Lo sabía, sabe que lo necesito —dijo el señor Ledezma y soltó un suspiro también pesado.
—Me sorprende que se desprendiera usted de una de los negocios más rentables en medio de una guerra.
—No soy un santo. Podré ser cobarde, aunque no soy un hombre ambicioso, no soy de los que cree que debo hacer dinero a costa de todo. Quizás hasta muera pobre y no me importa.
Xavier sonrió negando, el hombre tenía una tendencia al melodrama que ya había olvidado.