Pía vestía un vestido rosado con encajes y detalles en blanco, llevaba un pequeño sombrero del mismo color del vestido, llevaba guantes blancos y un pequeño bolso de mano, iba maquillada de modo sutil, Xavier la admiró al dejarla pasar. Dejó una estela con su olor al pasar junto a él, era un olor dulce y agradable, no demasiado penetrante.
—¿Mar? —preguntó ella con suspicacia, se quitó el sombrero y un abrigo, él la ayudó a colocarlo en la entrada.
—Ya le serví la cena, debe estar comiendo ahora mismo.
Ella se acercó a él y le dejó un beso intenso sobre la mejilla, aferrada a su brazo, él sonrió y afirmó con timidez.
—La pobre, que bueno que ya esté descansando. ¿Qué has preparado para mí?
—Disculpa que no te saqué a algún sitio, entenderás que no puedo dejar sola a Mar.
—Lo entiendo, y no me molesta, al contrario, me encanta estar en tu casa, que estemos los dos solos acá. —Tomó su mano entre las de ella.
—Algo sencillo, estamos en guerra Pía, lo siento por eso también.
—Deja de disculparte —dijo sonriendo, lo condujo ella hacia el comedor.
Sobre la mesa del comedor, Xavier había colocado un mantel que tenía guardado, platos, cubiertos y la comida que preparó, pollo con especias; ella lo ayudó a servir la comida en medio de un ambiente enrarecido para él, no estaba acostumbrado a esas situaciones, era un hombre solitario, solía pensar, comenzaba a darse cuenta de que no era del todo cierto, le gustaba la compañía de ciertas personas, la de su hermano y la de Mar, por ejemplo.
«Debo dejar de llamarla Mar, no se llama así».
—Está delicioso Xavier, eres toda una joya escondida.
—Como tú, ya deberías haberte casado con un buen hombre, Pía.
Ella negó.
—Quiero intentar atraparte, no habrá mejor hombre —confesó con picardía. Ella no era tímida, era arrojada y decidida.
Si lo pensaba bien y salía del letargo en el que había sumido su vida desde que perdió a su novia Victoria, debía reconocer que Pía sería una esposa excelente para él: inteligente, graciosa, carismática, hermosa, decidida, con alguien como ella a su lado, sería una persona completa en ese mundo de afuera, el de las apariencias, el de la sociedad exigente de una institución familiar formada por matrimonios, él sería entonces como los demás y ya no sería un hombre solitario.
¿Qué hay del amor?, él sabía que se sentía amar a alguien, era importante sentirse así con una persona para dejarla estar a su lado, de lo contrario se sentiría preso, él amó a Victoria, un sentimiento parecido le despertaba Mar, pero Pía, era tan fría y sofisticada que solo le causaba admiración, parecía superficial, que no podía conocerla de verdad. Sí quería llevar esa vida, debía decidir si aceptarla.
—Estás muy callado.
—Lo siento, es que no estoy acostumbrado a esto.
—Eres tan lindo. Nos necesitamos Xavier, el mundo nos exige fuerzas en este momento, en medio de una guerra, no hay nada seguro, nos necesitamos.
—Te necesitaría más yo a ti, que tú a mí, se ve que tú puedas sola contra el mundo.
—Te hablaré claro: tú me encantas, y una tiene sus necesidades, como los hombres, pero de eso no se puede hablar, claro, una no sería una dama decente como se espera, tú me encantas, sé que eres un hombre inteligente y sé que me dejarías hacer…
—¿Hacer qué?
—Lo que quiera. Quiero trabajar Xavier, quiero aportar cosas al mundo, estudiar, sabes que las puertas están cerradas para una mujer, que solo debe ser esposa y madre, yo quiero estudiar, mas no se me permite, si nos casáramos, yo sé que tú me dejarías estudiar, ¿me equivoco? —Inquirió con interés, la escuchó sincera por primera vez desde que la conocía.
Xavier afirmó con un gesto simple.
—Me sorprendes, no sabía que tenías todas esas ideas en la cabeza.
Sonrió de medio lado.
—No sabes muchas cosas sobre mí.
—Pues ya veo.
—No sabes, las veces que pensaba: Xavier encerrado en su casa todo el día, solo trabajando, y yo aquí sola también, con necesidades, con ganas de comerme al mundo, presa bajo el yugo familiar. Sé que no serás el típico marido asfixiante.
—Por ahora solo quiero encontrar a la hermana de Mar, es mi objetivo ahora.
—Yo te voy a ayudar.
—¿Lo harás?
—Quiero ser abogada, como tú —dijo y alzó el mentón.
—No dudo que serás una gran abogado, te mereces a un hombre que te ame, te adore y respete porque eres excepcional, Pía.
Ella le dedicó una sonrisa nostálgica.
—No quiero amor, quiero un pasaje, tú eres ese pasaje Xavier, no me lo niegues.
—No es tan sencillo ahora, esa chica que está allá arriba es mi responsabilidad, además, hay algo que no sabes: su familia fue acusa de traición, a ella la buscan, está señalada, estoy en riesgo al tenerla bajo mi cuidado, no quisiera involucrar a nadie más, necesitaría tiempo.