Abel miraba de soslayo las muletas recostadas sobre el armario, se notaba que las odiaba, pero Xavier estaba seguro que odiaba más ser atendido para asuntos tan íntimos como su aseo o ir al baño, bajó la mirada cuando entro la chica, debía ser la menor de los Moncada, se ruborizó al entrar y dedicó una sonrisa risueña a nadie en particular, Xavier le sonrió con amabilidad, esa chica cuidaba de su hermano con dedicación, se sentí agradecido hacia ella. Abel apenas la miraba.
Sus ojos era de marrón más claro que el de sus hermanos y sus cabellos rubios y finos los mantenía cubiertos por encima debajo una pulcra pañoleta blanca, así como el delantal que llevaba por encima de su sencillo vestido, ver a la chica tan impecable haciendo las tareas de cuidado de los enfermos lo llenó de tranquilidad, Xavier pensó que era una chica linda, de modales modestos en comparación a los de sus hermanos, se veía muy joven, sumisa y amable, brillaba como Analía, aunque de una forma diferente, la rodeaba un aura más bien etérea.
—¿Cómo te llamas?
—Susana —susurró con timidez.
«Es eso», pensó Xavier, a diferencia de Analía, esta chica era muy tímida, del tipo introvertida.
—Gracias por lo que haces por mi hermano, y los demás.
—Ellos han hecho bastante por nosotros, solo retribuyo lo que han hecho y colaboro como puedo.
—Qué bueno que pienses así.
—¿De verdad tienes que ir tú? —interrumpió Abel con tono inquisidor.
—Sí, quiero hacerlo, dibujarles un mapa y señalar dónde está el lugar no es suficiente, me necesitaran para entrar.
—No es justo que vayas y te expongas. Analía te necesita, yo te necesito —expuso con tono de súplica.
—Voy a estar bien. Ustedes lo estarán, Susana los atiende con dedicación —dijo sonriendo a la chica, quien bajó la cabeza ocultando una media sonrisa, pero no el rosado de sus mejillas, Abel la miró de soslayo y desvió la mirada tras soltar un suspiro cansado.
—Gracias Susana puedes irte —le dijo Abel con tono parco sin mirarla.
—No he terminado de hacerle las curas —replicó sorprendida.
—Mi hermano terminará —respondió mirando a su hermano con insistencia. Xavier asintió y la chica salió de prisa con expresión contrariada en su fino y delicado rostro, se veía abatida.
—No seas así Abel, ella solo ayuda.
—No hago nada.
—Puedes ser más amable.
—¿Y que crea que accederé al absurdo de casarme con ella?
Xavier soltó un suspiro y meneo la cabeza, le dedicó una media sonrisa de complicidad.
—Es una chica hermosa, educada y amable.
—¿Tú también? ¿En serio? —inquirió moviéndose incomodo en la cama.
—No, les dije que tú tomarías tus propias decisiones, solo digo que no tienes que pagarla con la pobre chica como si estuvieran tratando de casarte con el cantinero malhumorado y desaseado de la cantina de San Isidro.
Abel soltó una risa, a Xavier se le iluminó el rostro, no lo había visto sonreír así de nuevo. Agradeció a Dios que su hermano estuviera vivo y frente a él.
—Ya no soy un hombre completo, que vergüenza para la pobre chica ser la esposa de un lisiado —soltó con amargura, de su rostro se extinguió el rastro de la risa en la que rompió segundos antes.
—Hermano. Nada de eso, no sabes lo feliz que estoy de verte, debes mejorar, no morirás, el general me dijo que el médico no le ha dado una mal pronóstico, eres tú quien no pone de su parte, la infección cedió, las curas han hecho efecto, estarás bien, no lo estás ahora por completo, pero lo estarás, ellos también cuentan contigo para dirigir esto. Yo, cuento contigo.
Abel lo miró atento. Alzó los hombros.
—Han entrenado incluso a chicas. Serán quienes resguarden el lugar cuando los hombres partan, se quedarán solo unos pocos, y solo unos pocos nos ocuparemos de las estrategias. Es un margen pequeño el que tenemos para tener éxito, no podemos fallar.
—No quiero que falles, quiero verte recuperado por completo, quiero a Analía de pie, conseguir que se separe de ese hombre, casarme con ella y quiero que seas feliz.
—Agradezco que Analía sea ciega. No puede verme, terminé siendo un lisiado, antes era como un héroe —dijo negando, cerró los ojos.
—Eres un héroe. Necesito que la cuides, que hables con ella, volveré, lo prometo.
—Tienes que volver, Xavier.
—Y trata de ser un poco más amable con Susana. No tienes que casarte con ella, olvida eso, pero recuerda que es quien te hace las curas y te asiste, nunca has sido un malagradecido.
—Tienes razón —admitió avergonzado, le dedicó una media sonrisa a su hermano.
Los hermanos se abrazaron sin contener los sentimientos que los embargaban, Xavier esperaba que ese mal que había alcanzado a su hermano en el corazón y en la mente por la pérdida de su pierna se disipara como lo hizo el que se instaló en su corazón cuando murió Victoria y que desapareció cuando conoció a Analía.