El camino por el que iban no tenía carreteras apropiadas para autos, un camión adicional los seguía con repuestos y combustible, no podían parar en ningún punto del camino hasta llegar a destino. Xavier observó el arma en su cintura, eran tiempos difíciles y ya no se reconocía. No dejaba de creer en la paz, pero tenía una familia que defender y proteger, con paz no lo había logrado hasta ahora.
—¿Qué pasa abogado? —inquirió Manuel.
Xavier lo miró y le sonrió tras negar de modo casi imperceptible.
—Nada.
—No se preocupe, cuando la guerra acabe, volverá a sus despachos a la paz de siempre, lo que no le aseguro, es que sea el mismo.
—Ya no soy el mismo, no sé quién soy —. Cerró los ojos y negó.
—El día que aceptó manejar esa fábrica de armas, ese día ya usted era un hombre diferente, ¿por qué aceptó?
—Había estado solo en una pequeña casa en el campo desde que la guerra empezó, volví a vivir como vivía en mi niñez con Abel y mis padres, comiendo de lo que producía la tierra y los animales que nosotros mismo gestionábamos. Todo era rustico, natural, el jabón con el que nos aseábamos, o con el que limpiábamos la ropa, vivía conectado con la naturaleza de algún modo.
—¿Entonces fue bueno? ¿Volver a vivir así?
—Sí, y no me daba cuenta, me quejaba, y había goteras imposibles —. Rio
—Nos damos cuenta de lo que valen las cosas cuando ya no las tenemos, eso es muy común.
—Extrañaba mi casa en Alcázar, mi despacho, mis clientes, mi trabajo, las comodidades de las que disponía, mi auto caro, ser un abogado distinguido en la ciudad, entonces cuando volví, no tenía nada de aquello, llegaron censando para obligarme a tomar comida por ración, no podía exhibir mis comodidades porque el estado podría quererlas, muchos de los vecinos ya no estaban o se habían vuelto violentos y recelosos, no reconocía nada.
—Entonces lo llamaron de la fábrica de armas y municiones.
—Sí, era una forma de estar ocupado, de generar dinero para mantenerme a mí y a Analía, guardar para Abel, eso me decía en mi mente; la verdad era que ansiaba poder entregar un poco de justicia en medio de la guerra, al menos a los trabajadores de la fábrica. Acepté el día que un representante del gobierno dejó caer sobre mi escritorio las condiciones bajo las que tendrían trabajando a los empleados de la fábrica, serian esclavos, para que ellos pudieran seguir con su absurda guerra.
—Ahora esas armas se usaran para defendernos. Hace lo correcto.
—Quiero creer que sí, porque el horror que traen al mundo las armas no es un peso que quiera sobre mi conciencia, sin embargo, lo tendré, al menos me gustaría que valiera la pena.
—Valdrá la pena. No pase todo por un filtro moral, sobrevivir es el mayor de los deberes morales.
Xavier pensó que sí, después de todo, terminó enamorado de la mujer que amaba su hermano, la que creía su esposa, se juzgó por mucho tiempo con ese filtro moral y eso lo hacía infeliz, deshacerse de esas culpas lo hacían sentirse mejor consigo mismo.
Después de algunas horas, el camino se abría para ellos hacia el segundo galpón de la fábrica de armas y municiones.
—Llegando, tomen sus previsiones —gritó uno de los hombres.
—¿Tiene la llave? —inquirió de los superiores.
Xavier afirmó y la sacó de su bolsillo para mostrársela. El hombre asintió y cargó su arma, le hizo señas para que lo siguiera.
—Este hombre es un civil, diferente a los otros civiles, no vino a pelear —le aclaró a los demás—, es el gerente de la fábrica, cúbranlo.
—No me importa pelear —dijo Xavier—, tengo un arma, puedo usarla.
El hombre se le quedó viendo asombrado, asintió con un gesto.
—Igual quiero que regrese sobre sus pies, es hermano de una héroe de guerra y la cabeza de esta operación. Queremos regresárselo sano y salvo.
Xavier siguió al hombre, Manuel iba a su lado, Echenique le sonrió con satisfacción. Caminaron gran parte del trayecto en el que esperaban encontrar hombres del estado, pero parecía una trampa, habían muchos más hombres de los que debería haber. Xavier escuchaba atento la conversación de los hombres.
—Trampa, es una trampa —gritó uno de los soldados.
—No, debían saber que intentaríamos entrar.
—Hay demasiados hombres.
—Pues nos los cargaremos a todos, hay que entrar, los distraeremos, un grupo con el abogado, tiene la llave, podrá entrar al depósito secundario donde están los explosivos, el camión debe partir al hacer la primera carga, con él, él debe irse en ese camión.
—No, me quedaré.
—Abogado, por favor, no complique las cosas, esto se pondrá feo —le advirtió Manuel.
—Tú mismo lo dijiste, el único deber moral es sobrevivir.
—Exacto, no lo hará si se queda aquí, debe irse. Las cosas cambiaron por si no lo notó, no huiremos, nos quedaremos y reclamaremos el lugar sobre sus cadáveres. Debe irse.
Xavier negó, uno de los hombres lo arrastró para intentar entrar a la fábrica mientras los otros creaban una distracción.