El Cuidador

C A P I T U L O 3 7

Se mantenía abrazado a ella, no había logrado dormir por completo, solo por espacios cortos de tiempo, acariciaba su cabello y admiraba su hermoso rostro, recorría sus labios y su piel con sus dedos, pensaba en la ironía de la vida, todas las cosas que debieron suceder para que ellos se encontraran, para tenerla en su vida.

Tocaron a la puerta. Eran las 2:14 de la madrugada. Se incorporó en la cama.

—Abogado, ¿está allí?, soy Moisés, su hermano lo requiere ahora mismo en su despacho.

—Sí, voy, dame un momento.

Se vistió y salió detrás de Moisés, este iba serio.

—¿Qué ha pasado?

—Llegó un telegrama, su hermano me ha pedido que lo busque, fui a su habitación y no lo conseguí allí, supuse que estaría con su prometida.

Xavier abrió la puerta del despacho, estaban de pie el general, Echenique, Manuel y otros superiores. Lo miraron cuando cruzó el umbral.

—¿Qué sucede? —preguntó mirando a su hermano a los ojos.

—No podrás casarte con Analía aún, al menos no aquí, si subes a ese barco que te comenté, el capitán podrá casarlos —explicó Abel.

—Insistes con eso, Abel, no te dejaré.

—Arreaza ha puesto sobre aviso a todas las instituciones del país, hábilmente instruyó al hombre que envió, a que registrara la anulación en San diego, pero hay ordenes de notificar donde se celebre el matrimonio, como sabrá no podrá ser de un día para otro, por lo que sabrán a tiempo donde será, los estarán esperando —explicó el general.

—Pues no nos casaremos aún.

—Xavier, no seas absurdo, deben irse. Deben hacerlo —dijo Abel.

—Solo me iré si vienes conmigo.

—Debes hacerlo, Abel —dijo Manuel.

—Claro que no, no dejaré esto así, no huiré. No otra vez.

—No es huir, ya entregaste lo que debías entregar y más, deberías estar de baja, descansado, has hecho más de lo que se esperaba, coincido en que debes irte con tu hermano y tu esposa —expuso el general.

—Estás esperando a un hijo, no quiero a mi sobrino huérfano, ni a mi hermana viuda. Debes irte Abel.

—No quiero irme Abel, pero si tú vinieras, ya todo estaría decidido.

—Cuida a mi esposa y a mí hijo, no me iré, Xavier.

Se escuchó una fuerte explosión. Todos sacaron sus armas. Alguien abrió la puerta con prisa.

—Están cerca, están aquí, nos consiguieron —gritó un muchacho.

—Ya no es algo para decidir, hermano —dijo Abel. Sacó su arma —. Ve por tu mujer.

—Saquen a todos los civiles, mujeres y niños, que partan los carros ahora, defiendan posición —gritó el general.

—No, Abel…

—No seas terco, saca a las mujeres de aquí. El barco hacia Buenos aires saldrá desde España. Si salen ahora estarán a tiempo en la ciudad para abordarlo. Deben partir ahora.

Xavier negó frustrado, corrió a buscar a Analía, le pidió que se vistiera, se veía confundida, pero decidida. Fue por Susana, quien lloró sobre su hombro, tenía su maleta lista ya. Un auto los esperaba, cargaron raciones de comida, agua y combustible y partieron en medio de la madrugada, dejando el sonido de las balas y las explosiones tras ellos. Hombres armados se encargarían de que llegaran a salvo al puerto.

No quería perder a su hermano, debía saber que lo estaba dejando atrás quizás para siempre está vez. No pudo convencerlo de dejar la guerra, dejaba allí su corazón, no quería llorar delante de las mujeres, que ya estaban alteradas, a la madre de Susana debieron engañarla para sacarla con ellos, quería quedarse con sus hijos. Su hija le reclamaba necesitarla más, ella le decía que ella viviría, quizás sus hijos no.

Analía lloraba en silencio, Xavier la abrazó a él y besó sus cabellos.

—Estaremos bien, nena.

—Sé que es solo un perro, sé que debemos dejarlo otra vez, yo entiendo, quizás mueran personas importantes para nosotros y yo lloro por un perro.

—Llora sobre lo que quieras, mi amor.

—Si no hubiesen necesitado esas cosas que estaban en tu casa, no habrían ido allí, no lo habían traído, hizo viajes tan largos.

—Para despedirse de ti, piénsalo así, se despidió de ti.

Ella afirmó abrazándose a él con fuerza.

—Abel, a él no lo ibas a convencer, se debía a esta guerra, no la dejaría nunca.

—Lo sé.

Ella hizo que colocara su cabeza sobre su hombro, lo cubrió con una manta, besó su cabello y se acercó a su oído.

—Llora mi amor, si quieres llorar, llora.

Él se abrazó a su cintura. No lloró, pero cerró los ojos y rememoró la vida con su hermano. Rezó para poder volver a verlo, rogó al cielo que permitiera a su hermano ver nacer y crecer a su hijo.

Tras días de viajes, habían llegado por fin al puerto, consiguieron los boletos con gente que les conecto el general, pasar la frontera no fue difícil, esperaban que abordar el barco, tampoco lo fuera. A Xavier le parecía absurdo dejar el país, abandonar todo, dejar atrás su vida. Miró a Analía abrazada a Susana, consolándola, y pensó que al menos no había dejado atrás todo, llevaba consigo lo más importante.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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