El Cuidador

C A P Í T U L O 3 8

Buenos aires, 1938.

Dos meses después.

Susana miraba por la ventana mientras acariciaba su panza. Su madre tejía un suéter e intentaba enseñar a Analía, reían las dos ante los intentos.

—No sé si este cómodo con la idea de que Analía maneje agujas de tejer, duerme conmigo —bromeó Xavier.

—Pues ella quiere y yo la enseño —dijo doña Lucia.

—Solo quiero ayudar, sabes que no me gusta ser un estorbo.

Él se acercó y besó sus cabellos, hacia tempo que había dejado de considerarla así, un estorbo o una carga como le dijo alguna vez, ahora era su mujer.

—Esposo, trae algo caliente para beber, por favor,

—Sí mi amor.

La casa era amplia, ventilada, rodeada de un jardín de flores rosadas y plantas altas de intenso color verde, a Xavier le gustaba el lugar, sobre todo le gustaba la paz que respiraba, tenían sus propios problemas locales, pero estaban lejos de la guerra. Las noticias eran escazas, no había sabido nada de los Moncada o de Abel. La madre de Susana le dijo un día que los diera por muertos y no pensara más en ellos. Él no se daba por vencido.

—Irás entonces —dijo la madre de Susana —, a ese trabajo.

—Sí, me darán ese trabajo, nunca había servido mesas en mi vida, espero que no sea difícil.

—Si me dejarás vender esa comida que dije, sería más dinero, lo necesitaremos para cuando nazca el bebe.

—No quiero que llamemos la atención.

—Claro, una vieja vendiendo comida, muy sospechoso.

Xavier se echó a reír.

—Tiene razón. Cocina muy bien, además.

—Conseguirás después algo más apropiado a tu estatus.

—Estatus, soy un hombre libre, cualquier trabajo honrado me sirve.

La mujer miró a Susana.

—No es sano que viva deprimida, en su estado —opinó la mujer, con tono nostálgico.

Xavier se levantó y se detuvo a su lado, ella movió la cabeza y lo vio, pero regresó la vista hacia la calle. Él había llegado a pensar que Analía era una mujer difícil, pero se lo replanteó con Susana. La chica era de carácter indomable, aunque no lo parecía.

—Tu madre está preocupada por ti, yo estoy preocupado por ti, no está bien que te dejes abatir por la tristeza y la nostalgia.

—Dicen que los rebeldes tomaron Alcázar, que el estado ha retrocedido en muchos terrenos, deben de ser ellos, no están muertos, lo sé —dijo sin mirarlo.

—No son noticias fieles, son rumores de viajeros de paso.

—Lo leí en la prensa.

—Susana, cuando nazca el bebe demandará todo de ti. Debes estar entera, fuerte. Es lo que habría querido mi hermano y los tuyos.

—No hables de ellos como si estuvieran muertos. Tú los olvidaste, yo no —. Le sostuvo la mirada con su mandíbula tensa, sus ojos estaban húmedos.

Xavier chasqueó la lengua y la abrazó, ella no lo rechazó.

—No me doy por vencido, las pongo a ustedes por encima de mi miedo y mis ganas de ir a buscarlos. Abel siempre me enviaba cartas, cuando estaba en el frente, las tengo conmigo, por si quieres leerlas.

—Ahora no te ha mandado ninguna, quiere decir que está muerto, ¿eso quieres decirme?, no es lo mismo, ahora no puede revelar donde está. Está vivo, lo siento aquí. —Señaló su pecho, negó con una mirada cargada de angustia.

Trató de calmarla. Se sentó con ella y Analía, que hacia esfuerzos diarios por sacarle sonrisas, lo lograba la mayoría de los días. Se despidió de las mujeres, solo Analía sabía a dónde iba y lo que hacía.

—Vuelvo más tarde. Deséenme suerte, que el trabajo sea para mí.

—Suerte, esposo.

—Suerte y no olvides que eres abogado —se despidió la madre de Susana. Él asintió y le sonrió de vuelta.

No iba a buscar trabajo, ya había conseguido uno en el restaurante de la esquina, iba, como todos los días desde que piso Buenos aires, a la embajada de Alcázar, a la gobernación, a la alcaldía, al congreso, a dónde fuera que pudiera hablar con gente que lo ayudara a saber de su hermano, de los Moncada y de la situación de su país.

Ese día su plan era esperar a Roque Acosta a la salida del congreso. Al verlo se acercó sin disimulo y llamó su atención con un movimiento de mano frente al delgado hombre.

—Disculpe, doctor, yo soy…

—El abogado inmigrante, sé quién es usted, ha acosado a mis compañeros por días. Sígame.

Xavier caminó junto a él dando pasos apresurados.

—Sé cómo funciona la prensa en mi país es por eso que pido que alguien, uno de ustedes al menos, aunque sea un solo diputado se interese por informarse sobre lo que pasa.

—Nos interesa. ¿Quién le dijo que no?, venga conmigo, almorzaré aquí cerca. Podrá contarme su interés con detalle.

Tras una corta caminata, entraron a un lugar donde al ver al diputado, corrieron a atenderlos, le ubicaron una mesa y le ofrecieron comida y bebida que Xavier rechazó.



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En el texto hay: romance, drama, guerra

Editado: 10.02.2022

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