El cumpleaños de Robert Colan

Capítulo 2

La mochila de Becky comenzó a vibrar. La chica gruñó como un perro haciendo una advertencia. ¿Ahora qué?, pensó. Se quitó la mochila, de My Little Pony, y la acercó a su cara. El interior se retorcía y vibraba.

—Bernie, por favor. Deja de hacer eso — Becky se acomodó. Se encontraba en un lugar donde era mejor no resbalarse.

Bernie gruñó dentro de la mochila. Becky recordó haberle dado un par de ratones antes de subir a La Torre del Terror.

—Grrr… — gruñó Bernie. Sonaba como un león con parásitos estomacales.

—Bernie — dijo Becky en voz baja —. Ya sé que estás ansioso. Yo también lo estoy. Pero tenemos que hacer las cosas bien, no rápido. Solo estoy esperando el momento justo, luego entraré y te daré lo que siempre has deseado, querido amigo: Un propósito.

Becky sonrió con orgullo.

—Por fin podrás hacer para lo cual fuiste creado.

La mochila dejó de vibrar y emitió un ruido propio de un cachorrito.

—¿Ñiah? — preguntó la criatura.

—Tienes mi palabra, Bernie.

La mochila dejó de vibrar y Becky suspiró aliviada. El alivio le duró poco. Su cerebro se contagió de la ansiedad de Bernie y comenzó a atormentarla con preguntas y dudas:

¿Y si esto no funciona?

Si lo dices en voz alta te darás cuenta de que es un plan muy absurdo.

Robert Colan es un imbécil, pero ¿Se merece este destino?

La tercera pregunta hizo enojar a Becky. Juntó los dientes de tal manera que astillo uno sin querer.

—Claro que se merece esto. Se merece algo peor y se lo hubiera dado si hubiera estado más inspirada.

Becky estaba roja de la rabia. Ahora era su turno de calmarse.

—Es hora de tomar mi medicina.

Sacó una bolsita con un polvillo rosado de uno de los bolsillos de su pantalón. En sus otros bolsillos hay armas y caramelos. Echó un poco de ese polvo en la parte trasera de su mano. Cuando estuvo a punto de aspirarlo, y sentir la euforia más grande de su vida, algo golpeó su espalda y le hizo caer el polvillo de su mano, y la bolsita.

—¡Bernie! — si ella no estuviera tratando de esconderse, habría gritado más fuerte —. ¿Por qué hiciste eso?

Bernie le respondió de la forma más educada que puso. Con gruñidos y monosílabos.

—Yo también estoy concentrada en el trabajo. Al igual que tú quiero que todo salga bien.

—Grrr…

—Maldita sea. Eso no es una droga, es una medicina que me ayuda a mantenerme más calmada y enfocada.

—Grrr…

—No, tú no eres el rey de España y el éxtasis rosa no es una droga, ¿Quedó claro?

—Grrr…

—Que lleve el nombre “Éxtasis” no lo convierte en una droga.

—Grrr…

—Si, ya sé que la fabricó Robert Colan y es su grupo criminal el que la distribuye por toda la ciudad y distintas partes de la región — Becky levantó los hombros —. Tengo que reconocer que ese imbécil ha hecho algo bien.

—Grrr…

—Está bien. No tomaré nada de éxtasis rosa está noche. ¿Estás contento? — Becky sacó unos caramelos de yogurt de su bolsillo.

Becky amaba los caramelos de yogurt casi tanto como el éxtasis rosa. Para comenzar compartían el color y, en líneas generales, eran muy sabrosos. Se comió un par y sus nervios se calmaron.

—Grrr…

—Si, ya sé que la caries es una enfermedad que afecta a todas las mañanas del mundo. Mañana sacaré una cita con el dentista. Ahora cállate que quiero revisar a mis futuras víctimas.

La mochila dejó de moverse. Becky se sintió más aliviada. Se secó el sudor de la frente con su manga.

—De todas las opciones que tenía, tuve que traer al más problemático.

La mochila volvió a vibrar. Bernie tenía un par de cosas que decirle y era muy vocal al respecto.

—Grrr…

Bernie le dijo: Ya te escuché. Me harías un gran favor si no te refirieras a mí de esa manera.

—Lo siento. Lo siento. No quise decirte eso — la mochila gruñó —. Te lo he dicho varias veces: los quiero a todos por igual. Ahora cállate. Quiero vigilar el lugar adecuadamente.

La mochila dejó de moverse. Ahora sí daba la impresión de tener algo inerte y no una criatura orgánica. Becky comió otro caramelo de yogurt. Su corazón latía con la misma velocidad del aleteo de una mosca. La muchacha iba a necesitar más que unos caramelos de yogurt para calmarse. Tenía los nervios en llamas.

Becky movió una de las cortinas con suavidad y continuó viendo la fiesta.

Robert Colan cumplía años el doce de abril. Desde que tomó posesión de la ciudad de Ellis, ese día se volvió muy importante. Ya no eran menos de diez personas cantando “Feliz cumpleaños” alrededor de una mesa vieja con dos patas chuecas.

Ahora sus fiestas son grandes y asistía todo aquel considerado alguien. Y en este caso no fue la excepción. Una gran fiesta se celebraba en su honor en el quinto piso de La Torre del terror.




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