El cumpleaños de Robert Colan

Capítulo 7

¿Por qué?

¿Por qué?

¿Por qué?

¿Por qué carajos no le pidió a Raquel que le devolviera sus zapatos?

Cada paso que daba Becky le causaba un dolor agonizante. No recordaba cuanto tiempo llevaba caminando. ¿Horas, días, semanas? No lo recordaba. Tampoco se tomaba la molestia de mirar sus pies para ver su estado. La última vez que los vio estaban rojos camarón.

Hacia tanto calor que Becky se vio obligada a abandonar su vestido, quedándose solo con un camisón blanco casi transparente. Para ella era casi lo mismo que andar desnuda.

Ella tampoco sabía si estaba caminando por la dirección correcta. Estaba en medio del desierto. Había arena en los cuatro puntos cardinales. El mero acto de pensar le dolía la cabeza. Sentía que su cerebro hervía y la falta de agua solo aceleraba el proceso.

Las piernas de Becky ya no podían conducirla a ningún lado. Temblaron. No pudieron más y cayeron junto con el resto de su cuerpo.

—Voy a morir — se dijo a si misma —. ¿En medio de la nada?

No dijo nada. No se le ocurría ninguna respuesta ingeniosa. Más que un sencillo “no”, que ella misma sabía que era una mentira. Cerró los ojos pensando que jamás los iba a volver a abrir.

Los volvió a abrir. No sabía con exactitud cuánto tiempo estuvo durmiendo. Durante un par de horas sintió una deliciosa brisa. Solo con eso pudo deducir que durmió por más de un día.

Sintió como unas criaturas se arrastraban por su cara. Abrió más los ojos y vio a una criatura azulada. Un gusano azul de nueve anillos y una gran cabeza, unos ojos que son meros puntitos dibujados por un ilustrador flojo y un par de pinzas diminutas en su boca.

Pinchó un par de veces su frente en busca de un poco de comida.

Estando tan, pero tan cerca de su cara, el gusano se veía enorme. Detrás de ella había una gran duna, con la perspectiva el gusano se veía como un monstruo imponente que, bajo su control, podía comerse a quien quisiera.

Becky esbozó una sonrisa. Se le ocurrió una idea. Después de cuatro intentos consiguió ponerse de pie, retiró los gusanos de su cara. Varios de ellos habían dejado un par de piquetes en su rostro. Eran cinco en total.

Tres.

Becky se comió a dos. No se quejó en lo más mínimo. Era alimento. Los gusanos le dieron más energía. Guardó el resto en su puño cerrado y siguió caminando un par de horas más hasta que escuchó el sonido de un motor. Corrió como una posesa, subió la duna más alta y vio un auto estacionado y a dos turistas guardando sus cosas.

—¡Esperen! — gritó Becky. Al menos eso creyó. Tenía la garganta tan seca que lo que pudo haber salido de su boca tendría la fuerza del silbido de un bebé.

Dio un mal paso y rodó por la duna hasta caer en los pies de los turistas. Una pareja de recién casados que decidieron recorrer el mundo como celebración de sus cincuenta años de aniversario.

Lo que no esperaban era que iban a llevar a una invitada.

—Por favor. Llévenme al pueblo más cercano y les prometo que les pagaré generosamente.

Entre los dos subieron a Becky a la parte trasera del vehículo y manejaron hasta la ciudad de Saadun. Becky compró ropa nueva y, más importante aún, zapatos nuevos. Todo el dinero que había robado de El palacio Rosa le permitía tener esos lujos.

Luego de comer un pastel de chocolate muy sabroso y beber cinco botellas de agua, Becky fue a pasear al mercado. La pareja le informó que se irán en una hora.

Becky se ofreció a acompañarlos a su viaje. Ella correría con sus gastos. Visitaría distintos bosques y zonas exóticas. Lugares donde viven toda clase de insectos. Becky fue a la librería para comprar unos libros de entomología, biología y genética.

En la sesión de tiras cómicas para niños había un libro marrón, parecía estar forrado en piel. Era imposible determinar de a que especie pertenecía esa piel. Becky lo tomó y lo ojeo un momento.

El idioma era desconocido, pero los dibujos bastaron para engancharla. Un pentagrama; animales muertos; un portal; especie de animales y plantas que había visto en su vida.

Insectos. Muy grandes.

Tenía que tener ese libro. Lo puso en su montón. Cuando se dispuso a pagar, la cajera y dueña del pequeño negocio palideció.

—¿Ocurre algo? — preguntó Becky.

—¿De dónde sacaste este libro?

—De la sesión de tiras cómicas para niños. No tiene precio, así que estoy dispuesta a aceptar una oferta. Que no supere los 10,000 Fals. No se fije en esta ropa fina, no estoy nadando en dinero.

Becky llevaba puesto una falda roja con bordes dorados y una blusa blanca de seda. Comparado con los demás, que vestían harapos, Becky usaba prendas lujosas.

—No lo entiendes. Este libro no debería estar aquí. Seguramente fue mi hijo el que lo puso ahí. Ese despistado.

—Una lástima, pero ya me interesó lo suficiente como para querer comprarlo.

—No está a la venta — la vendedora lo dijo lentamente para que las palabras se quedaran grabadas en la cabeza de Becky.




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