El cumpleaños de Robert Colan

Capítulo 11

Mitchell abrió los ojos solo para encontrarse con la oscuridad y un olor a papas fritas. Tenía la cabeza cubierta por un pequeño costal de tela.

Hace unos minutos, o quizá horas, Mitchell se encontraba en una discoteca bailando con dos mujeres hermosas. Todos los viernes por la noche salía a divertirse solo. Aunque amaba su trabajo y pasar tiempo con Robert Colan, si no tenía un tiempo para él se volvería loco.

De todas maneras, mañana iba a ser su cumpleaños. Así que iba a pasar todo el día con él.

Debió ser esa chica rara. Ella le puso algo a mi bebida, pensó. Mientras bailaba, bebía y consumía mucho éxtasis rosa, una joven albina se le acercó. Tenía los ojos púrpuras y un cuerpo mediocre, en comparación con las otras chicas.

Sin embargo conectaron de inmediato. Hablaron y bailaron por igual. La chica albina fue por unas copas. Le dio la suya a Mitchell e inhaló un poco de éxtasis rosa.

Becky se sintió en el cielo y Mitchell lo vio todo negro.

Mitchell vio como la capucha se elevaba. Escuchó unos zumbidos. La ausencia de la capucha hizo ningún efecto en su visión. Todo seguía estando oscuro.

—¿Has bajado de peso, verdad? — preguntó una voz en la oscuridad —. Tienes mucha piel suelta y eso me encanta.

Mitchell quería hablar, pero tenía la boca cubierta con unos calcetines usados. El olor era insoportable. Pero lo más insoportable era el no saber. En medio del suelo había una peluca blanca, muy parecida al cabello de su acompañante.

Mitchell palideció.

Ahora más que nunca quería hablar. Quería decirle a su secuestradora que el mero hecho de secuestrarlo era un gravísimo error.

“Soy amigo de Robert Colan.”

“¿Sabes quién es Robert Colan? Por supuesto que sabes quién es. Cualquiera que viva en Ellis sabe quién es Robert Colan. Pues, debes saber que soy su mano derecha.”

“Robert Colan molera tus huesos y los convertirá en abono para sus cultivos.”

Mitchell tenía muchas más cosas que decir, varias de ellas eran las consecuencias que el secuestrador recibirá si no lo libera. No obstante, un pensamiento predominaba en su cabeza. Su nariz le ardía y sus ojos se llenaron de lágrimas:

“Quítame estos malditos calcetines de la boca que huelen horrible.”

Un foco se encendió. El sonido hizo que Mitchell gritara, o se esforzara por hacerlo. El foco no funcionaba en toda su capacidad haciendo que la visibilidad sea limitada. Solo alumbraba un círculo de un radio de medio metro, lo demás estaba a oscuras, incluyendo la figura de su secuestradora.

Pudo ver mejor la peluca blanca. Era de pésima calidad. ¿Cómo pude caer con ella?, se preguntó a sí mismo. Lo único que podía ver de su secuestradora eran unos guantes.

Unos guantes rosados.

El foco estaba lleno de insectos que se golpeaban la cabeza contra el vidrio luminoso y caliente. Querían estar más cerca del sol. Sonaban como gotas cayendo de una tubería defectuosa.

Clink, clink, clink…

Mitchell vio como llovían un par de cucarachas. Caían, rebotaban levemente y seguían su camino. Varias de ellas cayeron en su cabeza y sus hombros. Mitchell se retorció para alejar a las cucarachas de su cuerpo, eso solo hizo que se aferraran más. Algunas se metieron dentro de su ropa a través del cuello de su camisa.

Miró hacia arriba. Deseó no hacerlo. Todo el techo estaba cubierto de cucarachas vivas. Unos insectos caían y otros se sostenían.

—Francis, te he dicho que juegues en otro lado — dijo la secuestradora. La cucaracha fue a la luz y se alejó de los dos únicos humanos.

Más cucarachas llovieron. En menos de un minuto toda la cabeza de Mitchell estaba cubierta de esos insectos, como si fuera una nueva peluca. Pudo sentir como sus patas tocaban su cara. Una cucaracha vio su oído derecho como un condominio gratuito. Se iba a meter para poner sus huevecillos dentro cuando un silbido la hizo detenerse. A ella y a las demás.

—Muchachas. Dejen en paz a nuestro invitado. ¿No ven que lo están poniendo nervioso?

Las cucarachas se alejaron del cuerpo de Mitchell, una de ella salió por el cierre de su pantalón que estaba abierto. Su secuestradora dio un par de pasos al frente dejándose ver.

Los ojos de Mitchell se abrieron de par en par.

Le quitó los calcetines de la boca. Los olió un poco.

—Lo siento es que a veces me gustan dar largos paseos.

La secuestradora arrojó los calcetines rosados muy lejos.

—¡ tú!

Su secuestradora era una encapuchada pelirroja de nariz enorme. La misma persona que atacó a Robert Colan el día de su cumpleaños y mató a su perro.

—Si, definitivamente soy yo — dijo la secuestradora después de mirarse de un espejo de mano.

—¿Cuándo volviste a Ellis? O, mejor aún ¿Por qué volviste?

—Nunca me fui, querido.

—¿ Eso quiere decir que…? — Mitchell estaba sin habla. Él había sido el responsable de dirigir la búsqueda. Si Robert Colan se enteraba era hombre muerto.




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