El cumpleaños de Robert Colan

Capítulo 12

El cañón se encontraba pegado en la barbilla de Robert Colan obligándolo a mirar por arriba. Mitchell se dirigió al resto de los invitados, que se negaban a acercarse al cadáver del actor.

—Eso es. Todos quietecitos. Si alguno de ustedes siquiera estornuda le volaré la cabeza a su preciado líder.

Los guardaespaldas tenían las manos en las fundas de sus armas. Incapaces de hacer nada. El cañón estaba tan cerca de su cara. Un disparo y le volaba la mitad de su cabeza sin problemas.

—¿Quién eres? — consiguió articular Robert Colan.

Mitchell sonrió, la piel le colgó en los hoyuelos.

—Sé que no eres Mitchell. Dime quién eres y que le hiciste a Mitchell.

—Mitchell llegará pronto, y en cuando a mí. Espero que no sea una sorpresa muy grande.

Becky ya no se tomó la molestia de cambiar su voz. Retrocedió unos pasos. Con su mano libre arañó su cara y la retiró como si fuera una máscara. Le mostró su rostro, pero la cabellera (o la ausencia de ella) de Mitchell seguía en su cabeza.

—¿Me recuerdas?

—¿Quién mierda eres tú?

Becky bajó el arma descolocada. ¿Cómo ese infeliz se pudo haber olvidado de ella? ¿De su propia hija?

—¿Es en serio?

—Si.

Becky recibió una patada en el estómago; con una palmada, Robert Colan la hizo soltar la pistola, la arrojó al público de una patada; le dio un puñetazo en la cara que la hizo sangrar en la nariz.

—¿Quieren dejar de golpearme en la nariz? — se quejó Becky

Robert Colan pasó su pie por los pies de Becky haciéndola caer sentada al suelo. Se puso encima de ella y comenzó a golpearla en la cara. Repetidas veces.

Cuando los invitados se dieron cuenta de que Becky ya no era una amenaza comenzaron a saltar, bailar y gritar muy contentos el nombre de Robert Colan. Los guardaespaldas pasaron entre empujones para ponerse al lado de su líder.

Todos los cañones apuntaron a Becky.

—¿La dejamos como una coladera?

—No, quiero que se la lleven al calabozo del sótano. Quiero tener una pequeña charla con ella.

Robert Colan agarró los cachetes de Becky y enterró sus uñas en ella.

—Eres joven. Estoy seguro que le agradaras mucho a nuestro torturador.

—¿Tienes torturador?

—Si y ha tenido mucho trabajo en estos últimos años.

Levantó la cabeza de Becky, agarrándola contra sus hombros, y la estrelló contra el suelo.

—Y tú vas a tener mucho espacio en su agenda.

La estrelló contra el suelo dos veces más.

—Llévense a esta zorra — Robert Colan se puso de pie —. Lamento mucho este inconveniente. Que continúe la fiesta.

La puerta se abrió. Un encapuchado entró junto con los guardias de ojos amarillos. Todos ellos tenían sus armas levantadas. Apuntando a cualquiera que se atreviera a moverse.

Becky sonrió.

—¿Quién eres tú? — preguntó uno de los guardaespaldas.

El encapuchado se quitó la ropa causando varios gritos y desmayos. Lo que tenían al frente era una mosca humanoide de más de un metro setenta. Tenía dos brazos y dos piernas con las articulaciones visibles. Un par de brazos reposaban en su pecho, cubierto totalmente de insectos. Desde su cuello hasta su pecho hasta su pelvis había todo un conjunto de caparazones y alas en miniatura.

Un par de gusanos paseaban por su espalda.

Si cabeza parecía un balón desinflado, con un par de ojos saltones que, viéndolos de cerca, lucían como varios ojos combinados.

La criatura se acercó y los demás retrocedieron. Abrió su boca y vomitó un líquido blanquecino en la cara de uno de los invitados, un modelo muy importante. Su rostro se derritió al instante dejando un cráneo junto con dos ojos desinflados.

Los insectos bajaron de su cuerpo y comenzaron a morder los pies de los invitados. Varios treparon por sus vestidos y pantalones para morder otras partes de sus cuerpos. Estos hacían todo lo posible por quitarlos, pero les fue imposible. Estaban en todas partes.

Trataron de escapar; los cañones de los guardias se los impidieron. Uno de los hombres, que tenía escarabajos en los calzoncillos, se acercó a los guardias.

—¿Qué creen que están haciendo? ¿Acaso no saben quién soy? Soy el jefe de seguridad y exijo que…

La única respuesta que recibió fue un disparo en la cabeza. El resto de los guardias cerraron la puerta, al igual que cualquier posibilidad de escape.

Becky sonrió.

—Frankie. Viniste a salvarme.

—¿Frankie? — preguntó Robert Colan. Agarró a Becky de la solapa de su camisa (ella usaba un traje informal masculino) y la obligó a mirarlo a la cara —. ¿Qué mierda está pasando aquí?

—Lo que está pasando es que Frankie vendrá aquí, me salvará y te pateará el trasero.

Robert Colan, harto de las estupideces de Becky, pegó el cañón del arma al ojo de la chica. Becky gritó de dolor.




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