El cumpleaños de Robert Colan

Epilogo

Becky desayunó, almorzó y cenó pastel. Era un pastel de capas de naranjas y con cubierta gris de mazapán para dar la ilusión de que es una torre en miniatura.

Saboreaba cada cucharada con una pasión desbordante. La victoria era muy dulce y tenía manjar blanco. Con el pasar de los días, la victoria comenzó a tener un sabor rancio y duro.

Y sus efectos eran indigestión y diarrea.

En cinco días solo comió la mitad de la torta. Dejó el resto a sus amigos de múltiples patas.

Con cada bocado, Becky se preguntaba:

—¿Ahora qué?

El resto de los habitantes de Ellis no tuvieron ningún problema en responder esa pregunta. Tiraron todos los escombros de La Torre del terror (al igual que los cadáveres asados) lejos del pueblo. Desterrándolos. No hubo ninguna investigación sobre la muerte de más de cincuenta personas en una noche.

En lo que a ellos concierne, Dios estaba harto de la mierda de Robert Colan y decidió barrerlo del mapa.

La chica calva del traje que caminaba con los insectos se convirtió en una leyenda urbana.

La ciudad de Ellis jamás había sido tan feliz. Los negocios volvieron a abrir; los habitantes tenían más dinero para gastar al no tener que pagar altos y volátiles impuestos; el nivel de delincuencia disminuyó considerablemente y los pocos ladrones que quedaban podían ser golpeados y aniquilados sin temor a las represalias (varios de ellos solían ser protegidos por Robert Colan); la gente podía salir de noche sin temor a nada.

Y lo más importante: los parques volvieron a abrirse y eran de acceso gratuito para todo el mundo.

Fueron unos meses alegres y prósperos para Robert Colan.

Becky no podía decir lo mismo de sí misma. Todavía no encontraba una respuesta a su pregunta: ¿Y ahora qué? Había tantas opciones.

Eso y que su mente estaba enfocada en otro lado: en preparar cajitas. Ella era consciente de que los insectos tenían periodos de vida muy cortos, pero eso no quería decir que no le dolieran sus fallecimientos.

Sus insectos murieron de viejos. Becky hizo una cajita para cada uno de ellos y fue a distintos lugares del mundo para enterrarlos. Lloró tanto durante su viaje que creyó que se le acabaron las lágrimas.

Estas volvieron a salir cuando regresó a Saadun y vio un poncho hecho de una preciosa y suave tela blanca. La vendedora le dijo que estaba hecha de seda.

Seda. Eso es.

Compró el poncho y regresó lo antes posible a Ellis. Crío gusanos de seda. Utilizando todos sus conocimientos en biología y genética creó a unos gusanos eficientes que fabricaban la mejor seda del país.

Hizo ropa de todo tipo con esa seda y la vendió a los demás habitantes de la ciudad. El negocio fue de moderado éxito. Nada para tirar cohetes, pero tampoco se moriría de hambre.

También crío bacterias para yogurt. Las vendió a distintos fabricantes de yogurt. Uno de sus mayores clientes era una tienda llamada “La casa del sabor”, que contenía más de treinta sabores de yogurt congelado.

Su puesto se encontraba en el mismo lugar, dónde alguna vez estuvo “La torre del terror”. Becky amaba ese lugar. El servicio era competente y la comida, deliciosa.

De todos los sabores que tenían, Becky solo eligió dos: Plátano y chocolate. Sus dos alimentos preferidos. Mientras comía miraba al resto de la calle. Todo estaba limpio y las casas carecían totalmente de grafitis. Las paredes eran de colores vivos y brillantes.

Sonrió.

—Amo esta maldita ciudad.

Y siguió comiendo.

FIN




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