El débil que desafió un mundo gobernado por la fuerza

Cadenas

Despertar.
Otra vez.

Eso es lo primero que pensé cuando abrí los ojos y me encontré con… bueno, con esto.

Un techo de piedra húmeda, olor a hierro oxidado y carne sudada. No es precisamente el paraíso prometido en los libros sagrados. Aunque, siendo sinceros, si algún dios tuviera la amabilidad de explicarme qué demonios hice para merecer esto, sería genial.

Ah, cierto. Estoy hablando solo otra vez.

O bueno, pensando. Pero si ya estás escuchando esto, querido lector —o narrador interno, o lo que seas—, bienvenido a mi pequeño infierno personal.

(Sí, tú. No mires hacia los lados, te estoy hablando a ti).

No recuerdo mucho de cómo morí. Un ruido fuerte, un olor a gasolina, luces... y luego nada. Solo oscuridad.
Y después, esto.

Me tomó exactamente quince segundos para entender la situación:

1. Estoy encadenado.

2. Hay otros niños encadenados.

3. Todos tienen el mismo olor a desesperación.

4. Y yo no siento nada.

No tristeza.
No miedo.
Solo curiosidad.

Porque, siendo honestos, ¿cuántas personas pueden decir que empezaron su segunda vida como esclavos?

—¡Tú! ¡Levántate, basura!
Ah, el clásico saludo matutino de los capataces.

El tipo tenía los dientes amarillos y una barba que parecía haber sido dibujada con carbón. Cuando me jaló del cuello, noté que sus ojos brillaban con ese placer sádico que solo los mediocres tienen cuando sienten poder.

Interesante.
Un débil que se alimenta de otros débiles.
Una cadena de control perfectamente establecida.

Una pirámide.

Y yo estaba en la base.

Por ahora.

Avanzo tambaleando mientras arrastro los grilletes. Cada paso suena como una campanilla recordándome lo obvio: soy un esclavo.

Pero... no me molesta tanto como debería.
No sé si eso dice algo malo de mí, o simplemente soy eficiente emocionalmente.

(Sí, me gusta cómo suena eso: “eficiente emocionalmente”. Me hace parecer menos psicópata, ¿verdad?)

El lugar es una especie de mina o taller. Hay vapor, herramientas, y niños corriendo con cubetas. Los adultos gritan, los látigos chasquean.
Yo solo observo.

No participo.
Observar siempre es el primer paso antes de mover una pieza.

Y sí, antes de que preguntes: sí, esto parece una historia típica de “reencarnado en otro mundo”.
Pero si esperabas que dijera algo como “me convertiré en el héroe que salvará este mundo”, te equivocaste de protagonista.

Yo no vine a salvar a nadie.

Vine a ganar.

Horas después, me sientan junto a un grupo de chicos. Uno de ellos intenta hablarme:
—Oye, ¿tú también llegaste hace poco?

Tiene los ojos brillantes, la voz temblorosa, y una sonrisa... sincera.
Ah. Qué desperdicio.

—Sí. —respondo sin mirarlo—. Hace poco.

—Soy Eren.

¿Eren? Qué nombre tan... irónico.
Un esclavo llamado Eren. Si eso no es una broma del destino, no sé qué lo sea.

—Yo soy Ren.

Se ríe.

—Ren y Eren. Qué coincidencia.

Coincidencia.
Oportunidad.

Durante la cena (si es que a una sopa aguada con sabor a metal se le puede llamar así), empiezo a hablar con él.
Poco.
Solo lo suficiente para que confíe.

Descubro cosas:
Que este lugar pertenece a un señor feudal.
Que los esclavos son comprados a bajo precio para trabajos forzados.
Que cada cierto tiempo, algunos son “liberados” (léase: vendidos).

Y lo más importante:
Que hay rumores de rebeldes que atacan caravanas.

Interesante. Muy interesante.

Esa noche no duermo.
No porque tenga miedo.
Sino porque tengo ideas.

Hay una estructura clara aquí:

Amos.

Capataces.

Esclavos.

Si haces que los esclavos odien a los capataces más de lo que temen a los amos, tienes una bomba.
Si alguien enciende la mecha…

Bueno, no voy a darte spoilers, ¿no?

(Te ves curioso. Sí, tú otra vez. No te hagas el distraído.
Sé que te preguntas si planeo liberar a todos los esclavos por compasión.
Respuesta corta: no.
Respuesta larga: no, pero va a ser divertido verlo parecer así).

A la mañana siguiente, el capataz vuelve con su látigo.
Golpea a un niño que no terminó su trabajo.
El chico cae, gime, suplica.

Y todos miran.
Nadie hace nada.

Yo tampoco.
Por ahora.

Pero mientras todos bajan la cabeza, yo sonrío apenas un poco.
Porque ya tengo el primer pensamiento que me hace sentir vivo en este mundo:

“Esto puede funcionar.”

> En cualquier mundo, incluso uno con magia, el poder más peligroso sigue siendo el mismo.
La mente humana.



#1308 en Fantasía
#1912 en Otros
#597 en Humor

En el texto hay: manipulacion, isekai, #fantasía

Editado: 24.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.