El Deceso de Nuestro Arranque

*34*

Ya no siento mis palmas con el pasar del tiempo arrematando contra la puerta, cayendo sobre mis rodillas y observar como a mi alrededor, todo se torna más pequeño y oscuro, ocultándose el sol y dejándome una oscuridad interminable, volviendo a fijar mi mirada en la única salida de aquí.

 

Toco el metal frío que calan mis huesos y cierro mis ojos fuertemente ante la punzada dolorosa que llega brutalmente a mi cerebro, jadeando adolorida y jalo de mis cabellos ida, ¿Qué, qué me sucede justamente ahora? Abro de nuevo mis parpados levemente y me arrastro a una orilla del cuarto, pegando mi rodillas a mi pecho.

 

Mi pecho sube y baja afligido ante la soledad latente que agobia mi corazón, escuchando solamente mi respiración y los pasos muy lejanos de donde me encuentro, este lugar me llena de horribles recuerdos que a mi memoria, me cuestan recordar, pero un sentimiento indescriptible me exclama salir de ahí, arrastrando mis piernas pesadas a la puerta, a cualquier lugar menos ahí.

 

Sin embargo, hay algo más, que no me termina de convencer.

 

¿Por qué este sitio se parece tanto a mis pesadillas?

 

La oscuridad repleta el lugar con apenas una pequeña luz de la luna, fijando mi mirada justamente en el centro, poniendo todo el peso de mi cuerpo sobre mis pies, quitándome los zapatos y sentir el frío metal debajo de ellos y reposar todo mi cuerpo, cerrando levemente mis parpados, imposible de dormir es aquí, pero por alguna razón debo tener todas aquellas cicatrices.

 

En mis rodillas, en mis brazos y cuerpo, por más que busque en mis memorias no hay respuesta. Por eso mismo oculto mi piel con ropas largas y gruesas, projurando que nadie las vea, un pasado de mí que no logro recordar y no me enorgullese mirar cada noche cuando me cambio de ropas.

 

Una tristeza inmensa que viene a mí casi todos los días, que pongo todo de mí por ignorar y sonreír, porque ¿A quién le viene importando eso? No quiero parecer más miserable de lo que soy y menos justamente delante de la gente o mi padre, que la enfermedad me haya robado casi todo, no significa que también mi sonrisa, no, al menos eso no.

 

Me quito el saco que tapa mis brazos y lo dejo a un lado, sobresaltando mi piel por el frío del metal que impacta contra mi piel cálida, admirando la palidez de esta y toco la suavidad de mi piel que jamás suelo contemplar, sintiendo la textura de las cortaduras que manchan por completo mi aspecto.

 

Cierro mis parpados levemente, dejándome guíar por el sueño que a las horas lograr vencerme.

 

Uno, dos, no, no puedo dormir un segundo más aquí, no, definitivamente no puedo.

 

Abro mis parpados.

 

Sin embargo, me sobresalto al fijarme que no estoy en la celda, sino en un pasillo oscuro bajando mi mirada levemente hacia el suelo y retrocedo espantada al admirar que me encuentro con un vestido blanco, con tiras y corto, para, ¿Para mis pequeñas piernas? Observo mis palmas diminutas sosteniendo una fotografía con un rostro que no reconozco para nada.

 

-¿Qué haces con esa foto?-Una voz profunda y molesta interrumpe mi oficio, moviendo mi cuerpo sin mi voluntad hacia el sujeto, que gracias a la oscuridad, no logro observar su rostro, pero si su intimidante altura.

 

-¿Es mami?-Mis labios se mueven por sí solos.

 

¿Dijo, dijo mamá? Lucho porque mueva de nuevo su rostro hacia la fotografía que no logro mirar, sintiendo mis ojos picar y mi corazón palpitar fuerte ante la sola idea de ver quién fue mi madre. Sin embargo la niña de este cuerpo no se mueve, sino sólo contempla a su padre.

 

Tensa su mandíbula y sus labios se tornar torcidos.

 

-La mataste.-Refuta irradiando odio puro, produciendo un gemido en la niña.

 

-¿Qué dices papi?-Regresa su mirada hacia la foto, esperando con ansias ese momento pero al parecer mi padre le arrebata la foto de sus manos, ocasionando un puchero en la niña. Tomando también de su muñeca y jalar de ella con furor, cómo lo hizo conmigo en la vida real, llegando a la celda y abre de la puerta, tomando de la cara de la niña y fijando sus iris en mi persona, tirando mi cuerpo dentro de la celda y chocar abruptamente contra el metal, impactando mi cabeza la pared y un dolor insoportable drenar mi juicio, cerrando levemente mis ojos ante el cansancio inmenso que me consume, cayendo directo al suelo.

 

Logrando oír unas palabras suyas antes de desmayar.

 

-Eres la desgracia de nuestras vidas.-Cerrando con sí la puerta delante mío.

 

Siendo así, el primer recuerdo que logro tener del primer día que me encerro aquí.

 

 

 

 

 




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