El Demonio en el Bosque

Capítulo 2: "Noche agitada".

Seguía transitando por el sendero de tierra, con su vestuario empapado y pegado a su cuerpo aún mojado por culpa de las gotas de agua callendo por su piel. Su cabello humedo y enredado se extendía por su rostro casi tapando sus bellos ojos y a un lado de su cuerpo portaba la cesta con ropa limpia cargada en un brazo. Caminaba sin determinación por el camino, lo bueno es que su corazón ya estaba mas relajado y sus pensamientos mas serenos que antes, el susto que recibió en el lago fue enorme, pensaba que algún pervertido la estaba espiando y eso le colocó el corazón en la boca.

El viento ayudaba un poco a que se secara su cuerpo y no tener que llegar a casa toda empapada. El frio que recorría su piel aumentaba, el sol se estaba escondiendo en las montañas y su calor constantemente se reducía en gran medida, la brisa por unos segundos se volvió gélida como de invierno, a pesar de que la temporada de frio se aproximaba esa corriente no era común. Solied se detiene un momento para sacudir los bordes de su vestido, no habia notado que algunas hormigas estaban sobre el y para evitar ser picada toma un borde de la vestimenta y con delicadeza lo empieza a sacudir. En todo ese agetreo las hojas de los árboles se movían con desesperación y una ráfaga mas potente que la anterior levanta descaradamente la saya de Solied, mostrándole al mundo sus piernas torneadas color blancas y sus diminutas bragas transparentes que apenas ocutaban su feminidad.

En un acto reflejo, la chica suelta la cesta de ropa limpia para utilizar sus manos en bajar el vestido, al parecer el viento estaba jugeteando con su falda. Tratando de ocultar la parte de adelante de la ropa, el viento se cuela por atrás levantando la saya enseñándole a los pequeños animales un hermoso trasero.

—¡Basta ya!. —grita Solied con un poco de diversión en su risa, le parecía agradable que el viento estuviera indomable, aunque le agradecia mucho el acto, ya que la ayudó a secarse por completo y aislar algunas hebras de su cabello de su vista.

Despues de un momento de risa el viento descarado se calmó igual que la risilla de la rubia , aunque ese minúsculo instante de felicidad se desvaneció cuando vió la cesta en el suelo junto a toda la ropa manchada de lodo. El miedo aflora en el rostro de la joven, se agacha a recopilar todas las telas y volviendolas a poner en la cesta, no sin antes sacudiarlas, su mente se nubla cuando el lodo no sale de las hebras de la costura y percibe perefectamente que ese error le costaria muy caro en cuanto llegara a casa.

Los lobos auyaban en el fondo del bosque, y por unos segundos a Solied le parecio buena idea ser devorada por esas bestia que recibir las palabaras de furia de su madre. Corre entre los arbustos para cortar camino, es ridículo querer llegar a un lugar rápido en el cual no te aprecian, pero con un suerte llegaría antes que su madre y tendría la oportunidad de esconder la ropa sucia y decirle alguna metirilla para poder salvar su pellejo del castigo.

Tardó máximo cinco minutos corriendo, agotada y sedienta, pero era necesario. Para su mala suerte la Condesa Jennifer se encontraba exactamente ubicada en el mismo punto que en la mañana, delante de la puerta de madera y con el rostro enfurecido, esta vez la señora habia llegado más temprano de lo usal. Ahora sí que la chica se ha metido en problemas.

Se acerca con lentitud, escondiendo en su espalda la cesta con el problema. Observa a su madre a los ojos y podia ver un brillo expelusnante en ellos.

—Esta es la segunda vez en el día que desapareces de la casa dejando tus obligaciones a media. —le reprocha.

—No me imaginé que llegarían a casa temprano. —responde la señorita en tono bajo.

—Tus obligaciones siempre deben de ser primero antes todas las cosas, —informa —, como es posible que tus hermanas y yo lleguemos a esta casa si es que puedes llamarla asi —sacude sus dedos con la madera —sin la comida preparada.

—Lo siento.

—No lo sientas tanto, te di órdenes para que las acataras y me desobesdesite a la primera niña. Escucha bien lo que te diré, estoy siendo muy pasiente a pesar de tus constantes errores, no me hagas enfadar más, o las consecuencias serán peores.

Solied asiente con la cabeza escondiendo muy bien la cesta.

—Bien, entra y prepara la cena. —le ordena.

Solied entra como rayo antes que su madre recordara que tenía que lavar hoy y sería obligada a enseñarle la ropa, con suerte logro escabullierse de la mirada de su progenitora, o las consecuencias podrían ser peroes. Se detiene en el comedor a consecuencias de unas risillas, y sobre la vieja mesa de madera una gran cantidad de regalos brillantes. Vestidos de los mejores diseñadores de París, zapatos de gran calidad y belleza, joyas deslumbrantes y de las mas caras de la tienda de joyerías en el centro de la ciudad, la mas cotizada por todas las doncellas de la capital. Solo que para Solied, esas joyas y regalos no le eran tan sorprendentes a sus ojos, pero sus hermanas, tenían pensamientos muy opuestos a los que ella poseía. Para esas mujeres vanidosa y soberbias todos esos obsequios eran las cosas mas preciadas del mundo, y siempre querrían más y más, para ellas todo lo material era lo mas valioso e indispensable en su vida.

—Pero mira quien esta aqui. — rie Stella.

—Es una pena que no hayas podido venir con nosotras, — continúa Vanesa —, tal vez alguien se ubiera apiadado de tí y en compasión te daría un obsequio, por lo menos unas botas para la tierra. —ambas rien escandalosamente ante el comentario.

—¿Y todo esto? —Solied pregunta acercando una mano a un vestido de seda blanca, pero la aleja al sentir un manotazo por parte de su hermana mayor Vanesa.

—Ni te atrevas a tocar alguno de estos vestidos con esas manos cuisias. No quiero que ni te acercas a ellos a menos de dos metros. Entendido —la joven haciente.

Solied se distrae por unos segundos viendo como sus hermanas la rechazaban y la denigraban con mucho placer en sus risas. Pero no solo fue eso, ella pudo sentir un una livianes en la cesta que escondía en su espalda, se queda pensativa por unos segundos y cuando su mente encontró la respuesta el miedo en su rostro floreció como flor en primavera. Traga en seco y se da media vuelta para encontrarse con su madre sosteniendo unas cuántas sábanas y mirando cada una de la manchas que en ellas poseian. La pequeña rubia se estremece, pero ante todo trataba de manter la compostura y comienza a tratar de dar una explicación a pesar de su baja voz.




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