El demonio que Amé

Capitulo 1: El nacimiento de una cazadora de demonios

Me llamo Ryu Mi-yeong, tengo diecinueve años y soy de Busan.
A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si me hubiera quedado allá, vendiendo mariscos junto a mi madre, o ayudando a mi padre en el puerto. Tal vez habría terminado cantando en algún karaoke barato, soñando con la vida de las estrellas del Kpop que veía en la televisión.

Pero la Orden vino por mí.
No porque tuviera una marca sagrada, sino porque escucharon mi voz. Me dijeron que era afinada, poderosa, capaz de canalizar energía. Para mí era un cumplido, para ellos, una sentencia: ya no era libre, ahora era una cazadora.

Me llevaron a Gyeongju, a un templo oculto en las montañas. Ahí conocí a mis compañeras de generación. Céline, alta y de piel clara, con cabello largo y oscuro, ojos marrón almendrados y rasgos elegantes, irradiaba una serenidad fría que imponía respeto. Y Han Soo-min, con ojos serenos y una sonrisa tranquila que escondía una fortaleza increíble.

La que nos recibió fue la Maestra Shin Hye-rin. La recuerdo de pie, con su cabello recogido, la voz grave y clara como un trueno.

Somos Cazadoras. Voces fuertes. Sus faltas y temores nunca deben ser vistos. Y ahora, ese deber recae en ustedes.

Sus palabras retumbaron en mí. No eran solo instrucciones, eran dogma.
Día tras día nos repetía:Son sus voces, su canción, la que creará algun dia la Honmoon Dorado. Son Cazadoras. Voces fuertes. Matan demonios con su canción.

Ese credo se volvió nuestro aire. Lo repetíamos hasta dormir, lo murmurábamos antes de cada entrenamiento, como si fuera una oración. Como si nuestra vida dependiera de ello.

El entrenamiento fue brutal.
Yo elegí la guadaña lunar, un arma que parecía reflejar a la luna en cada movimiento. También llevaba dagas ocultas en las botas. Soo-min, en cambio, dominaba una espada corta, aunque también portaba un látigo de energía con el que atrapaba a los enemigos como si fueran presas.Céline prefería la ballesta ligera, acompañada de cuchillos arrojadizos no disparaba al azar; cada flecha era un cálculo, cada movimiento un plan. El error más grande de un cazador es dejarse llevar por la emoción” —solía decirnos. cada vez que entranabamos.

La Maestra no nos daba tregua.

—Levántate, Mi-yeong. —me gritaba cuando caía agotada—. Si flaqueas aquí, flaquearás frente a ellos.

Y yo me levantaba, con los brazos ardiendo y las manos sangrando. No podía mostrar debilidad. Ninguna de nosotras podía.

Pero no todo era oscuridad.
Como cazadoras, también éramos idols. La música era nuestra arma más poderosa, y los conciertos eran el escenario donde la energía de nuestras voces se amplificaba.
Recuerdo el primero, en Seúl. Las luces me cegaban, la multitud gritaba nuestros nombres, los coros retumbaban en mi pecho.

—¡Mi-yeong, Céline, Soo-min! —clamaban las fans, sin sospechar lo que éramos realmente.

Cantamos con fuerza, nuestras voces entrelazándose como si fueran un hechizo. Cada nota alimentaba nuestras armas, cada coreografía era un entrenamiento oculto. Entre la euforia y el sudor, yo sentía esa dualidad constante: la gente nos veía como estrellas, pero en realidad éramos guardianas.

Cuando bajábamos del escenario, la Maestra nos miraba con severidad.

—No olviden quiénes son —nos decía—. Las luces son solo una fachada. Su verdadero deber comienza cuando esas luces se apagan.

Y tenía razón.
Esa misma noche, después del concierto, nos enviaron a nuestra primera misión real.

Caminábamos por los callejones de Hongdae. La música de los clubes aún resonaba a lo lejos, pero allí dentro solo había silencio. Céline avanzaba con su ballesta lista, Soo-min desenfundó la espada, y yo sostenía la guadaña.

Entonces lo sentí. Una presencia distinta, fuerte, vibrante… casi fascinante.
De las sombras emergió un demonio. Alto, imponente, con marcas oscuras que parecían palpitar en su piel. No era como los demás. Algo en él me obligó a contener el aliento.

—¿Eres tú el que causa el desorden aquí? —pregunté, ajustando mi arma.

Él sonrió, con calma.
—Soy más de lo que tus canciones pueden destruir.

Me lancé sin pensarlo. La guadaña cortó el aire, brillante, pero él esquivó con una gracia imposible. Una vez, dos, tres. Cada ataque fallido me hacía hervir por dentro.

—Imposible… —murmuré, apretando los dientes, lanzando otro golpe.

En un parpadeo, me desarmó. La guadaña cayó al suelo, resonando en el callejón. Yo quedé de rodillas, jadeando.

Él se acercó, inclinándose apenas. Sus ojos se clavaron en los míos.
—Eres interesante, cazadora.

Antes de que pudiera reaccionar, desapareció en la oscuridad.

Céline y Soo-min llegaron segundos después, armas en mano.
—¿Qué pasó? —preguntó Soo-min, buscando rastros de la pelea.

—Nada… —mentí, recogiendo mi guadaña—. Solo otro demonio.

Pero yo lo sabía. No era “otro” demonio. Era distinto. Y lo peor: me había vencido.

Esa noche, de regreso en el templo, repetí el credo una y otra vez en mi mente.

“Somos Cazadoras. Voces fuertes. Sus faltas y temores nunca deben ser vistos…”

Y sin embargo, en lo más profundo, no podía ignorar la verdad: por primera vez en mi vida, un demonio me había derrotado. Y aunque lo odiaba, aunque debía borrarlo de mi mente, su mirada seguía persiguiéndome.




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