La puerta del dormitorio estaba entreabierta. Mi-yeong sintió un escalofrío antes de empujarla. Apenas cruzó el umbral, sus ojos se clavaron en el escritorio: la hoja arrugada con la canción que había escrito para Dae-hyun no estaba sola. A su lado descansaba un avión de papel, perfectamente doblado.
El corazón le dio un vuelco, tan fuerte que casi la dejó sin aire.
No… no, no, no…
Retrocedió un paso, como si la escena frente a ella fuera una trampa. El pensamiento le martillaba sin control: ¿Y si Céline entró? ¿Y si Soo-min lo leyó? ¿Y si ya lo saben?
Un hormigueo de pánico recorrió todo su cuerpo, helándole las manos.
Cerró la puerta de golpe, con tanta fuerza que el marco retumbó. Se quedó quieta, escuchando si alguien había notado el ruido. Silencio.
Respirando agitadamente, se acercó al escritorio. Cada paso era como arrastrar cadenas. Extendió la mano, temblorosa, y tomó el avión de papel. Dudó en abrirlo. Tenía miedo de confirmar sus sospechas.
Por favor, que no haya sido ellas…
Lo desplegó de un tirón. Dentro, un mensaje escrito con trazos firmes:
“Ven a verme en el lugar donde nos enfrentamos por primera vez.”
Al principio, sintió un fugaz alivio: no habían sido sus compañeras. Pero ese alivio se esfumó en un segundo, reemplazado por una ira abrasadora.
Fue él. Ese maldito demonio. Entró aquí, en mi cuarto. Mi espacio. ¿Cómo se atrevió?
La idea la envenenaba más con cada pensamiento: Dae-hyun había cruzado un límite que ningún enemigo, humano o demonio, debía cruzar. Había tocado lo que era suyo.
—¡Asqueroso…! —susurró, estrujando el papel con rabia—. Te juro que esta vez… se acaba.
El mismo lugar. La noche, envuelta en luces de neón y sombras húmedas, le devolvió el recuerdo de su primer enfrentamiento. Y ahí estaba Dae-hyun, de pie, con esa sonrisa que la provocaba incluso a distancia.
—Sabía que vendrías —dijo con calma, como si no hubiera dudas. Luego giró el rostro, apenas ladeando los labios con ironía, como si hablara a un público invisible—. ¿Ven? Siempre funciona. Si sabes dónde apretar, las chicas siempre vendran hacia ti.
—¡Basta de jugar conmigo! —Mi-yeong gritó, cargada de furia.
Se lanzó contra él. El choque fue brutal: golpes, giros, bloqueos. El eco de sus movimientos se mezclaba con respiraciones entrecortadas.
—Siempre tan impulsiva —rió Dae-hyun, esquivando—. No piensas, solo atacas.
—¡Cállate! —gritó, golpeando con más fuerza.
—Esa rabia… —sonrió, atrapando su muñeca en pleno movimiento—. ¿Es porque descubrí la cancion que nadie quiere que veas , o porque no puedes ignorarme?
—¡No hay nada que ignorar! ¡Tú no significas nada para mi!
Mi-yeong apretó los dientes y lo encaró con odio puro.
—¿Cómo encontraste mi casa? ¿Por qué entraste a mi cuarto? ¡Eres un maldito demonio, no tienes derecho!
Dae-hyun ladeó la cabeza, como si la pregunta lo divirtiera.
—¿Tu casa? —repitió con falsa inocencia—. Es solo un lugar entre cuatro paredes. ¿De verdad creíste que tus barreras humanas podían detenerme?
Se inclinó hacia ella con una sonrisa peligrosa.
—Y tu cuarto… ¿qué mejor sitio para conocer a alguien que donde guarda sus secretos más íntimos? No me culpes, Mi-yeong. Tú misma dejaste la puerta abierta de tu alma en esa canción. Yo solo entré a leerla.
Ella lo empujó con toda su fuerza, el odio vibrando en cada músculo.
—¡No vuelvas a tocar nada mío!
El forcejeo se volvió más intenso. Mi-yeong logró liberarse y patear, pero él bloqueó con facilidad, contraatacando. Un descuido fue suficiente: terminaron en el suelo, con ella bajo su cuerpo, sus muñecas apretas por las manos de dae-hyung.
—Vaya… —murmuró Dae-hyun, tan cerca que podía sentir el calor de su respiración—. ¿Y ahora quién está atrapada?
El rostro de Mi-yeong se encendió en un sonrojo que la traicionaba.
—¡Aléjate! —intentó girar la cabeza, pero no podía ocultarlo.
Él se inclinó un poco más, disfrutando de su reacción.
—Tus mejillas dicen otra cosa. Qué curioso… tanto odio, y aun así, late más rápido tu corazón cuando estoy cerca mas de ti.
El impacto de esas palabras la hizo reaccionar. Con un esfuerzo desesperado, lo empujó hacia un lado y se levantó de golpe.
—¡No te atrevas a hablar así de mí ni a buscarme maldito demonio!
Corrió sin mirar atrás, con el rostro encendido y el corazón desbocado.
Dae-hyun se incorporó lentamente, sacudiéndose el polvo, y dejó escapar una risa baja.
—Dice que no la busque… y aun así vuelve corriendo hacia mí cada vez que la llamo. —Hizo una pausa, entornando los ojos con picardía—. Qué fácil es confundir odio con algo de atraccion.
Al girar en la esquina, Mi-yeong chocó con Soo-min.
—¡Mi-yeong! —exclamó sorprendida—. ¿Qué… qué pasó? Estás sudando, tu ropa está arrugada y… tu cara está roja.
Mi-yeong buscó rápido una excusa, pero la voz le temblaba.
—Yo… salí a correr. Solo necesitaba despejarme.
Soo-min frunció el ceño. La miró con detenimiento, como si analizara cada gesto.
—¿A estas horas? —preguntó, con tono suave pero cargado de sospecha.
Mi-yeong apartó la mirada, fingiendo indiferencia.
—Ya sabes cómo soy. No podía dormir.
Soo-min no insistió, pero su silencio fue más incómodo que cualquier interrogatorio. Caminó a su lado, observándola de reojo, y Mi-yeong lo sintió: aquella calma escondía preguntas que tarde o temprano saldrían a la luz.
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Editado: 27.09.2025