La oscuridad del pasadizo aún la envolvía como un eco del tirón repentino que la había arrancado de su cuarto. Mi-yeong respiraba agitada, con la rabia latiéndole en la garganta.
—¡Sueltame de una vez —espetó, sacudiéndose la mano como si aún estuviera atada a su poder—. ¡No puedes arrastrarme cuando quieras!
Dae-hyun se encogió de hombros, su sonrisa ladeada brillando en la penumbra.
—Podía dejar que tu amiguita entrara y te descubriera conmigo. Pero no quisiste eso, ¿o sí? Te salvé.
—¡No te pedí nada! —respondió ella, con el rostro encendido de ira.
Él soltó una risa baja, cargada de burla.
—Y aun así, lo hice. ¿Por qué no admites que tu rabia es solo miedo disfrazado?
Mi-yeong apretó los puños, dispuesta a responder, pero se quedó muda cuando él se inclinó hacia ella, tan cerca que su sombra se mezcló con la suya.
—¿O acaso lo que realmente temes es lo contrario? —susurró, su voz como un veneno dulce—. Que ya no puedas dejar de pensar en mí.
El corazón de Mi-yeong se agitó como si quisiera escapar de su pecho. Tragó saliva, desviando la mirada.
—Eres insoportable… —murmuró, pero su voz carecía de firmeza.
Dae-hyun rió por lo bajo, disfrutando de su contradicción. Luego, con un gesto teatral, miró de reojo hacia la nada, como si alguien más estuviera presente.
—¿No es un escenario perfecto para un romance prohibido? —preguntó, y esa vez su comentario parecía atravesar el aire, directo hacia un público invisible.
—¡Deja de burlarte! —chilló Mi-yeong, empujándolo con rabia.
Él retrocedió un paso, pero no se molestó; al contrario, su carcajada resonó con fuerza en el pasadizo.
—Eres única, cazadora. Ni siquiera tus insultos logran ocultar lo mucho que me piensas.
Ella se tensó.
—¡No te pienso! —gritó, pero su voz sonó más a súplica que a verdad.
Dae-hyun ladeó la cabeza, con ojos que parecían atravesarla.
—Curioso… tus labios lo niegan, pero tus ojos me gritan lo contrario.
Un silencio cargado los envolvió. El viento nocturno agitó el cabello de Mi-yeong, y por un instante, todo se redujo a la intensidad de esa mirada imposible de sostener.
Él fue el primero en romperlo. Dio un paso atrás, su sonrisa maliciosa intacta.
—Nos veremos pronto, Mi-yeong. No tardes en admitirlo… me gusta cuando corres de algo inevitable.
Su silueta se desvaneció en el aire.
El viento frío la golpeó enseguida. Mi-yeong se abrazó a sí misma, caminando con prisa hacia la calle iluminada. Sus pensamientos hervían, pero algo en su pecho palpitaba con fuerza.
“¡Idiota! ¿Cómo puede ser tan arrogante? ¿Y por qué… por qué siento que me entiende más que nadie?”
Al detenerse frente a un escaparate, el reflejo la golpeó como una bofetada: su rostro estaba encendido, sus labios curvados en una sonrisa inconsciente, y sus ojos brillaban con un fulgor imposible de ocultar. La expresión de alguien que acababa de enamorarse.
—¡No, no, no! —susurró, cubriéndose el rostro con las manos antes de huir casi corriendo hacia su casa.
Pero allí la esperaba Céline, con los brazos cruzados.
—Mi-yeong… —su tono era inquisitivo—. ¿Acaso estabas con un chico?
El corazón de Mi-yeong dio un salto.
—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —respondió demasiado rápido, negando con vehemencia.
Céline alzó una ceja, sospechosa.
—Recuerda que aquí no podemos traer chicos. Si la maestra se entera, te castigará. Estamos para salvar al mundo de los demonios, no para distraernos con tonterías.
—¡No estaba con nadie! —repitió Mi-yeong, esquivando su mirada.
Hubo un silencio incómodo. Céline suspiró y, finalmente, se apartó.
—Está bien… pero no olvides lo que te dije. —Le dedicó una última mirada penetrante antes de marcharse.
Mi-yeong cerró la puerta de su cuarto de golpe, apoyando la frente contra la madera. Su corazón latía tan fuerte que parecía querer derribarla desde dentro.
“Esto no puede seguir así… pero ¿por qué siento que ya no hay marcha atrás?”
El silencio de la noche respondió, dejando esa pregunta colgada en el aire como una sentencia.
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Editado: 27.09.2025