El amanecer pintaba la habitación con tonos dorados y suaves. Mi-yeong abrió los ojos, sintiendo la rigidez en su brazo vendado. Parpadeó varias veces antes de sentarse. La herida latía al ritmo de sus pensamientos.
Él me salvó. Dae-hyun… un demonio. ¿Por qué lo hizo? ¿De verdad todos son tan crueles como nos dicen?
Esa duda le pesaba más que el dolor. La hacía sentir culpable, pero también… curiosamente viva.
Bajó las escaleras, todavía pensativa, y encontró a sus compañeras en la cocina.
—¡Buenos días! —canturreó Soo-min mientras revolvía una sartén—. Hoy es día de concierto, ¡y tú pareces un fantasma!
—¿Cómo amaneciste? —preguntó Céline, seria pero con tono protector—. No deberías forzarte con ese brazo.
—Estoy bien —respondió Mi-yeong, sirviéndose un poco de té—. Solo… un poco frustrada por no poder ir al concierto.
—Era obvio que ibas a decir eso —suspiró Céline, rodando los ojos—. Siempre queriendo estar en todo.
Soo-min se rió.
—No te preocupes, la gente va a gritar igual tu nombre. ¡Seguro hasta llevamos tu foto gigante en la pantalla!
—Sí, claro —ironizó Mi-yeong—. “Aquí está nuestra líder ausente con su brazo de robot”.
Las tres rieron, pero el tono cambió cuando el silencio se alargó. Mi-yeong bajó la mirada.
—En serio… me da pena no estar con ustedes —dijo al fin, en voz baja.
Soo-min la miró con dulzura.
—Oye, no digas eso. Vas a volver más fuerte.
—Exacto —añadió Céline, dándole un leve golpe en el hombro bueno—. Y cuando regreses, quiero ver que tus movimientos superen a los nuestros.
—Uf, presión extra —replicó Mi-yeong, sonriendo un poco.
—Nosotras iremos al concierto, pero tú debes descansar, ¿entendido? —dijo Céline, señalándola con la cuchara como si fuera un arma.
—Sí, mamá —contestó Mi-yeong con sarcasmo.
—Mamá no, “líder responsable”, gracias —remató Céline.
Entre bromas y risas, el desayuno se volvió más ligero. Después de comer, mientras sus amigas se cambiaban y preparaban para el evento, Mi-yeong se quedó sola frente a los montones de libros que habia encontrado, buscando información sobre demonios.
Pasaba las páginas con ansiedad: “Criaturas sin alma… símbolos del caos… enemigos de la humanidad.”
Todo era igual. Nada explicaba la mirada de Dae-hyun cuando la ayudó.
Cada línea que leía chocaba con lo que había sentido aquella noche. Y esa contradicción la atormentaba.
No entiendo nada… ¿Por qué me salvó alguien a quien debería odiar?
Su respiración se volvió más rápida. Sentía una presión en el pecho, una especie de calor entre la angustia y la confusión. Cerró la laptop con fuerza.
Para distraerse, bajó al salón de prácticas. Céline y Soo-min afinaban los últimos pasos del baile.
—Ok —dijo Mi-yeong, retomando su tono de líder—. Si no voy a estar hoy, al menos dejen que les dé unas correcciones.
—¿Otra vez con eso? —gruñó Céline—. Nos vas a volver locas.
—Calla y escucha —replicó Mi-yeong, sonriendo con determinación—. En la parte del puente, giren al mismo tiempo. Soo-min, tu entrada está medio tarde.
—¡Nooo! —protestó Soo-min con humor—. ¡Eso fue efecto artístico!
—Sí, artístico… como cuando te tropiezas —dijo Céline, riendo.
Las tres se burlaron entre sí, manteniendo el ánimo en alto. Por unos minutos, se sintió normal, como si no hubiera dudas ni heridas.
Al llegar la tarde, Céline y Soo-min estaban listas para salir.
—Prometo que vamos a romperla —aseguró Soo-min, haciendo una pose dramática.
—Y prometo que no haré ningún paso improvisado —añadió Céline, con media sonrisa.
—Eso sí sería un milagro —bromeó Mi-yeong, aunque su tono escondía tristeza.
Soo-min le apretó la mano sana.
—Nos vemos luego, líder. Te mandaremos videos.
—Descansa y no entrenes sola —advirtió Céline antes de irse.
Mi-yeong asintió, viendo cómo las puertas se cerraban tras ellas. El silencio volvió a pesar.
Subió a su cuarto y se dejó caer en la cama.
¿Y si todo lo que aprendimos sobre los demonios estuviera equivocado?
El rostro de Dae-hyun apareció en su mente. Recordó su mirada firme, sus palabras frías, pero también la calidez en aquel instante en que la salvó.
Y eso la desarmó por completo.
Necesitaba moverse, despejarse. Bajó al campo de entrenamiento, aunque sabía que no debía forzar su brazo. Intentó un par de movimientos, pero el dolor punzante la obligó a detenerse.
—Agh… maldición —susurró.
Frustrada, respiró con rabia. Odio sentirme débil.
—Tienes talento para ignorar las órdenes médicas —dijo una voz familiar.
Mi-yeong se giró.
Dae-hyun estaba allí, apoyado contra una columna, observándola con esa sonrisa entre arrogante y encantadora.
—¿Vienes a burlarte otra vez? —replicó ella, alzando la barbilla.
—Si fuera por mí, no tendrías descanso —respondió él, caminando hacia ella—. Pero verte hacer ejercicios con un brazo herido es casi un show de comedia.
—¿Y tú qué sabes de entrenamiento humano? —dijo ella, molesta.
—Lo suficiente para notar que estás haciendo todo mal —replicó él, tomando su espada sin pedir permiso y colocándola en la posición correcta—. Mira, si giras el hombro así, el dolor disminuye.
Su mano rozó la de ella. El contacto fue breve, pero suficiente para que Mi-yeong sintiera el pulso acelerarse.
—No tienes por qué ayudarme —dijo, bajando la mirada.
—No tengo por qué hacer muchas cosas —respondió Dae-hyun con una media sonrisa—. Pero me gusta ver cómo intentas entenderme.
—No estoy intentando entenderte.
—Claro que sí —replicó él, acercándose un poco más—. Si no, no estarías aquí, sola, pensando en mí en lugar de descansar.
Ella abrió los ojos, sorprendida.
—¿Cómo sabes que estaba pensando en ti?
Dae-hyun soltó una risita y miró directamente al “lector”, como si atravesara el aire entre ellos.
—Porque alguien tiene que decírselo, ¿no? —dijo con una sonrisa traviesa—. Digo, si no lo admites tú, que al menos lo sepa quien está leyendo esto.
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Editado: 18.10.2025