La mañana amaneció serena, aunque el aire aún conservaba la electricidad de la noche anterior. El eco de los aplausos seguía flotando en los pasillos del edificio donde las chicas solían reunirse después de cada presentación. Mi-yeong, con el brazo aún vendado, miraba distraída la ventana desde su habitación. Podía escuchar las risas de Soo-min y Celine mientras volvían del concierto.
La puerta se abrió con un golpe suave.
—¡Ya llegamos! —exclamó Soo-min, entrando con una sonrisa que iluminaba la habitación—. ¡No sabes lo que fue eso! El público estaba enloquecido.
Celine, detrás de ella, más serena pero con los ojos brillantes, agregó:
—Fue un éxito… aunque admito que fue más difícil sin ti. Las coreografías están hechas para tres, y tuvimos que improvisar bastante.
Mi-yeong giró apenas la cabeza, una mezcla de melancolía y curiosidad pintándose en su rostro.
—Lo imagino —respondió con una sonrisa débil—. Me hubiera gustado estar ahí.
—Los fans te preguntaron un montón —comentó Soo-min mientras dejaba su bolso en la cama—. “¿Dónde está Mi-yeong?”, “¿Está bien?”, “¿Volverán las tres juntas?”… hasta hicieron pancartas con tu nombre.
—Sí —asintió Celine, cruzando los brazos—. Tuvimos que decir que estabas lesionada, que necesitabas recuperarte. Algunos parecían decepcionados, pero entendieron.
Soo-min, siempre con un aire juguetón, añadió:
—Bueno, todos entendieron, menos uno —y sacó su teléfono, mostrándole una foto—. Este tipo preguntó demasiadas veces por ti. Decía que era tu fan número uno.
Mi-yeong se acercó con curiosidad, pero cuando sus ojos se posaron en la pantalla, su respiración se detuvo. La imagen era clara: un chico alto, de cabello oscuro, con una sonrisa traviesa… imposible de confundir.
Era Dae-hyun.
Por un segundo, su mente se quedó en blanco. Recordó el campo de entrenamiento, su mirada burlona, las palabras que compartieron. ¿Por qué estaba en el concierto? ¿Qué hacía entre los humanos?
Soo-min rió, sin notar el temblor en la expresión de su amiga.
—¡Mira su cara! Te lo juro, parecía conocer todos nuestros pasos. Seguro es un fan obsesivo.
Celine, en cambio, notó algo. Frunció el ceño.
—¿Mi-yeong? ¿Te pasa algo?
Ella negó rápidamente.
—N-no, nada. Solo… me sorprendió. —Forzó una sonrisa—. Se parece a alguien que conocí hace tiempo, eso es todo.
El ambiente se tensó por un instante, pero Soo-min lo disolvió con una carcajada.
—Bueno, si te vuelve a buscar, que se prepare, porque Celine casi le da un sermón por colarse entre el público —bromeó.
Sin embargo, el nombre de Dae-hyun seguía latiendo en la cabeza de Mi-yeong como un eco que no podía silenciar.
Horas más tarde, mientras tomaban té en la sala común, el silencio se había instalado entre las tres. Fue Mi-yeong quien lo rompió con una pregunta que cayó como una piedra en el agua.
—Chicas… ¿ustedes creen que todos los demonios son malos?
Soo-min dejó la taza en el aire, sin saber si había oído bien.
Celine la miró con una mezcla de desconcierto y advertencia.
—¿Qué clase de pregunta es esa? —su tono fue firme, casi autoritario—. Los demonios son nuestra amenaza, Mi-yeong. No hay excepciones.
—Pero… —ella bajó la mirada—. ¿Y si existiera uno que no…?
Soo-min intervino enseguida, nerviosa:
—No digas eso ni en broma, Mi-yeong. ¿Tienes idea de lo que implicaría pensar algo así? Si alguien más te oyera, podrías meterte en problemas.
Celine golpeó la mesa suavemente, pero el sonido resonó como un látigo.
—No entiendes la gravedad de lo que estás diciendo. Nosotras juramos proteger este mundo de ellos. Cuestionar eso es cuestionar todo lo que somos.
—Solo estoy diciendo que tal vez… no todos son iguales —insistió Mi-yeong, con voz temblorosa pero sincera.
El silencio que siguió fue casi sofocante. Celine apretó los labios, visiblemente alterada.
—¿Por qué pensarías eso? —preguntó con frialdad—. Los demonios no sienten compasión, no sienten amor. Solo destruyen. No puedes permitirte dudar de eso, Mi-yeong.
Soo-min bajó la cabeza, incómoda.
—No la juzgues tan duro, Celine… tal vez solo lo dijo sin pensar.
—No —replicó Celine, mirándola con severidad—. Es precisamente cuando uno “no piensa” que los demonios se infiltran. La duda es su arma más peligrosa.
Mi-yeong bajó la mirada, sintiendo el peso de cada palabra.
—Perdón… —murmuró—. No debí decirlo. Solo fue una tontería.
Celine suspiró, pero su tono seguía siendo firme.
—No digas cosas así, ni siquiera en broma. La maestra no lo toleraría. Y nosotras tampoco deberíamos hacerlo.
El ambiente quedó cargado, como si una nube invisible se hubiese posado sobre ellas. Mi-yeong sintió un nudo en el pecho. No era enojo. Era tristeza. Porque, en el fondo, ya no estaba segura de creer lo mismo que ellas.
Esa noche, el edificio estaba en calma. Las luces de la ciudad se filtraban por la ventana de su cuarto. Mi-yeong permanecía despierta, con la mirada fija en el vendaje de su brazo.
¿Por qué lo defendí en mi mente?
¿Por qué pienso en él como si no fuera un enemigo?
Recordó cómo Dae-hyun la había salvado, el modo en que sus ojos —tan distintos a los de cualquier demonio que había visto— parecían comprenderla sin decir palabra.
No era solo atracción. Era una conexión que no entendía, que la asustaba.
Un leve golpe en la puerta la sacó de sus pensamientos.
—¿Mi-yeong? —era la voz de Celine.
Ella se sentó, intentando sonar normal.
—¿Sí?
Celine abrió la puerta apenas un poco.
—Alguien te está buscando. Un chico… dice que viene para una entrevista como idol. Se llama Dae-hyun.
El corazón de Mi-yeong se detuvo.
—¿Qué… qué dijiste? —sus ojos se abrieron con asombro y nerviosismo.
—Eso. Dijo que quería entrevistarte por tu carrera y que venía autorizado. Está esperándote abajo.
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Editado: 18.10.2025