El sol apenas comenzaba a asomarse cuando la puerta se abrió silenciosamente. Mi-yeong entró en puntillas, con el cabello ligeramente despeinado y una expresión que oscilaba entre la calma y algo que ni ella misma podía definir.
En ese instante, Celine bajaba las escaleras con una bata gris y el ceño ligeramente fruncido. Soo-ming la seguía, restregándose los ojos, con una sonrisa somnolienta.
—¿Mi-yeong? —preguntó Celine, cruzándose de brazos—. ¿Dónde estabas tan temprano?
Soo-ming bostezó, mirando hacia la puerta entre risas suaves.
—No me digas que saliste a correr sin avisar otra vez. ¡Casi me da un infarto cuando vi tu cama vacía!
Mi-yeong respiró hondo. No podía revelar la verdad.
—No… solo salí a tomar aire —respondió con naturalidad, intentando mantener la mirada serena—. No podía dormir, así que fui a despejarme un poco.
Celine la observó con escepticismo.
—A esas horas puede ser peligroso. Sabes que no deberías arriesgarte sola, sobre todo después de tu lesión.
—Lo sé —dijo Mi-yeong, bajando la mirada, con una sonrisa que intentó ser convincente—. Solo caminé un poco, nada más.
Soo-ming la rodeó por los hombros y rió.
—Bueno, al menos no trajiste a un espíritu colgado detrás, ¿no? —bromeó, mirando hacia el pasillo vacío.
—Muy graciosa —respondió Mi-yeong con un suspiro, aunque no pudo evitar sonreír ante la ocurrencia.
Las tres caminaron hacia la cocina. El aroma del café recién hecho y el sonido del pan tostándose llenaron el ambiente. Soo-ming tarareaba una melodía improvisada mientras Celine revisaba el itinerario de la semana en su tableta.
—Tenemos que hablar de los próximos conciertos —dijo Celine, sin apartar la vista del dispositivo—. El productor mencionó que quieren una nueva canción para cerrar el bloque final. Algo más... emocional.
—¿Emocional? —repitió Soo-ming, con una sonrisa traviesa—. ¿Y si hacemos una balada que haga llorar hasta a los demonios?
—Podría funcionar —intervino Mi-yeong mientras batía los huevos en un bol—. Pero también podríamos mezclar ritmos tradicionales con algo más moderno. Algo que simbolice el poder de la Honmoon Dorada.
Soo-ming ladeó la cabeza.
—¿Otra vez con eso? —preguntó en tono juguetón—. Creía que era solo una vieja leyenda de cazadores.
Celine la miró con seriedad.
—No lo es. La Honmoon Dorada representa el equilibrio entre luz y oscuridad. Si logramos crear la canción correcta, podría despertar su energía y sellar a los demonios definitivamente en su reino. Ya no habría más ataques. Nunca más.
Soo-ming enmudeció por un segundo, dejando de bromear.
—¿Entonces... lo que cantemos podría cambiar el destino de los humanos?
Mi-yeong asintió lentamente.
—Sí. Pero no basta con fuerza. Tiene que venir del alma. Una canción que nazca de la verdad de lo que somos.
Las tres compartieron una mirada silenciosa. Ese peso —y esperanza— las unía más que cualquier melodía.
El eco de los pasos resonaba en la sala de entrenamiento. Mi-yeong volvió a colocarse las vendas en las manos, con una mezcla de emoción y nerviosismo.
Celine la observó con atención.
—¿Segura que estás lista? No quiero verte de nuevo en la enfermería.
—Estoy bien —respondió Mi-yeong con una sonrisa decidida—. Prometo no exagerar.
Soo-ming dio un salto en el aire, levantando el pulgar.
—¡Eso! ¡Nuestra cazadora estrella ha vuelto! Aunque si te caes, prometo grabarlo para la posteridad.
—Harías eso —replicó Mi-yeong, riendo suavemente.
Comenzaron los ejercicios. Los primeros movimientos fueron lentos, pero firmes. Mi-yeong sentía cómo sus músculos volvían a despertar. Soo-ming trataba de seguirle el ritmo, aunque entre risas y tropezones.
—Oye, Celine —dijo mientras se estiraba—, ¿no crees que la canción de la Honmoon Dorada debería tener una coreografía fuerte? Algo que simbolice ese equilibrio entre cazadora y demonio.
—Tal vez —respondió Celine con voz reflexiva—. Pero la fuerza no solo está en el cuerpo. Está en cómo se transmite el mensaje. Si esa canción realmente puede sellar a los demonios… entonces cada nota, cada paso, debe tener un propósito.
Mi-yeong asintió mientras ejecutaba una secuencia más compleja.
—Quizás el secreto no esté en el poder… sino en el sentimiento detrás de él.
Sus palabras resonaron, haciendo que incluso Soo-ming quedara en silencio por un momento.
Celine la observó en silencio. Había algo en la voz de Mi-yeong… una sinceridad distinta.
—Quizás tengas razón —admitió Celine finalmente—. Si la Honmoon Dorada representa el equilibrio, entonces su poder no vendrá de la ira ni del miedo… sino de algo puro.
—¿Como el amor? —dijo Soo-ming entre risas, intentando aligerar la tensión.
Mi-yeong se sobresaltó levemente, bajando la mirada.
Celine la miró de reojo, pero no dijo nada.
Minutos después, el sudor empezaba a resbalar por sus frentes.
—Suficiente por hoy —dijo Celine, deteniendo el cronómetro—. No quiero que se fuerce más.
—Está bien —respondió Mi-yeong, respirando agitada—. Me tomaré un descanso.
Soo-ming le sonrió.
—Ve a descansar, un día más y vas a estar rompiendo escenarios otra vez.
De regreso en su habitación, Mi-yeong se dejó caer sobre la cama. El techo blanco parecía demasiado silencioso, y su mente no dejaba de reproducir imágenes de Dae-hyun: su mirada, su voz, la calma que le provocaba… y el caos también.
Tomó su celular y escribió en el buscador:
“Síntomas extraños: pensar constantemente en alguien, sentir el corazón acelerado, buscar su presencia…”
El resultado apareció en segundos.
“Eso se llama enamoramiento.”
Mi-yeong se incorporó lentamente.
—¿Enamoramiento? —susurró para sí misma—. No… eso no puede ser.
Una cazadora no se enamora de un demonio. Es absurdo.
Pero mientras más lo negaba, más lo sentía.
La lógica se desmoronaba frente a cada recuerdo, frente a la forma en que su corazón latía con solo pensar en él.
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Editado: 18.10.2025