—Tienes una voz espectacular… y esa canción, es interesante.
La voz resonó detrás de ella, grave, serena, con una sonrisa apenas perceptible entre las palabras.
Mi-yeong se giró tan rápido que casi derribó el atril donde había dejado su cuaderno.
—¿D-Dae-hyun? —balbuceó, con los ojos muy abiertos—. ¿Qué haces aquí?
El demonio estaba apoyado en el marco de la puerta, su chaqueta negra medio abierta y el cabello algo despeinado, como si el viento lo hubiera seguido hasta allí.
—Pasaba por aquí... —respondió con una calma desconcertante—. Pero no podía ignorar una melodía como esa. Sonaba como si tu corazón pidiera auxilio.
Mi-yeong apretó el cuaderno contra su pecho, su rostro encendido.
—¿Desde cuándo escuchas sin permiso?
—Desde que decidiste cantar con la ventana abierta —replicó él, dando un paso hacia dentro—. Aunque no me quejo. Fue un espectáculo inesperado.
Sus ojos brillaban con ese tono ambiguo, mitad burla, mitad admiración.
Mi-yeong intentó recuperar la compostura.
—No es nada del otro mundo. Solo estaba… practicando.
—¿Practicando cómo enamorarte en verso? —preguntó, divertido—. Esa letra parecía una declaración, una mezcla entre miedo y deseo.
Ella lo fulminó con la mirada.
—No sabes nada de lo que hablas.
Dae-hyun alzó una ceja, acercándose con lentitud.
—¿Ah, no? Decías que aceptarías cualquier consecuencia solo por seguir sintiendo eso. Me pregunto qué clase de emoción merece tanto riesgo.
El corazón de Mi-yeong comenzó a latir con fuerza. Su voz tembló apenas.
—No es lo que piensas.
—Entonces explícame —dijo él, bajando el tono—. ¿Qué sentías cuando la escribiste?
El silencio se volvió denso, casi palpable.
Mi-yeong lo miró un instante y luego desvió la vista.
—Solo… quería entender lo que me pasa. Nada más.
Dae-hyun sonrió levemente.
—Suena a algo que haría yo —murmuró—. Pero debo admitir que tu versión tiene más drama que mi vida entera. Si esto fuera una película, el público estaría rogando porque los protagonistas se rindan de una vez.
Ella lo observó, confundida.
—¿Por qué siempre hablas como si estuvieras fuera de todo?
Él se encogió de hombros, con una sonrisa ladeada.
—Tal vez porque alguien allá arriba nos está mirando —dijo, rompiendo por un instante la cuarta pared con un guiño cómplice—. Y sería aburrido si no agregamos algo de tensión.
Mi-yeong reprimió una risa, aunque no logró ocultar la sonrisa que le escapó.
—Estás imposible.
—Lo sé —dijo con voz baja—. Pero admite que disfrutas que sea así.
Ella rodó los ojos, aunque el leve rubor en su rostro la traicionó.
—Estás delirando.
—¿Ah, sí? —susurró, dando un paso más cerca—. Pues tu sonrisa dice lo contrario.
Antes de que pudiera responder, Dae-hyun extendió la mano y tomó el cuaderno de la mesa.
—Veamos esa obra maestra…
—¡Oye! —Mi-yeong intentó quitárselo—. ¡Devuélvemelo, es privado!
Él hojeó las páginas con curiosidad.
—Nada mal… pero la letra podría mejorar. Déjame cambiar unas líneas para que realmente exprese lo que sientes.
—¡No tienes que hacerlo! —protestó, intentando arrebatárselo.
—Oh, claro que sí —sonrió él—. Y tal vez agregue un verso desde mi punto de vista. Ya sabes… para equilibrar las emociones.
Sus palabras la descolocaron.
—¿Tu punto de vista?
—Sí. —Su mirada se suavizó—. No soy el mismo desde que te conocí. No puedo negarlo.
El corazón de Mi-yeong dio un vuelco.
—Dae-hyun… —murmuró, sin saber qué decir.
Intentó recuperar el papel, pero él esquivó con agilidad.
—¡Dae-hyun!
—Tendrás que esforzarte más —se burló, retrocediendo.
Ella corrió tras él, determinada. En un torpe forcejeo, ambos tropezaron y cayeron sobre la cama.
El cuaderno quedó en el suelo, olvidado.
El silencio los envolvió.
Mi-yeong quedó encima de él, sus rostros separados por apenas unos centímetros. Podía sentir su respiración rozándole la piel.
Dae-hyun arqueó una ceja, su voz baja y ronca.
—Si querías una escena romántica, solo tenías que pedirla.
—¡C-cállate! —exclamó, con las mejillas ardiendo. Su corazón latía tan rápido que temía que él pudiera escucharlo.
Él sonrió, encantado con su reacción.
—Tranquila, cazadora… no pienso morder. A menos que tú quieras.
Ella lo empujó suavemente, pero no se movió de inmediato. Había algo en su mirada que la mantenía allí, suspendida entre lo que debía hacer y lo que deseaba.
Entonces él empezó a tararear, y luego, con una voz profunda y cálida, cantó una parte de su canción… pero con las palabras alteradas:
“Entre la luz y el caos te encontré,
no como enemiga, sino como razón de mi destino.
Si este es el error que me condena,
prefiero el fuego a la soledad.”
Mi-yeong lo miró, completamente paralizada. Su voz la envolvía como un hechizo.
Y, sin querer, su mente empezó a imaginarlo de otra forma:
sus miradas cruzándose, las conversaciones a medianoche, la calma que encontraba en él, incluso cuando todo lo demás parecía derrumbarse.
Y entonces, un pensamiento fugaz cruzó su mente:
¿Cómo sería besarlo?
Sus ojos bajaron hacia los labios de Dae-hyun.
Él lo notó, y sonrió con esa calma peligrosa que la desarmaba.
Poco a poco, se inclinó hacia ella.
Mi-yeong, sin oponer resistencia, también se acercó. Sus respiraciones se mezclaron, el tiempo pareció detenerse…
Hasta que un golpe fuerte sonó en la puerta.
—¿Mi-yeong? —la voz de Soo-min las sobresaltó—. ¿Estás despierta? ¡Tenemos ensayo en media hora!
Mi-yeong reaccionó como si la hubieran despertado de un sueño. Se apartó de inmediato, casi cayéndose de la cama.
—¡S-sí! ¡Ya voy! —gritó apresurada.
Dae-hyun se incorporó, intentando hablar, pero ella le tapó la boca con la mano.
Sus ojos se encontraron. Él la miró divertido, con esa chispa provocadora en la mirada.
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Editado: 18.10.2025